• 21 de Noviembre del 2024

Calderón, el indefendible

Felipe Calderón / Especial

 

Impedir que Calderón se reconstruya, exigir que sea juzgado por los tribunales, más allá de un deber cívico es, ante todo, una ineludible obligación moral

 

01 de diciembre, año del 2006, 9:30 am. Escoltado por elementos del Estado Mayor Presidencial, diputados del PAN y algunos del PRI, Felipe Calderón Hinojosa ingresó a la Cámara de Diputados, con la finalidad de rendir protesta como presidente de los Estados Unidos Mexicanos. Cumplidas 67 horas de que los inconformes tomaran el recinto, el lugar se ha convertido en un auténtico hervidero que logra apenas contener el desequilibrio sintomático, originado en la erosión del poder público.

Las imágenes denotan las desavenencias entre la izquierda y la derecha, cuyos representantes se empujan o gritan en un escenario poco antes visto, al tiempo que los propios diputados del PRD, utilizan las curules para armar barricadas, e impedir el acceso de la comitiva. Pero ni los gritos o sillazos, ninguna consigna repetida a voz en cuello, a la manera de un exorcismo que ahuyente la sombra del fraude, el fraude cuyo trágico estertor se escuchó 18 años antes con la misma fuerza, lograría impedir la investidura.

Calderón llegó al recinto por la puerta trasera, antes de él, entre los gritos de ¡fuera! ¡fuera!, arribaron también el presidente del Senado, Manlio Fabio Beltrones, a su vez, Emilio Gamboa, Dante Delgado, Santiago Creel, miembros numerarios de la clase política que ha empleado el silencio, la concertacesión o la intriga palaciega, como herramientas de supervivencia en ese oficio de tinieblas que representa el poder.

Pero adentro, adentro la batalla campal, el crudo performance con la lucha de clases incluida, los diputados del PAN, insertos en lúgubres trajes oscuros, los del PRD, enchamarrados, unos y otros, luciendo el contradictorio fenotipo que otorga fuerza al sinsentido de la política en México, una piara gigantesca donde la mierda, se reparte lo mismo entre encerronas, bautizos o carnes asadas, siempre bajo el sello delirante de la transa.

Incólume, con la ceja alzada en franca señal de arrogancia, Calderón, pequeño como el 1% que sirvió al IFE para legitimar aquella cuestionada elección, recibió la Banda Presidencial de manos del titular del Congreso, Jorge Zermeño, y ya investido, miró el pandemónium desde su posición de “nuevo señor del gran poder”.

Aquel hombrecillo que décadas atrás, se iniciara en política de la mano de Carlos Castillo Peraza, alzó la mano para emitir el juramento, un juramento que apenas se pudo escuchar entre el sonido de los silbatos de los diputados perredistas, o los vítores adulatorios de los panistas, mudos testigos de las turbulencias del nuevo sexenio.

En aquel 2006, en un tiempo récord de tres minutos, quedó sintetizada la vieja sumisión de la clase política a la investidura presidencial, aunque esta vez no habría discursos halagadores o besamanos, tampoco el habitual paseíllo entre curules, sólo para recibir la gloria efímera del aplauso.

Frente a las letras en oro de los héroes que nos dieron patria, la democracia fue mancillada por segunda ocasión, y arriba, la inmensa bandera que atestiguó los devaneos arcaicos de la dictadura perfecta, sería testigo. Abajo, los puñetazos, el agarrón y el gesto feral como en un cuadro de Siqueiros, mientras afuera, afuera la revuelta de un pueblo que no tuvo suficiente. Arriba, la voluntad monolítica del poder se impuso, y afuera, afuera de nuevo la voz del entonces candidato Andrés Manuel López Obrador, sería acallada por la imagen fantasmal de un Díaz Ordaz insepulto, negado al descanso eterno por la atroz vigencia de la masacre que se reaviva cada octubre.  

Aquel estruendoso 2006, La amenaza de la nueva tiranía se paseó sobre el cielo contaminado de la ciudad más poblada del planeta, escupida por la tierra que retiembla en su centro, y el sonoro rugir de los cañones aprestado, mientras el clamor del organillo, desde el Zócalo, entonaba “la media vuelta”, de José Alfredo Jiménez.

Durante su ilegítimo gobierno, Felipe Calderón Hinojosa, dirigió al país con lujo de violencia y de espaldas a la ley, erigiendo al autoritarismo como una turbulenta bandera mediante la cual, intentó lavar la oprobiosa pestilencia que caracterizó su arribo al poder. Con el estandarte de la legalidad y el orden como chantaje moral, Calderón dio inicio a la llamada “guerra contra el narco” el 11 de diciembre del 2006, apuntalando en su discurso redentor “la victoria contra los villanos”, como un galardón que al final nunca llegó.

Presto a limpiar la maltrecha honra que lo llevó a protagonizar una investidura exprés, con el estigma del fraude encima, Calderón desplegó a los militares en las calles, iniciando una gresca que cobró más de 100,000 muertes, amén de los más de 24,000 desaparecidos que, según José Miguel Vivanco, director para las Américas de Human Rights Watch (HRW), convirtieron a México en el líder de las desapariciones, con cifras mayores a las infaustas dictaduras de Chile, Argentina y Brasil.  

Las graves violaciones a los derechos humanos, así como el involucramiento de autoridades policiacas en tareas del crimen organizado, fueron una constante durante el sexenio donde, a decir de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), Calderón presionó a jueces para encarcelar supuestos culpables, llenando las cárceles de personas sin condena. Según datos revelados por el propio organismo, de 9 mil 233 detenidos, solo 1059 fueron consignados.

