• 21 de Noviembre del 2024
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Nada más no fumes ni te drogues mientras hacemos el amor

CNN.com

El amor es una idea colectiva

 

Otra recomendación que ponía la página era no subir fotos ni videos íntimos, por aquello de la sextorsión. “Yo mejor sexteo, así evito el contagio”, aseguraba Lucrecia X en entrevista para la prensa rosa. “Hay que entender que, por ahora, lo más sensato es evitar conocer personas nuevas en persona”, dijo en cadena nacional el infectólogo Pablo Rivadeneyra, Subsecretario de Estrategias Sanitarias. Pero en realidad, quien acabó de convencerla fue Mr. Seidman, CEO de Tinder. “El futuro de internet ya no es el comercio, sino las relaciones sociales, porque el teléfono dejó de ser un instrumento tecnológico para convertirse en una herramienta emocional.” Nunca mejor explicado. Con lavarse las manos después del sexo virtual, estaría protegida del virus.

         Alejandra era neófita en el asunto. A pura mentada de madre se entendía con la aplicación móvil del banco, mientras su interacción con Twitter era la misma que la de un matrimonio de 20 años: sentarse juntos durante el desayuno a leer las noticias. Estaba dispuesta a reconsiderar sus relaciones con la vida moderna, por qué no. El encierro era la nueva normalidad, pero el soliloquio no tenía que aparecer como una más de sus reacciones secundarias. El principal problema no era su torpeza al surcar el ciberespacio, el asunto era la desconfianza que sentía por las cosas impalpables. Cómo saber las verdaderas intenciones de la gente. Ella misma había elegido una fotografía demasiado favorecedora y no tan reciente para su perfil. “El sexting es algo bien hermoso. Todos lo pueden hacer y no te embarazas”, dijo para una emisora radiofónica, Mariana Lechuga, de 24 años, quien dijo haber comenzado a sextear a los 16.

Ya estaba ahí, igual que un escritor, enfrentándose al guamazo de la página en blanco y suponiendo que la que estaba a punto de comenzar sería la más fregona de sus historias.

─ ¿Qué haces, má?

─ Aquí, chateando.

─ ¿Con quién?

─ Con don Queti.

─ ¿Qué vamos a comer?

─ Pidan a la fonda de la esquina.

─ ¿Otra vez?

─ Y todo el mes.

Si algún producto había ganado participación durante la contingencia era el online dating. Eso, y el jabón para trastes. Lo del papel higiénico, habría de comprobarse muy pronto, fue nomás un arranque de euforia colectiva en plena hora de la desesperación. Los anaqueles se vaciaron en tres días, como si la gente se estuviera preparando para la llegada del Ébola, y luego nadie volvió a comprar hasta el mes de junio en las ofertas de toda la vida. Pero para el 27 de marzo la actividad de los usuarios en las aplicaciones de citas había subido un 44%. Los 26 millones de swipes al día registrados en México no podían estar equivocados. Tinder era su App. “Si cada swipe fuera una persona, se podría llenar 300 veces el Estadio Azteca”, dijo Cocktail. Y Alejandra quedó absolutamente de acuerdo. Muy jodida tenía que traer la existencia para andar de a solapa por el mundo en lo que tres millones de suscriptores se enviaban diariamente recaditos de amor. Ella también saldría al mercado.

Resultaba infinitamente triste y doloroso no compartir con nadie su gusto por la vida. En “El amor melancólico”, un estudio que unía almas gemelas a través de ecuaciones aritméticas, se afirmaba que recobrar la ilusión del romanticismo combatía la intemperancia del encierro. El mundo en el que se movían no existía más, y el nuevo caminaba muy deprisa. “Abrir tu perfil en la App, es súper divertido”, confirmaba el testimonio de una estilista chilanga. Durante días, Alejandra investigó todo lo posible sobre la aplicación y, aunque nunca comprendió el algoritmo que meneaba los hilos, supuso que era tan sencillo como barajar un paquete de naipes. El azar haría todo lo demás. Eso es lo que se ocupaba, una metamorfosis tipo Samsa de la vida social.

