Y en el tema de la guerra lo paradójico es que no sólo se sufre durante y después de los conflictos, para la naturaleza el antes cuenta de igual manera, ya que las pruebas de las armas de destrucción masiva se dan directamente sobre medios naturales, agua o tierra, sin que seamos conscientes de sus impactos para la humanidad; hay quienes relacionan algunas pruebas con movimientos en la tierra que han dejado temblores, pero es algo no validado.
Así señala la Asamblea General de las Naciones Unidas, que durante más de seis décadas los conflictos armados han ocurrido en más de dos tercios de los puntos clave de biodiversidad en el mundo, lo que representa una amenaza crítica para los esfuerzos de conservación.
En 2001, ante el hecho de que el medio ambiente ha sido el gran olvidado de las guerras y de su industria, la Asamblea declaró el 6 de noviembre como el Día Internacional para La Prevención de la Explotación del Medio Ambiente en la Guerra y los Conflictos Armados y hace apenas unos años, el 27 de mayo de 2016, adoptó una resolución que reconoce el papel de los ecosistemas saludables y de los recursos gestionados de forma sostenible en la reducción del riesgo de conflicto armado, reafirmando su compromiso con la implementación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y manteniendo los principios de la Agenda 2030.
A lo largo de los últimos años, tenemos múltiples ejemplos de por qué es necesario proteger a la biodiversidad de los efectos de la guerra.
En la guerra de Vietnam, el ejército estadounidense roció millones de litros de una gama de herbicidas y defoliantes siendo el más difundido el Agente Naranja, que destruyó de forma deliberada bosques para privar a las guerrillas del Viet Cong de la cubierta que les permitía lanzar ataques.
En la década de los 90, una serie de sangrientos conflictos armados en la República Democrática del Congo tuvo un efecto devastador sobre poblaciones de vida silvestre que sirvieron como suministro de carne para los combatientes, los civiles que luchaban por su vida o los comerciantes.
En la misma década, en respuesta a un levantamiento chiita en el Sur de Irak, las tropas de Sadam Hussein drenaron las marismas mesopotámicas, el ecosistema de humedales más grande de Medio Oriente, secando un importante ecosistema acuático.
En América Latina tenemos casos como el colombiano donde, décadas de extracción de oro no reguladas en el país causaron grandes daños ambientales a zonas controladas por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
La minería, junto con la extracción ilegal de otros recursos naturales, como la tala, fue una fuente importante de financiamiento para los rebeldes, y resultó en la contaminación por mercurio de los ríos y la tierra, especialmente en la cuenca del río Quito.
El panorama no es alentador, pero, quizá exista una oportunidad para ocupar estas experiencias que han sido documentadas y vincular, al medio ambiente con la paz.
Hoy, la Asamblea de la mano de importantes universidades del mundo ha lanzado un curso abierto en línea, basado en más de 225 estudios de caso de más de 60 países post-conflicto, sobre seguridad ambiental y el mantenimiento de la paz. Todos estamos por un mundo sin guerras y con calidad ambiental.
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Twitter @RicardoChavero
Secretario General del Partido Verde en Puebla Capital