• 21 de Noviembre del 2024
×

Advertencia

JUser: :_load: No se ha podido cargar al usuario con 'ID': 691

¿Quiénes somos?, ¿qué podemos hacer?

¿Qué clase de personas seríamos nosotros si no hacemos algo por cambiar el lugar donde vivimos, el lugar donde estamos? ¿qué clase de personas seríamos? Son las preguntas que se formula un joven estudiante de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos en el minuto sesenta y nueve del documental “Ayotzinapa, el paso de la tortuga” (García Meza, 2018). Esta pregunta resuena en mi cabeza como un ruido incómodo, casi como un dolor. Volví a escucharla el jueves pasado (en el décimo aniversario de la desaparición de los 43), estaba acompañada un grupo de jóvenes estudiantes de arte digital, con quienes comparto un curso denominado arte, lenguaje y sociedad. Ellas y ellos, habitualmente de apariencia alegre y despreocupada, se encontraron, al finalizar el documental, con una actitud más bien sombría, sintiendo el peso de la realidad y de la historia. Esta sensación fue confirmada por sus comentarios:

“Es que se quejan a veces de que en las comunidades la gente agarra a los rateros y hace justicia por su propia mano, pero no se ponen a ver que a esas comunidades nadie las está cuidando”

“Me molestó mucho la manera tan arrogante en la que el funcionario que está dando la rueda de prensa contesta las preguntas, como con desprecio, como si fuera cualquier cosa”

 “Es que ¿cómo el presidente pudo decir vamos a dejar atrás el dolor y a seguir adelante? ¿cómo puede pedirle a unos padres que dejen atrás el dolor de no saber de sus hijos”

  “Vivimos en un país que está podrido y si dices algo, pues de te desaparecen o te matan”

 Algunas jóvenes incluso lloraron lágrimas de impotencia “Es que me pega mucho esto porque yo quisiera hacer algo, de verdad, pero no sé qué puedo hacer”  “Es que siento rabia porque me gustaría hacer algo, pero al final, ningún cuerpo es más fuerte que una bala” Alguien, también con lágrimas en los ojos, fue tan valiente que reconoció el sentimiento de fondo “Es que tengo miedo, vivo con miedo y es horrible”.

El tiempo de la clase terminó y el grupo tenía que atender su siguiente clase, cuyo contenido probablemente disolvió las emociones y reflexiones generadas a causa del visionado del documental, que nos dio ocasión de pensarnos como habitantes de este país llamado México. Una compañera abordó la desidentificación que siente respecto a su país “El 16 de septiembre me sentí ajena a la celebración. Como que no sabía qué se estaba celebrando, los conceptos de patriotismo y nacionalismo como que ya no…”

Yo misma terminé profundamente conmovida, estuve directamente confrontada con mi historia personal, con mi realidad actual. Todas las palabras de los jóvenes tenían el peso de la verdad. Luchar por cualquier causa, desde cualquier trinchera, implica un riesgo. A veces un riesgo muy grande y claro que da miedo. Conversando sobre esto mismo con mi hijo adolescente, llegamos al mismo punto ciego “Es que si es cierto ¿qué se puede hacer?” sólo atiné a contestar que definitivamente el cambio no es tarea de una sola persona. Él contestó “Ajá, pero ¿cómo le hacemos para todos articularnos” otra vez tuve que decir que no sabía, pero, aludiendo a una parte viciosa de nuestro propio comportamiento le dije “pues no lo sé, pero creo que si todos estamos viendo TikTok todo el tiempo, esa articulación nunca se va a dar”. Él estuvo de acuerdo.

 Ciertamente no hay respuestas claras, sólo creo, como mucha gente, que todas y todas tenemos, más que armas, herramientas: palabras, creatividad, amor, ternura, honestidad, voz, solidaridad y, sobre todo, el potencial para reflexionar colectivamente y organizarnos poco a poco, aunque sea con pasos de tortuga, para ir construyendo instituciones basadas en otra cosa que no sean el amor al dinero, la corrupción o la violencia. Como escribió Antonio Gramsci, hay que vivir con optimismo en la voluntad, aunque tengamos pesimismo en el intelecto. En otras palabras, hay que actuar con esperanza, manteniendo una actitud crítica y consciente sobre la realidad, porque ¿qué clase de personas seríamos si no hacemos algo por cambiar el lugar donde vivimos?