Llenó su perfil con el corazón en la mano. No iba a echarle crema a sus tacos cuando estaba dispuesta a compaginar con un mínimo del 85%, pero sí se sirvió un tequilita para darse valor. Por default eliminó de sus preferencias a las mujeres y a los extranjeros que no hablaban español. Nunca le habían gustado las unas y detestaba a los otros. A los chaparros, los de ojo papujo, los moteros (de moto) y los mayores de 65 y menores de 45 les dio to the left. Tampoco le atrajeron los de a caballo ni los que se hacían selfis acostados en la cama o en el espejo del baño. No estaba tan urgida, solo necesitaba interactuar un poco. Esa primera selección redujo sus opciones temporales a unos quince prospectos, cinco de los cuales la enviaron al lado del ligue socialista, o sea, a la izquierda. La ley de la oferta y la demanda es una gran perra.

─ ¿Estás chupando, jefa?

─ No. Estoy brindando.

─ Son las doce de la mañana.

─ En Indonesia ya hasta van a cerrar los bares.

─ ¿Cuántos llevas?

─ Pocos.

─ ¿Vemos una peli?

─ No.

─ ¿Me puedo quedar aquí contigo?

─ Tampoco.

Aunque el reporte sugería que el momento más concurrido en la aplicación era el domingo entre las cuatro y las siete, ella se conectaba todos los días un mínimo de cuatro horas para practicar. Así coincidió con Armando, un hombre maduro de muy buenas credenciales. Era fotógrafo y valuador de arte. Vivía solo y no acarreaba problemas económicos, nomás que algo llamó la atención de Alejandra entre los comentarios finales del texto promocional: “looking for a SB”. What a fuck. Eso qué es. Pronto habría de saberlo. Google tenía una respuesta para todo y las prodigaba con la paciencia de un clérigo. “Sugar baby” Persona joven (entre 20 y 25 años) que recibe mentoría, apoyo monetario, obsequios y otros beneficios en una relación. Entonces, con ese no.

Luego apareció Rick, un consultor financiero, rubio y muy guapo. El azul de sus ojos era demasiado sospechoso, pero había tantas fotografías en su perfil que Alejandra no pudo dudar de su autenticidad. Él prefirió darle su número telefónico para escribirse por Whats. ¿Qué haces, mi amor? Veámonos hoy mismo para agarrarte a besos. ¿Dónde vives? ¿Me invitas a ver pelis? ¿Estás sola? ¿Qué llevas puesto? ¿Por qué no me contestas? ¿No tienes curiosidad de conocerme? Podemos hacer lo que quieras, nada más no fumes ni te drogues mientras hacemos el amor. A 24 horas de asedio no consensuado lo bloqueó. Le había insuflado el ego, pero no se sentía preparada para algo tan inmediato. Mucho menos durante el confinamiento, que había respetado como nadie. De su recámara apenas salía a la cocina para comer. El desayuno y la cena los tomaba en aislamiento. El que sigue.  

         ─ ¿Volviste a fumar, jefita?

         ─ Sí.

         ─ ¿Por qué?

         ─ Así escribo mejor.

         ─ Pero si no eres escritora.

         ─ ¿Quién dice?

         ─ ¿Cuántos te estás echando al día?

         ─ Estoy escribiendo, no haciendo cuentas.

         ─ Yo no te voy a traer el oxígeno.

         ─ No te lo iba a pedir a ti.

El tercero era un sesentón maravillosamente bien conservado. Tenía cuadritos en el estómago y la piel tostada. A ese lo bateó por mesura. Vinieron otros que no le convencieron por parcos. Demasiado jóvenes o demasiado intensos. Luego conoció a un abogado, viudo por segunda ocasión y con tres hijos. Con él comenzó a chatear nutrido. Fue su primer amor de App. A la semana ya le había agarrado el modo al ligue y se escribía con varios al mismo tiempo. Algunas veces se confundía con las historias. Le preguntaba por la hija en Argentina al que nunca se había casado y por los asuntos del juzgado al que era contador, pero también a ella le preguntaban por el clima en Campeche cuando siempre había vivido en Guanajuato, o por el nieto que se quedó varado en Australia durante la pandemia y que ella no tenía idea de quién era familiar. Cada día era más popular y casi no se daba abasto para responder a todas sus conquistas.

         Dejó de pelar a todos en la casa. Entre sus amigas corría el rumor de que había sucumbido al contagio. Apenas si les contestaba los mensajes de buenos días y buenas noches que acostumbraban desde que inició la clausura, pero no estaba en absoluto preocupada. Alejandra ya nunca volvió a apagar el celular ni para dormir, por si le escribía Antonio desde el otro lado del charco. Ahora existía el match sin fronteras. Tinder había anunciado que sus suscriptores podían conocer personas más allá de los límites conocidos a través de la opción Passport. “Ya tengo 6 novios en Chile y 3 en Madrid”, aseguraba una suscriptora que prefirió guardar el anonimato. “Me siento como un marinero: un amor en cada país”, dijo Santiago Prieto en su testimonio. Alejandra también traspasó las fronteras del Atlántico.

