• 28 de Septiembre del 2024
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 Frecuencia alterada (Cuento)

 

 

 

Esta historia es pública, ocurrió en el sur de Romalia, pero por sus alcances, bien podría haber sucedido en cualquiera de los otros puntos cardinales, y lo mismo habría sacudido a quienes hubieran tenido la oportunidad de conocerla de primera mano.

Una noche de fuegos artificiales, luego de andar entre las calles desoladas del centro de la ciudad, Daniel Corona realizó una llamada telefónica a una estación comercial de la radio. Quería comunicarse con Magda.

Daniel pretendía utilizar la estación como enlace entre él y la mujer, pero quizá lo dominaba más la intención de forzar a Magda a responderle, puesto que ella se negaba a cruzar palabra con él desde hacía más de cuatro semanas. Él aún no se convencía que Magda ya estaba a miles de kilómetros, no sólo del lugar del que Daniel hacía su llamado, sino lo que era peor, también de su alma.

Mientras Daniel aguardaba la comunicación con la mano crispada en la bocina, se le figuró que las fibras de su corazón comenzaban a vibrar estimuladas por la ansiedad que la sola posibilidad de hablar con Magda le provocaba, le pareció incluso que las vibraciones abarcaban todo su cuerpo, convirtiéndolo, por algún mecanismo interno, en un emisor de señales amorosas que se ajustaban a la frecuencia radial de la estación.

Los empleados de la radio lejos de oponerse a la intermediación, exhortaron a Daniel a hilvanar frases conmovedoras; ésa era precisamente su labor, y su negocio. Después de varios anuncios de los patrocinadores y puentes musicales lánguidos, se escuchó un tecleo telefónico.

Las ondas del agua se difunden de manera concéntrica, mecen a los patos y hacen estremecer a la más pequeña brizna que crece en las orillas; acaso las de la radio se difunden de una manera más azarosa y sutil y sacuden el espíritu de los enamorados, porque en el instante en que Daniel marcaba, en otra parte de la ciudad, Alfredo España encendió su aparato de radio un poco fastidiado por el recuerdo de la reciente discusión que había tenido con Magda. Es posible que estuviera molesto consigo mismo por la violencia de sus celos homicidas, y la estupidez de las mujeres al provocarlos abiertamente mencionando hechos felices ocurridos con parejas anteriores. A Alfredo le pareció una manía presuntuosa que las mujeres recalquen insidiosamente su existencia pasada, para resaltar el hecho de que no han nacido justo en el momento en que un hombre posa por primera vez sus ojos en ellas.

No obstante, Alfredo se tranquilizó escuchando la música, se calmó milagrosamente por completo, tal como si la explosión anímica del mediodía hubiera dejado en su interior un desierto habitado sólo por imágenes de Magda: los ojos húmedos de Magda mirándole los suyos turbios, sus manos temblorosas amoldándose a los recovecos de su vientre y sus caderas, unas hebras de cabellos atrapadas en la comisura de su boca.

Por un capricho de enamorado, durante la noche Alfredo España eligió la misma frecuencia radial que Daniel Corona para hacer pública la pasión que sentía por Magda; confirmó horarios, sintonizó la radio, se alejó del aparato en busca del teléfono. En tanto, Daniel adivinaba el timbrar intermitente del teléfono de Magda en algún punto de la ciudad.

Al establecerse la comunicación para Daniel, se escuchó por la radio la voz de Magda:

—Buenas tardes. Está usted hablando a Marítima Vega, compañía naviera. ¿Con quién desea comunicarse?

—¡Hola!, soy yo. Te estoy hablando de una estación de radio —dijo precipitadamente Daniel—, y por el teléfono, por supuesto —aclaró enseguida—. Es una sorpresa…, mi amor…

—¿…?

—¿Tienes por ahí cerca un aparato de radio?

Luego de reconocer la voz de Daniel, Magda se limitó a exclamar enfadada: ¡Humm! Y luego dijo:

—No tengo nada de qué hablar contigo. Lo siento, por favor olvida mi número telefónico.

—Espera, Magda. Por lo menos escúchame…

—Lo siento, estoy trabajando…

—… De verdad te estoy llamando de una estación de radio…, si tienes un aparato cerca, enciéndelo en Delta Radio, 67.3 de F.M. Estamos en “Heart’s Conection”…

—Discúlpame, tengo que colgar.

