• 08 de Mayo del 2024

Eduardo: En una noche perdí la inocencia

 


Juan Rodrigo Castel

Cómo era el amor a la antigüita

Las historias de Pláticas en lo oscurito son una colección de entrevistas en donde los protagonistas no son los genitales, sino todos esos factores que conforman la sexualidad, incluidos, desde luego, los sentimientos.

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“En términos literales, la sexualidad es sentir deseo erótico por el otro y llegar a la culminación del acto sexual. Implica también a los animales en ese sentido, la diferencia es que el animal se queda en el puro sexo; en cambio, el ser humano tiene el privilegio del erotismo” —comienza Eduardo—.

“También es un reconocimiento de nuestra propia naturaleza física y espiritual. Uno la reconoce, la reafirma y la asume en el gusto por el sexo opuesto. De ahí, pues, que cuando se llega al acto sexual por el acto mismo, entra en juego únicamente el instinto animal, la carne por la carne”.

“Los medios de difusión se han encargado de extremar estas prácticas: venden carne, objetos, robots. Octavio Paz se refiere al acto sexual como una culminación del entendimiento espiritual, casi religioso, donde los dos están dispuestos a despojarse de sus caretas, de las máscaras que continuamente presentamos ante nuestra vida cotidiana. De ahí la importancia del acto sexual como una reconciliación con los otros. Por eso el amor es lo único que puede salvar al mundo de caer en el abismo”.

Sentía pánico

“Si entendemos la educación sexual como el acercamiento de los padres para orientar o prevenir, no la tuve. Mi educación fue como la que tienen la mayoría de los niños. En todo caso había sospechas y chistes, pero no tuve una educación de forma manifiesta. Era un gustador de las mujeres más en sueños que en la realidad. Desde la primaria correteaba a las niñas más en la imaginación que en la realidad”.

“Cuando veía a una niña sentía una especie de pánico y todo aquello que soñaba que haría al estar frente a ella se venía por tierra. Normalmente no se enamora uno de la más inteligente de la clase. Por lo regular uno se siente atraído por la niña bonita. Yo me fijaba en la que tenía buenos modales, la de tez clara, de ojos azules o verdes o de aquellas a quienes iban a recoger sus padres en coche. Uno se forma sus ideales y se enamora de la niña que se acerca más a ellos. Con esto no quiero decir que las niñas inteligentes sean las feas, eso es un prejuicio”.

“Desde el momento en que los niños hacen competencias para ver quién es el que llega más lejos al orinar y miran de reojo al otro para enterarse de qué tamaño tiene el pene, hay un acercamiento a la sexualidad. Aparece una especie de recelo o envidia si el otro tiene el miembro más grande, ahí comienza una cierta identidad con el órgano sexual. Seguramente es un prejuicio creer que entre más grande es el miembro, más varonil y potente se es”.

Nos comparábamos

“Participé en competencias como las que mencioné y en muchísimas peleas. Recuerdo que entraba a los baños a orinar y de reojo veía el tamaño del miembro del otro, incluso llegamos a espiar para compararnos. Cuando veíamos que alguien lo tenía pequeño, dependiendo del poder que tuviera el niño descubierto, nos burlábamos y lo hacíamos público. El escenario de los niños es una especie de jungla, uno sabía cuándo convenía dar a conocer los resultados. Si el niño tenía el pene pequeño y además era inofensivo para nuestra fuerza, se daba a conocer. Hay una crueldad férrea en ese mundo infantil, los niños gozan con el dolor de los otros”.

“Parte de mi profesión de hacer versos e historias, proviene de mi timidez con las niñas, un poco por decirles todo aquello que les decía en sueños. Llegué a la escritura antes que a la lectura. Jamás me atreví a mostrar mis textos cuando era niño. Con todo, había miradas, coqueteos con alguna y sin una declaración había una especie de noviazgo. Inmediatamente quedaban prohibidas para ella todas las relaciones con otros niños. Sin ser mi novia oficialmente, me atrevía a reclamar ciertas actitudes y ella se justificaba cuando no las cumplía. Jamás me enamoré de una maestra, era un chico más o menos normal, me enamoraba de quien debía enamorarme en el sentido lógico”.

“Me desarrollé en un mundo salvaje, pero siempre tuve una especie de visión introspectiva hacía el otro mundo, el de la mujer. Era el niño que mira de reojo a las niñas, al que le parece un poco sagrado ese espacio, posiblemente porque algo le impide ingresar en él. Supongo que en ese tiempo le quería decir a una niña que si quería ser mi novia, que me gustaba mucho y todas las tonterías que uno suele decir a esa edad, pero que representan todo el universo para un niño, como puede resultarlo también para un individuo mayor cuando encuentra una persona con la cual llega al enamoramiento total. Quería ensalzar a la niña de tal forma que estableciéramos un compromiso irrompible. Yo idealizaba la relación, creía que terminaba con la muerte. Ese tipo de fantasías eran las que poblaban mi mundo infantil”.