Gracias al alcance internacional que le brindó la aplicación por el mismo precio de la suscripción Premium, sus lazos con el madrileño se intensificaron. Las hijas le habían abierto el perfil. Le gustaba el sexo sin boda, como a Sabina y las penas con pan, como a Alejandra. Llegaron a un nivel de intimidad tal, que se conocían la forma de tomar el café. Ella americano, él cortado. Preferían a Goya y a Ravel, odiaban el futbol. Él recorría las ciudades en bicicleta, ella en Discovery Channel. Habían estado en los mismos sitios y podían citar los parques más bonitos, los museos más interesantes y las fiestas de cada pueblo. Ya sentía que lo amaba, pero igual le atraían los otros siete con los que estaba liada en ese momento.

─ Aquí huele a mota, má.

─ ¿Y?

─ ¿Ya también te vas a poner pacheca?

─ También.

─ ¿Cómo la consigues?

─ Me la manda un amigo en taxi.

─ ¿Qué amigo?

─ Uno. ¿Quieres?

─ No, gracias.

─ Tons ve a ver si estoy en la cocina.

Hubo otro que era ávido lector, amante de los museos y fabricante de mezcal. Todo iba muy bien hasta que le preguntó si le gustaba esa bebida. Ella dijo que le tenía mucho respeto y que la verdad prefería el tequila. Fue él quien la bloqueó. Alejandra ya no se amilanaba con detalles superfluos. Sabía que detrás de uno siempre venían otros, solo era cosa de dejar pasar unas horas. Se apareció entonces un chef con delantal, especialista en platillos afrodisiacos que consumía sin falta cada noche a la espera de poder conocerla en persona. Alguno más le resultó Amlover y adelante se materializó un Calderonista. Pero con la práctica que hace al maestro, ella utilizó lo que le escribió el uno para picudear al otro y viceversa, hasta que ambos la enviaron a la banca.

Cuando menguaron sus opciones ajustó los parámetros de búsqueda para acceder a más prospectos. Movió un poco el rango de edad y la aplicación le envió la lista completa de un geriátrico. Una decena de viejillos libidinosos, que aun siendo población en riesgo, querían convidarla a un café. De haber sabido que aquello iba a ser tan divertido, seguramente Alejandra habría abierto su perfil mucho tiempo atrás. La búsqueda del amor, mucho más si es desesperada, es un pasatiempo como cualquier otro. “Las Apps de citas nunca dicen la verdad”, advertía Notimex, pero un 50% de los doscientos millones que acceden a nivel global se encuentra hoy en pareja.

─ ¿Qué tanto haces en el celular, mamá?

─ Platico con mis novios.

─ ¿En plural? Pues, ¿cuántos tienes?

─ Muchos.

─ ¿Dónde?

─ En Tinder.

─ ¿También te metiste a Tinder?

─ También.

─ Ya bájale a tu desmadre, jefa.

─ ¿Por qué?

─ Porque tienes 75 años. Como sigas así, te caes muerta la semana que viene.

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Twitter: @mldeles

 

De la Autora

He colaborado en el periódico Intolerancia con la columna "A cientos de kilómetros" y en la revista digital Insumisas con el Blog "Cómo te explico". Mis cuentos han sido publicados en las revistas Letras Raras, Almiar, Más Sana y Punto en Línea de la UNAM y antologados en “Basta 100 mujeres contra Violencia de género”, de la UAM Xochimilco y en “Mujeres al borde de un ataque de tinta”, de Duermevela, casa de alteración de hábitos.

He sido finalista del certamen nacional “Acapulco en su Tinta 2013”, ganadora del segundo lugar en el concurso “Mujeres en vida 2014” de la FFyL de la BUAP, obtuve mención narrativa en el “Certamen de Poesía y Narrativa de la Sociedad Argentina de Escritores”, con sede en Zárate, Argentina y ganadora del primer lugar en el “Concurso de Crónica Al Cielo por Asalto 2017” de Fá Editorial.

He participado en los talleres de novela, cuento y creación literaria de la SOGEM y de la Escuela de Escritores del IMACP y en los talleres de apreciación literaria del CCU de la BUAP.