• 23 de Abril del 2024

Una lección de periodismo, Mario Vargas Llosa

Mario Vargas Llosa / facebook.com/fundacionbbvaperu

 

“Extracto de Conversación en La Catedral, Mario Vargas Llosa”.

 Santiago asintió. Se puso de pie, pasó a la redacción...

 

y cuando se sentó en el primer escritorio las manos le comenzaron a sudar

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El señor de cabellos blancos le sonrió amistosamente y le ofreció una silla: así que el joven Zavala, claro que Clodomiro le había hablado. En sus ojos había un brillo cómplice, en sus manos algo bondadoso y untuoso; su escritorio era inmaculadamente limpio.

Si, Clodomiro y él eran amigos desde el colegio; en cambio a su papá, Fermín, ¿no?, no lo había conocido, era mucho más joven que nosotros, y de nuevo sonrió: ¿así que había tenido problemas en su casa? Sí, Clodomiro le había contado. Bueno, era la época, los jóvenes querían ser independientes.

—Por eso necesito trabajar —dijo Santiago—. Mi tío Clodomiro pensó que usted, tal vez.

—Ha tenido suerte —asintió el señor Vallejo—. Justamente andamos buscando un refuerzo para la sección Locales.

—No tengo experiencia, pero haré todo lo posible por aprender pronto —dijo Santiago—. He pensado que si trabajo en “La Crónica" tal vez podría seguir asistiendo a las clases de Derecho.

—Desde que estoy aquí no he visto a muchos periodistas que sigan estudiando —dijo el señor Vallejo——. Tengo que advertirle algo, por si no lo sabe. El periodismo es la profesión peor pagada. La que da más amarguras, también.

—Siempre me gustó, señor —dijo Santiago—. Siempre pensé: es la que está más en contacto con la vida.

—Bien, bien —el señor Vallejo se pasó la mano por la nevada cabeza, asintió con ojos benévolos—. Ya sé que no ha trabajado en un diario hasta ahora, veremos qué resulta. En fin, quisiera hacerme una idea de sus disposiciones. —Se puso muy grave, engoló algo la voz—. Un incendio en la Casa Wiese. Dos muertos, cinco millones de pérdidas, los bomberos trabajaron toda la noche para apagar el siniestro. La policía investiga si se trata de accidente o de acto criminal. No más de un par de carillas. En la redacción hay muchas máquinas, escoja cualquiera.

Santiago asintió. Se puso de pie, pasó a la redacción y cuando se sentó en el primer escritorio las manos le comenzaron a sudar. Menos mal que no había nadie. La Remington que tenía delante le pareció un pequeño ataúd, Carlitos. Era eso mismo, Zavalita.

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—Me demoré una hora —dijo Santiago—. Rehíce las dos carillas cuatro o cinco veces, corregí las comas a mano delante de Vallejo.

El señor Vallejo leía con atención, el lápiz suspendido sobre la hoja, asentía, marcó una crucecita, movió un poco los labios, otra, bien, bien, un lenguaje sencillo y correcto, lo

tranquilizó con una mirada piadosa, eso decía mucho ya. Sólo que. . .

—Si no pasas la prueba hubieras vuelto al redil y ahora serías un miraflorino modelo —se rio Carlitos—. Aparecerías en sociales, como tu hermanito.

—Estaba un poco nervioso, señor —dijo Santiago—. ¿Quiere que lo haga de nuevo?

—A mí me tomó la prueba Becerrita —dijo Carlitos—. Había una vacante en la página policial. No me olvidaré nunca.

—No vale la pena, no está mal —el señor Vallejo movió la cabeza blanca, lo miró con sus amistosos ojos pálidos—. Sólo que conviene que vaya aprendiendo el oficio, si va a trabajar con nosotros.

—Un loco entra a un burdel de Huatica con diablos azules y chavetea a cuatro meretrices, a la patrona y a dos maricas —gruñó Becerrita—. Una de las polillas muere. En un par de carillas y en quince minutos.

—Muchas gracias, señor Vallejo —dijo Santiago—. No sabe cuánto le agradezco.

—Sentí que me orinaba —dijo Carlitos—. Ah, Becerrita.

—Es simplemente un problema de disposición de los datos de acuerdo a su importancia y también de economía de palabras. El señor Vallejo había numerado algunas frases, le devolvía las carillas—. Hay que comenzar con los muertos, joven.

—Todos hablábamos mal de Becerrita, todos lo detestábamos —dijo Santiago—. Y ahora no hacemos más que acordarnos de él y todos lo adoramos y quisiéramos resucitarlo. Es absurdo.

—Lo más llamativo, lo que cautiva a la gente —añadió el señor Vallejo. — Eso hace que el lector se sienta concernido por la noticia. Será porque todos tenemos que morirnos.

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—Era lo más auténtico que pasó por el periodismo limeño —dijo Carlitos—. La mugre humana elevada a su máxima potencia, un símbolo, un paradigma. ¿Quién no lo va a recordar con cariño, Zavalita?

—Y yo puse los muertos al final, qué tonto soy —dijo Santiago.

—¿Sabe lo que son las tres líneas? —el señor Vallejo lo miró con picardía—. Lo que los norteamericanos, el periodismo más ágil del mundo, sépalo de una vez, llaman el lead.

—Te hizo el número completo —dijo Carlitos—. En cambio a mí Becerrita me ladró: escribe usted con las patas, se queda sólo porque ya me cansé de tomar exámenes.

—Todos los datos importantes resumidos en las tres primeras líneas, en el lead —dijo amorosamente el señor Vallejo—. O sea: dos muertos y cinco millones de pérdidas es el saldo provisional del incendio que destruyó anoche gran parte de la Casa Wiese, uno de los principales edificios del centro de Lima; los bomberos dominaron el fuego luego de ocho horas de arriesgada labor. ¿Ve usted?

—Trata de escribir poemas después de meterte en la cabeza esas formulitas —dijo Carlitos—. Hay que ser loco para entrar a un diario si uno tiene algún cariño por la literatura, Zavalita.

—Después ya puede colorear la noticia —dijo el señor Vallejo—. El origen del siniestro, la angustia de los empleados, las declaraciones de los testigos, etcétera.

—Yo no tenía ninguno, desde un papelón que me hizo pasar mi hermana —dijo Santiago—.

Me sentí contento de entrar a "La Crónica", Carlitos.