Mi primera novia

“Creo que no hay necesidad de tocar un cuerpo para tener las sensaciones que uno siente al tocarlo. A veces se sospechan los contactos y en esa sospecha está el verdadero gozo. Las antesalas son más sorprendentes y a veces más atractivas que el punto final propuesto. El coqueteo anterior a la culminación de la meta, a veces es más emocionante. Con mi primera novia, al principio hubo un juego de compromiso sin palabras y luego se convirtió en mi novia formal. Con ella tuve mis primeros besos, caricias y las primeras declaraciones de caminar el horizonte juntos”.

“En la secundaria había una niña frente a la cual mis amigos decían que me sentía como Juan Diego ante la Virgen de Guadalupe. Ella era el prototipo de la niña que en ese momento me gustaba: era rubia, blanca, de ojos azules. Ella pudo haber sido la envidia de cualquier otro si lograba conquistarla. Hubo un acercamiento y una relación de amistad durante dos meses, hasta que decidí escribirle un poema. Llegué a mi casa con esa intención, pero no lo lograba. Tenía a la mano un libro de Gustavo Adolfo Bécquer y encontré un poema que dice: “¿Qué es poesía?”, dices mientras clavas/ en mi pupila tu pupila azul. / “¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?/ Poesía... eres tú”. Se lo entregué, pero en lugar de poner el nombre del autor puse el mío”.

“Días después ella apareció con una postal de esas que venden en el Metro con poemas impresos, ahí estaba el que yo le había regalado, pero en lugar de decir mi nombre decía Gustavo Adolfo Bécquer. Fue uno de los bochornos más terribles que he tenido que afrontar. No sé si ella lo buscó o lo encontró para mi desgracia. En ese momento no hice nada, pero más tarde lo justifiqué hablándole de la admiración que sentía por ella y de mi torpeza al escribir. Lo que yo escribía no podía estar a la altura de la belleza de la muchacha, por eso acudí a uno de los grandes poetas. Ella lo entendió y nos hicimos novios”.

Un descubrimiento impactante

“El conocimiento de la relación sexual para mí fue impactante, tenía ciertas nociones de lo que era, sabía cómo se procreaba y conocía ciertos elementos propios del acto sexual. Cierta noche, como a las once, algo me despertó. Vivíamos en un cuarto muy grande, yo dormía con una de mis hermanas y más allá estaba otra cama. Entonces vi a mis padres haciendo el amor. Había una lámpara encendida que no tuvieron la precaución de apagar y vi claramente a mi padre encima de mi madre. Me pareció una escena grotesca, no tanto por el acto mismo, sino por los sujetos que estaban realizándolo”.

“Ellos se dieron cuenta de que los vi, apagaron inmediatamente la lámpara y se quedaron inmóviles. Mi reacción fue de resentimiento y recelo hacía mi madre. Me costó trabajo dormir e imaginaba actos para vengarme de ella. Por supuesto, jamás hice nada ni mencioné lo que vi. Esa imagen de mis padres haciendo el amor aún me persigue, por fortuna creo que no me ha causado problemas en mis relaciones. No sé qué tanto ha intervenido en mis actitudes hacia las mujeres, eso lo tendría que descubrir un especialista. Lo cierto es que esa noche perdí la inocencia de aquellos años. A partir de ese momento comencé a mirar a las niñas con menos ingenuidad, ya correteaba con mi mirada sus muslos, los cuales se convirtieron en una obsesión en mi vida”.

Fue terrible

“Mi primera relación se dio cuando ya no me conformaba con los tocamientos comunes, decidí arriesgar caricias con la finalidad de culminar el acto sexual. La primera vez fue terrible. Teníamos trece años y éramos absolutamente inexpertos. De mi parte hubo un chantaje premeditado. A esa edad, las niñas dicen que te quieren mucho y yo le pedí que me lo demostrara. La obligué a aceptar, nos escapamos de la escuela y aprovechamos que mis padres no estaban en casa. Ella no quería quitarse ninguna prenda y más que con actos decididos, la convencí con palabras titubeantes. Fue una relación de experimentación, al grado de que no la pude penetrar. Creo que ella no se dio cuenta pero yo tuve cuidado de no decir nada”.

“Después de mi intento frustrado por penetrarla, se puso a llorar, no amargamente porque tenía un carácter fuerte. Pregunté el motivo de sus lágrimas y me dijo que había recordado las palabras de un amigo, al cual yo conocía y no dejaba de sentir ciertos celos por esa relación. Él le había dicho que se cuidara contra actos de los cuales se pudiera arrepentir. Según ella, concretamente contra actos como el que acababa de cometer. Entonces sentí cierto gozo al verla sufrir”.

