Aquel verano se había vuelto insoportable. Columba miraba fijamente los lagrimones de sudor que se escurrían sobre el ventanal de la sala, hilitos de agua sucia enfilando hacia la jardinera donde crecían sus rosales. Igual que ellos, se sentía hastiada de tantos amaneceres repetidos, de esa vida doméstica tan insulsa como aburrida en la que lo más interesante que podía ocurrir era esconderle a su marido los estados de cuenta de la tarjeta de crédito. Los pleitos del día anterior a la fecha de pago le servían como pretexto para echarle en cara toda su mediocridad, la falta de ambiciones que lo había convertido en un medio hombre sin esperanza en el futuro y sin esplendor en el pasado. Le escupía con dolo el hecho de que en casa de sus padres nunca hubiera tenido necesidad de estirar la mano, porque allí le adivinaban hasta el último de sus caprichos y se los cumplían sin pedirle explicaciones. Aquellos zafarranchos no tenían como objetivo el darle un giro a su existencia conyugal, pero le ayudaban a sacar el rencor acumulado que la carcomía durante el resto del mes.
De qué te sirve tener buen verbo si todo se te va en decir estupideces. Pero eso debiste haberlo pensado antes de abrir la boca, Heraclio, ahorita ya para qué.
La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido. Milan Kunderra
Las casualidades no existen. Lo que sí existe es el hijo de los vecinos del 7, una criatura insufrible que se la pasa martirizando animales. Debe tener unos 7 años, el periodo de la infancia en que los sicólogos sitúan la predisposición a la crueldad.
Un día comencé a tomar sin ganas. Entonces supe que necesitaba otra decepción amorosa como la de aquella vez en que le pregunté a Carlos: Tú y yo, ¿qué somos? Y él me respondió, con todo ese amor que le salía por los ojos: Lo que hay.
Nomás porque eres muy insistente, mano. Y porque, bueno, no todos los días entrevistan a un luchador ya retirado, como yo, para sacarle una biografía. ¿Por dónde quieres que empiece? Tú mandas.