En sus más de doce años de pontificado, Francisco rompió moldes al priorizar la opción por los pobres, impulsar la reforma de la Curia y elevar la voz en la crisis climática con la encíclica Laudato Si’. Su cercanía a las periferias —visitas a campos de refugiados, barrios marginales y prisiones— reconfiguró la diplomacia vaticana, acercando el mensaje papal a dinámicas de inclusión social y diálogo interreligioso .
Juan Luis Hernández describe la “politicidad” de la Iglesia como la cualidad de transformarse en actor político relevante a lo largo de su historia, desde su institucionalización en el Imperio romano hasta su rol en el Estado moderno . En este sentido, el pontificado de Francisco encarna una politización nueva: no la de alianzas tradicionales con élites estatales, sino la de un “ministerio de la cercanía” que desmantela barreras de poder y cuestiona modelos de exclusión. Más en la línea de una teología de la liberación, que subraya la intrínseca relación entre fe y praxis política al poner a los más desfavorecidos en el centro de la acción cristiana .
Desde la perspectiva teológica, Francisco profundizó una “praxis liberadora”: asumir la defensa de la dignidad humana como praxis transformadora de estructuras injustas . En la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, el Papa retoma esa inspiración crítica al denunciar “la economía de la exclusión” y proponer políticas de redistribución justa, resonando con los análisis de la Escuela de Frankfurt sobre la religión como negación del mundo tal cual está y anhelo de justicia .
En el plano institucional, su reforma de la Curia y la creación del Sínodo de la Amazonía mostraron cómo la Iglesia puede desplegar nuevos modos de gobierno colegiado y descentralizado, en sintonía con las reservas que Hernández hace sobre la politización interna de la Iglesia y la necesidad de horizontes más participativos . De este modo, Francisco no solo cuestionó estructuras vaticanas, sino que apuntó a una “ecclesia semper reformanda” que reconozca la voz de la base como actor político legítimo.
El legado de Francisco, entonces, se define en un doble movimiento: por un lado, el fortalecimiento de una pastoral de la misericordia que trasciende muros y protocolos; y por otro, el impulso a una teología pública que entiende al cristianismo como motor de cambio social. Bajo su papado, la Iglesia actuó como un “campo político” donde se redefinieron los recursos del poder simbólico y la autoridad moral, armonizando fe y política en la lucha por la dignidad humana.
Al mirar hacia el futuro, su propuesta de una Iglesia samaritana y cruciforme sigue vigente como paradigma para la acción pública: un actor global que no se replega en lo espiritual, sino que entra en la arena política para “escuchar al clamor de la tierra y de los pobres” (EN §49). Así, el pontificado de Francisco deja una tarea pendiente en una institución de larguísima data: demostrar que la fe puede ser un agente crítico de la realidad y una fuerza para la construcción de equidad y bien común.
Ricardo Martínez Martínez
@ricardommz07