• 21 de Noviembre del 2024

Senovia Expósito se arremangó la falda para airearse y profirió dos maldiciones al hilo antes de azotar la puerta. Era un jueves de agosto embadurnado de hastío. Juan Froilán la miró estupefacto. Nunca la había escuchado articular vocablos tan altisonantes y groseros, ni siquiera cuando estuvo a punto de morir arrollada por el camión escolar que había perdido la ruta.

A Santiago Lezama, siempre.

“Más vale aquí corrió, que aquí quedó” ─soltó el abuelo Venustiano, lanzando un desagradable proyectil de secreción mucosa sobre mi jersey favorito.

                                                         Hoy es siempre todavía

                                                                  Antonio Machado

Atenógenes Rueda se enjugó el sudor de la frente antes de ocultar el arma homicida en un cajón del antiguo secreter de su mujer. Era innegable que el compartimiento había dejado de ser un escondite seguro, pues desde tiempos inmemoriales casi todos los habitantes de la hacienda ─incluidos los que formaban parte del servicio─ utilizaban la guarida con muy diversos y disparejos propósitos.

Evaristo, mi amor:

Querido Evaristo:

Estimado Evaristo:

Andrómeda Solís obtuvo su nombre en una borrachera memorable. Mientras Adela terminaba de parir en la clínica, a Rogelio, el futuro padre, se lo habían tenido que llevar a camachito para evitar que armara la de Dios guarde la hora.

Se llamaba Erasto y le decían el Gato. Zozobraba por no recular y sorbía los restos de la leche tibia donde antes de eso, triste y azul, había sopeado sus conchas rellenas de crema pastelera relamiéndose los bigotes.

En la escuela me decían “la Zapatitos”. En aquel entonces el bullying no era un delito tipificado, sino privilegio de hampones, del sociópata de la colonia que merodeaba para mostrarles sus partes a las chavitas, y de las reverendas monjas del colegio. A los dos primeros esperabas no topártelos nunca; con las Hijas del Verbo, en cambio, te llevaban de la mano tus papás. Ellos me matricularon en el enseñadero de la congregación, un exclusivo instituto para señoritas católicas, donde lo más importante era adquirir los conocimientos necesarios para llegar a ser una buena esposa.

Hoy amanecieron muertas las petunias. Es la tercera planta que matamos en lo que va del año. Fuiste tú, pero también fui yo.

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