En el asentamiento irregular conocido como El Chaparral, en Tijuana, Baja California, los residentes duermen apretados en el piso cubiertos con lonas o casas de campaña.
Actualmente hay aproximadamente tres mil personas hacinadas entre mujeres, niños y hombres.
Los baños portátiles solo pueden utilizarlo los que se levanten más temprano, y a veces, hay que esperar días para que sean vaciados. Las familias cocinan en la banqueta la poca comida que consiguen, aquí y allá, y los niños juegan bajo la vigilancia estricta de la comunidad que, dice, se han encendido las alertas por el rapto de menores.
De acuerdo con el último censo hecho por la dirección municipal de Atención al Migrante del ayuntamiento de Tijuana, a un lado de la garita peatonal del Chaparral -de donde toma su nombre la ciudad perdida- actualmente hay aproximadamente 3 mil personas hacinadas entre mujeres, niños y hombres.
En la segunda semana de abril las autoridades estimaban que en el lugar vivían 2 mil personas en medio de sus casas improvisadas a las que han adaptado con cartones y cobijas para resistir las inclemencias del clima.
Esto representa un incremento de 50 por ciento en la población que, se estima, resiste día con día en el lugar bajo condiciones inhumanas con la única esperanza de que se reactive por completo el programa de asilo humanitario del gobierno estadunidense -pausado por Joe Biden en su primer día de administración, el pasado de 20 enero- o, en una de esas, juntar los 7 mil dólares que cobra un ‘coyote’ por contrabandearlos hacia el llamado sueño americano.