Con la autocracia esgrimida en el estilo personal de gobernar, Calderón intentó erigirse como el adalid de la lucha contra el narco, sin embargo, tras el discurso reivindicador de matices megalomaníacos, se vislumbraban ya, los cruentos rasgos de un hombre gravemente enfermo de poder, que, gracias a las gestiones de la nomenklatura política, los oligarcas y la fuerza represora del Estado, tomó al país por asalto aquel estruendoso 2006.

La efervescencia provocada por la personalidad infantiloide de Vicente Fox y su alternancia trunca, devinieron en una nueva clase esperpento político llamado Felipe Calderón Hinojosa, quien con la ayuda del anterior, ya incrustado en el poder, logró reanimar al sistema de privilegios que caracterizó a los regímenes autoritarios, convirtiendo al Estado en un artificioso juguete que lleno de pólvora, estalló en sus manos sin que su patibulario perfil, los rasgos de un sociópata, le permitieran recapitular.

Ni siquiera la muerte de Juan Camilo Mouriño, o la de Francisco Blake Mora, ambos cercanos colaboradores, fallecidos en extraños accidentes de aviación, impidieron a Calderón mantener su retórica belicista. Muy al contrario, tales decesos, pasaron a enriquecer el antipoético osario que el propio Calderón edificó en su lucha por el poder. Inamovible a todo tiempo, pagado de sí mismo, Calderón Hinojosa contribuyó a la erosión del tejido social; en su ruta descendente hacia el oprobio.

Con la insolencia de frente, dilapidó la oportunidad de reivindicar la transición política que su antecesor rehuyó, en lugar de eso, instauró la doctrina del garrote vil, persiguiendo a críticos, periodistas y opositores. De lo anterior, da cuenta la salida de la periodista Carmen Aristegui de MVS en 2011, cuando esta abordó el rumorado alcoholismo del entonces mandatario al aire.

En pleno 2020, la periodista argentina Olga Wornat, dio a conocer públicamente la manera en que fue censurada por el gobierno, lo anterior para evitar que viera la luz su libro: “Felipe el oscuro”, texto que, a decir de la propia autora, revela el entramado de corrupción y vínculos entre el gobierno de Calderón, con los carteles de la droga a través de su favorito Genaro García Luna. Wornat, denuncia igualmente la relación político-amorosa entre Calderón y su esposa Margarita Zavala, que tanto dañó al país.

Lo más grave de la revelación de la periodista, resulta, indudablemente, que se haya utilizado al aparato de seguridad del Estado para, según ella misma, amenazarla a través de correos y llamadas telefónicas, motivando que abandonara México bajo el temor-fundado-de ser desaparecida. El caso Wornat, no concluyó con la salida de la autora de nuestro país en aquel entonces, su asistente también fue amenazado, teniendo que escapar, extendiéndose las injurias a la Editorial Planeta, que hubo de tomar medidas apremiantes ante la gravedad de la situación.

Calderón transformó al país en una enorme fosa, por donde brotó el hedor de la Masacre de San Fernando, Tamaulipas, ocurrida en agosto del 2010, aquel suceso funesto donde 72 migrantes entre mujeres y hombres, perdieron la vida a manos del Crimen Organizado. También la muerte de 49 niños durante el incendio de la Guardería ABC en Sonora, ocurrido en junio del 2009, por una clara negligencia en el manejo del lugar.

Cabe señalar que según la propia Olga Wornat, una de las propietarias de ABC fue Marcia Matilde Gómez del Campo, prima de Margarita Zavala, y quien, a decir de la periodista, fue protegida por el gobierno, el cual, no buscó la reparación del daño a los deudos, ni mucho menos ofreció disculpa alguna. La dislocada personalidad de Felipe Calderón, su gobierno plagado de excesos, motivó que, en el año del 2012, el entonces veterano periodista Julio Scherer García (1926-2015), publicara el libro: “Calderón de cuerpo entero”. El texto resultó una alarmante radiografía del ex presidente, a manos de un autor que, en su legendaria trayectoria no tuvo empacho en cuestionar al poder en turno desde una objetividad sin límites, sin olvidar el talante descriptivo de sus letras.

Solapado por el gobierno de EPN, con todo y la inescrupulosa red de contubernios que involucró al ejecutivo con el resto de los poderes- y que indudablemente, resultó uno de los comportamientos de la clase política en México durante al menos 32 años- Calderón presionó, chantajeó, quebrantó, criminalizó y terminó de hundir al país, en aras de su ambición desmedida por el poder.

Resulta escandaloso entonces, que ahora pretenda rasgarse las vestiduras ante la menor provocación, Sobre todo, cuando sabemos que su futuro pende de un hilo, a partir de la detención en los Estados Unidos de quien fuera su secretario de Seguridad. Señalado en libros e investigaciones de los periodistas Anabel Hernández, Lydia Cacho, Ricardo Ravelo, Álvaro Delgado, sólo por citar algunos, Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, es la muestra más vil de lo execrable, una abominación cuyo retorno a la política, de permitirse, sería como avalar la perpetuidad de la injusticia en México, con todo y el trágico referente. Impedir que Calderón se reconstruya, exigir que sea juzgado por los tribunales, más allá de un deber cívico es, ante todo, una ineludible obligación moral.