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Miércoles, 18 Mayo 2022 13:53

Embrollos de la memoria

Ciertos olores, establecen una relación íntima con el tema de la memoria. Por eso, el piso lustrado con olor a bencina me recuerda las tardes de verano cuando me quedaba mirando el cuadro de los bisabuelos con sus rostros serios. Para mí, seres extraños, retratados sin voz, sin sonrisa, sin alma… La bisabuela con los labios sumamente delgados y los ojos azules vidriosos, en su seriedad, daba la impresión de que estaba eternamente enojada. Parecía misteriosa, con su pelo color tabaco, en un retrato monolítico, inmóvil, donde el camafeo de piedras preciosas colgado de una cadena de oro en su cuello, sobre la gola alta de encaje de su blusa, era lo que más llamaba mi atención. Lógicamente, que el bisabuelo pelirrojo con la cara pecosa, contrastando con sus ojos verdes, no pasaba desapercibido.

Estas imágenes quedaron para siempre en las paredes de mi memoria, como el reloj a cuerda, tan grande, que se quedaba como un objeto de lujo o de arte, sobre el aparador en el comedor de visitas.

El camino entre las experiencias vividas y las formas como los objetos son presentados al dar cuenta de la memoria personal, es interesante e intrigante. Por eso, ayer me sorprendí al abrir el cajón del escritorio, con olor a naftalina, me invadió una sensación de abandono y de ruina silenciosa. Allí estaba el puñal inerme en una gaveta casi vacía, si no fuera por su presencia carente de posibilidades, ya que no había una mano cualquiera que lo empuñara como simple extensión de una conciencia, ese objeto me hubiera transmitido miedo.

Sinceramente, me hubiera gustado encontrar en el cajón, el viejo camafeo con la cadena de oro o por lo menos, un mantel de lino blanco, bordado en punto cruz.

Un mantel blanco bordado en punto cruz siempre estuvo, impecable, en la mesa de mi abuela que, olía a queque recién horneado. Y ella, al igual que sus hermanas, comentaba que a su madre le gustaba hacer todo tipo de bordados y que se entretenía haciendo pintura a la aguja, un bordado realizado en punto cordoncillo, para llenar o reseguir la silueta de los dibujos, hasta cubrir completamente el tejido base. Normalmente, la bisabuela utilizaba hilo de seda para realizar sus obras.

Pero, encontré un puñal con la punta muy afilada. No recuerdo quién me dijo que el filo del puñal se concentra en la punta, no en la hoja delgada que depende de la fuerza de un brazo para ser enterrada. La hoja no tiene filo. El puñal es un arma blanca que está diseñada para matar personas o animales, cuya hoja es triangular. Los hombres lo pensaron y constituyeron para un fin muy preciso: matar.

Yo nunca aprendí a bordar, ni a ensartar el hilo a una aguja. Extrañamente, aprendí, no recuerdo dónde, que el puñal solo hiere con la punta.

 

***

 

Biografía:

Márcia Batista Ramos, brasileña. Licenciada en Filosofía-UFSM. Gestora cultural, escritora, poeta y crítica literaria. Editora en Conexión Norte Sur Magazzín, España; columnista en Inmediaciones, Bolivia, periodismo binacional Exilio, México, archivo.e-consulta.com, México, revista Madeinleon Magazine, España y revista Barbante, Brasil. Publicó diversos libros y antologías, asimismo, figura en varias antologías con ensayo, poesía y cuento. Es colaboradora en revistas internacionales en 22 países. Editor adjunto de la Edición Internacional de Literatura China (a cargo de la Federación de Círculos Literarios y Artísticos de Hubei, China).

Domingo, 24 Abril 2022 23:03

Verano de 36

Aquel verano se había vuelto insoportable. Columba miraba fijamente los lagrimones de sudor que se escurrían sobre el ventanal de la sala, hilitos de agua sucia enfilando hacia la jardinera donde crecían sus rosales. Igual que ellos, se sentía hastiada de tantos amaneceres repetidos, de esa vida doméstica tan insulsa como aburrida en la que lo más interesante que podía ocurrir era esconderle a su marido los estados de cuenta de la tarjeta de crédito. Los pleitos del día anterior a la fecha de pago le servían como pretexto para echarle en cara toda su mediocridad, la falta de ambiciones que lo había convertido en un medio hombre sin esperanza en el futuro y sin esplendor en el pasado. Le escupía con dolo el hecho de que en casa de sus padres nunca hubiera tenido necesidad de estirar la mano, porque allí le adivinaban hasta el último de sus caprichos y se los cumplían sin pedirle explicaciones. Aquellos zafarranchos no tenían como objetivo el darle un giro a su existencia conyugal, pero le ayudaban a sacar el rencor acumulado que la carcomía durante el resto del mes.