—… Te juro que lo sucedido en la casa de Imelda fue un terrible error. ¿Cómo iba a querer hacerte daño? En todo caso, yo estaba ebrio y Verónica vino a mí con sus historias. Tú me habías dejado solo, por eso le creí cuando me dijo que alguien se besaba contigo en una de las habitaciones. Lo demás fue una idiotez, lo sé, perdóname. Fue Verónica quien prácticamente me obligó a acostarme con ella…

—Daniel, eso para mí ya no tiene importancia. Debí habértelo dicho antes…

—Lo podemos solucionar, amor. Magda, yo sé que tú aún me amas…

Hay instantes que únicamente a nosotros nos pertenecen, que son únicos, y pareciera ser que sólo en ellos existimos en plenitud, lo demás es “la vida”, ir de aquí para allá a lo largo de la existencia, buscando esos momentos que nos pertenecen sólo a nosotros. Eso debe haber sido, o algo parecido, lo que le ocurrió a Alfredo España, porque cuando logró hacer contacto con la estación, le pidieron que esperara, escuchó voces y música, pero no entendió nada. No le dieron tiempo de explicarles su deseo de hacer saber al gran público que su soledad al fin había terminado y que sentía una urgente necesidad de esparcir en el espacio las notas amorosas de su pecho exultante. En silencio, esperando con la bocina impersonal pegada a la boca y al oído, Alfredo imaginó en ese instante buques errabundos contactándose en mares imposibles, buques embriagados navegando en aguas volubles, buques cuya tripulación era de origen oscura y tan vieja como el mundo.

Los empleados de la estación de radio, que en el ínterin eran puestos al tanto de la situación amorosa de las personas que hacían los llamados, decidieron intervenir en la conversación de Daniel y Magda para evitar que ella diera por concluida la comunicación. Se presentaron. Se dirigieron a Magda tratando de parecer conciliadores. Para justificar su intromisión, los conductores (un hombre y una mujer) explicaron a la muchacha el formato y la finalidad del programa: “Estamos al aire, Magda. ¿Tienes un aparato de radio cerca? Sí, seguramente lo tienes. Enciéndelo y localiza Delta Radio, 67.3 de F.M. Estás en Heart’s Conection. Qué te parece”.

De pronto todos callaron, sólo se distinguieron los sonidos característicos del ir y venir de personas agitadas y el rechinar de escritorios, junto con el intento de sintonizar una radio desquiciada que recorría el cuadrante en ambas direcciones.

Convencido de que Magda hacía lo que le pidieron los conductores del programa, Daniel exclamó triunfante, como si el haberla llamado por intermediación de la radio hubiera sido una prueba máxima de amor:

—¿Ves lo que soy capaz de hacer por ti, Magda?

—De cualquier forma, no tengo nada que decirte —murmuró Magda, intimidada por escuchar su voz en la radio por única vez—. ¿Qué no entiendes? —agregó modulando su tono, quizá fascinada por su timbre vocal, tal vez satisfecha de su acento entre suplicante y sensual—.

En algún extremo de la línea la audiencia pudo escuchar simultáneamente murmullos-risas-gritos y silbidos, y luego la voz de Magda:

—Lo siento, Daniel, tengo que colgar.

Sin transición, los conductores del programa comenzaron a hablar acerca de la capacidad infinita del espíritu para perdonar, recordaron ejemplos, citaron parábolas y, sobre todo, se lamentaron por la falta de sensibilidad, la desconsideración de Magda con el auditorio que no podría ser partícipe del desenlace de lo que ellos consideraron “una bonita historia de amor”. Justo en ese instante, la frecuencia se vició tal vez debido al volumen excesivo de una radio demasiado cercana al teléfono y no se entendieron las respuestas de Magda.

Cuando el sonido se restableció, Daniel suplicó-rogó-imploró, puso como testigos de la intensidad de sus sentimientos a los conductores del programa, a los operadores de la radio y al público que sintonizaba la frecuencia en ese momento. Con un tono monocorde, sin inflexiones, Daniel lo mismo argumentó en su favor que describió dolores amorosos.

Por una confusión, los operadores de la radio oprimieron la tecla del conmutador que permitía que la línea ocupada por Alfredo España tuviera audio libre. Su voz, trémula, enamorada, invadió la ciudad de Romelia hasta llegar a los oídos de Magda, que en esos instantes discutía-dudaba-gritaba. Después de las aclaraciones pertinentes, siguió una disputa confusa. Entonces, Magda reclamó-suplicó-juró, pero también señaló-explicó-lamentó y lloró.

Los empleados de la estación urgieron a Magda a que se decidiera por alguno de los dos hombres en ese preciso instante, para satisfacer al auditorio ávido que saturaba su central telefónica, y complacer a los patrocinadores que exigen que se respeten los espacios publicitarios convenidos.

Al parecer hubo una interferencia. Durante segundos, unos ruidos crepitantes no permitieron entender lo que se decía, y todo quedó nuevamente en silencio.

La duda quedó resuelta cuando se escuchó un estrépito parecido al resonar de un disparo, y como el azotar de un auricular que golpeaba una mesa, derribando un cenicero o un vaso que se hizo añicos. Con el oscilar de la bocina se extinguió el sonido del “bip-bip” molesto, que por momentos se confundía con un hipo convulso, y el alarido infinito de una mujer.

***

Juan Norberto Lerma

México, Distrito Federal.

Es escritor y periodista. Ha colaborado en diversos medios de comunicación y en varias revistas culturales. Ha publicado varios libros de cuentos en Amazon, entre los que se encuentran Las Maiposas Cantan de Noche; La Bestia entre los días; y Perro Amor.