“Entendí estúpidamente que para ella había significado algo más que una entrega, que había dejado en esa cama parte de su futuro como mujer, que en cierta manera se sentía mancillada, sucia, porque las enseñanzas con las que se había desarrollado hasta el momento le arrojaban a la cara esas conclusiones; además, que ya no podría casarse por la iglesia, que ya no podría mirar de frente a sus amigos y a sus padres”.

“Y yo gozaba, porque para mí cuanto más hubiera perdido ella, más grande era mi triunfo, incluso la penetración podía quedar en segundo plano: la había visto desnuda, la había tocado, nuestros sexos estuvieron en contacto, no hubo penetración, no hubo orgasmo; correspondencia, desde luego que tampoco, a esa edad lo importante era llegar a la culminación del acto, aunque fuera una llegada en falso. Además yo ya estaba preparando mi segundo asalto, mi segundo chantaje para que ella volviera a estar conmigo. De esa relación, yo salí un poco revitalizado, ella, un poco golpeada”.

Confirmar la hombría

“Pese a todo, mi moral estaba por los suelos, me dije que era un estúpido porque mi primera relación había sido un fracaso y se me figuraba que de ahí en adelante vendrían más derrotas. Entonces le dije a la niña que probablemente había quedado embarazada y que si no regresaba a hacer el amor conmigo no la apoyaría. Ella se lo creyó o me lo hizo creer y tuvimos otro encuentro en donde todo fue distinto”.

“Siguieron muchísimas veces más y cada vez con un gozo más intenso, luego de los primeros titubeos vino la relajación. Comencé a darme cuenta de que la mujer tiene más capacidad de gozar la relación que el hombre. No usamos protección, no nos importaba. Según esto, yo iba por la confirmación de que era capaz de embarazar a una mujer y que era un hombre. Luego de la relación me sentí bien, pero eso de confirmar la hombría sigue siendo un mito, algo que está en la imaginación colectiva. Es una estupidez querer comprobar la hombría, ni siquiera sé con exactitud qué significa la palabra hombría”.

“La segunda relación que tuve fue con una mujer que prácticamente abusó de mí. Era una vecina mayor que yo, casada. Subía en ese momento por las escaleras con unas bolsas y me ofrecí a ayudarla. Me invitó a pasar, me hizo preguntas acerca de novias. Negué tener alguna relación, ella dijo si acaso estaban ciegas mis compañeras y de pronto se acercó y me plantó un beso”.

“Ella tenía una urgencia sexual que se desbocó en ese momento, afortunadamente mi miembro reaccionó de una manera satisfactoria, si no, hubiera sido mi segundo fracaso. Ella se arrojó sobre mí y jaló mi playera. Me condujo a su habitación y toda la iniciativa fue de ella. Hizo que me acostara y se subió en mí. Tuvo su orgasmo y yo pensaba más en los gritos que ella daba, que en mi propia satisfacción. Nunca lo volvimos a hacer, cuando la veía agachaba la cabeza. En mí había culpa y en ella creo que descaro. Tal vez ese encuentro fortuito es algo que ha determinado mi forma de ser, porque gozo mucho cuando sé que poseo algo que no me pertenece. La infidelidad es un elemento importante para que yo goce más, pero eso hay que dejárselo a los psicoanalistas”.

La mujer es imprescindible

“Para finalizar, quiero establecer que la mujer es un ser que tiene mucho mayor capacidad para amar que el hombre. Nosotros tenemos muchos prejuicios y a ellas no les importan. En el momento de entregarse, la mujer se desnuda tanto de nombres como de apellidos. El hombre está lleno de máscaras y le cuesta mucho trabajo quitárselas, por eso el gozo de la mujer es más intenso que el del hombre”.

“La mujer es imprescindible para la sociedad. Así como no puedo imaginar un mundo sin libros, tampoco lo imagino sin mujeres. El mundo estaría muerto si no tuviera estos dos elementos. Por supuesto que me refiero al libro como una especie de motor creativo, en ese sentido, la mujer también es un motor que estimula al hombre para cumplir una función creativa. En términos generales, el hombre está lleno de miedos, la mujer es más abierta y más decidida. En el sentido sexual, las mujeres son más fuertes, mientras que el hombre está desprotegido. Esa supuesta debilidad femenina, en el momento del acto sexual se convierte en una libertad absoluta, la cual no tiene el hombre”.

“Además, creo que lo que impide al hombre la satisfacción sexual es el prejuicio de no mostrar su debilidad. Pareciera que si uno se desnuda emocionalmente ya no hay más secretos y tampoco más defensas. No hay más ases bajo la manga para dominar. Desde que el hombre se encima sobre la mujer para culminar el acto sexual se está imponiendo una forma de poder. De acuerdo con la historia, cuando Lilith rompe con esa tradición y ya no es la que está abajo sino arriba, es expulsada del Paraíso. Entonces, se reinventa un personaje más sumiso y más acorde con la sociedad que se pretende, a Eva, la cual incluso es creada a partir de una costilla de Adán. No hay historia más misógina que ésa”.

 

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Juan Rodrigo Castel

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