• 14 de Mayo del 2025

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Durante la época victoriana (1837–1901), la muerte era una presencia constante en la vida cotidiana. Las altas tasas de mortalidad infantil, las frecuentes epidemias y las condiciones de vida insalubres contribuyeron a que la muerte fuera una compañera habitual en los hogares británicos. Esta realidad no solo impactaba a las clases más desfavorecidas, sino que permeaba todos los estratos sociales, desde la realeza hasta los obreros. A medida que la Revolución Industrial transformaba las ciudades en focos de hacinamiento y pobreza, las condiciones sanitarias precarias aumentaban la vulnerabilidad de la población a enfermedades contagiosas y letales, como el cólera, la tuberculosis y la difteria. En ciudades como Londres, donde la peste y otras enfermedades acechaban constantemente, la mortalidad infantil alcanzaba tasas alarmantes, lo que llevaba a muchas familias a vivir con el constante temor de perder a sus seres queridos.

Por ejemplo, en el condado de Preston, Virginia Occidental, entre 1837 y 1838, solo el 44.6% de los niños de clase obrera sobrevivían hasta los cinco años. Esta cifra ilustra la cruel realidad de la época, donde la esperanza de vida era sorprendentemente baja, especialmente entre las clases más pobres. En este mismo contexto, solo un 20.4% de los adultos de clase obrera lograban superar los 40 años, reflejando las pésimas condiciones de vida y las pocas opciones de atención médica. La vida cotidiana se desarrollaba bajo una constante amenaza de enfermedad y muerte, lo que moldeó la manera en que la sociedad victoriana se relacionaba con la pérdida.

La moda del luto y su significado cultural

La moda, por su parte, no era ajena a este contexto de duelo constante. La reina Victoria, tras la muerte de su esposo, el príncipe Alberto, en 1861, instauró un período de luto que duró 40 años, marcando la pauta para la sociedad victoriana. La reina, cuya devoción hacia su marido era conocida, impuso un riguroso protocolo de luto que impactó directamente en la vestimenta de la época. Las mujeres debían guardar luto durante largos períodos, a menudo dos años y medio, utilizando vestimenta y colores específicos que indicaban el tiempo transcurrido desde el fallecimiento. El color negro, en especial, se convirtió en el símbolo del dolor, y la rigidez del luto fue un reflejo de una sociedad profundamente marcada por la muerte. Este fenómeno afectaba tanto a las clases altas como a las más bajas, y aunque la moda de luto evolucionó con el tiempo, la presencia de la muerte en el vestuario victoriano nunca desapareció completamente.

Fotografía Post-Mortem: un retrato del duelo

Una de las costumbres más singulares de la época fue la fotografía post-mortem. Con la expansión de la fotografía en el siglo XIX, las familias comenzaron a retratar a sus seres queridos fallecidos como una forma de preservar su memoria. A pesar de que esta práctica pueda parecer sombría o incluso macabra desde nuestra perspectiva moderna, era una forma común y aceptada de honrar a los difuntos. En una era en la que la esperanza de vida era corta y los recuerdos de los seres queridos se desvanecían rápidamente, estas imágenes ofrecían una forma de inmortalizar a los fallecidos, especialmente a los niños, cuyas vidas eran tan frágiles. Las fotografías post-mortem no solo capturaban la imagen del difunto, sino que, en muchos casos, los mostraban en escenas cotidianas, como si estuvieran descansando o realizando actividades de la vida diaria.

Retratos dulces y trágicos

Los niños fallecidos, por ejemplo, eran retratados como si estuvieran dormidos, muchas veces rodeados de juguetes o en brazos de sus padres. Las técnicas fotográficas, aún primitivas, se utilizaban para dar la impresión de que los difuntos seguían “vivos”, manipulando los ojos o manteniendo la postura de los cuerpos mediante hilos o soportes invisibles. Esta práctica reflejaba el profundo amor y respeto de las familias hacia sus seres queridos, así como una forma de enfrentar el dolor de la pérdida. En un contexto donde la muerte era tan omnipresente y las despedidas eran casi siempre definitivas, estas fotografías servían como una herramienta para lidiar con el duelo y mantener la conexión con los fallecidos.

La fotografía post-mortem, aunque puede parecer una manifestación extraña para nosotros, revela una visión de la muerte completamente distinta a la que tenemos hoy. En la sociedad victoriana, la muerte era vista de manera más directa, sin los filtros que hoy utilizamos para evitarla. Las costumbres, la moda y las prácticas funerarias reflejaban una cultura que, aunque marcada por la tristeza y el dolor, encontraba formas profundamente humanas de recordar y honrar a los que ya no estaban. En este sentido, la fotografía post-mortem se presenta como un testimonio de la relación íntima y respetuosa que existía entre los vivos y los muertos en esa época, donde la muerte no era un tabú, sino una parte natural de la vida.

Así, la época victoriana nos ofrece una visión conmovedora de cómo una sociedad, a pesar de vivir bajo la sombra de la muerte constante, encontró formas de celebrarla, recordarla y, sobre todo, aceptarla. La fotografía post-mortem, lejos de ser una curiosidad morbosa, era una expresión sincera de amor y memoria, un vínculo entre lo efímero y lo eterno en un tiempo donde la vida y la muerte estaban entrelazadas de maneras que hoy nos parecen ajenas.

Publicado en Pienso, luego existo
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Publicado en Puebla