• 21 de Noviembre del 2024
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Yo iba a ser sana, pero me ch%$3! la rodilla

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¡Qué bonita te ves comiendo como si no hubiera mañana, Esperancita!

 

Ni se me ofendan porque así le digo a mi yo interior, a mi “diosa” (como dicen los libros de 50 Sombras de Grey).

Esperancita es mi alter ego, es esa mujer que aparece todos los sábados a partir de las 8 de la mañana y se va a descansar los domingos como a las 11 de la noche… O 3 de la mañana si es que me da insomnio. Ella es la encargada de ponerse el paliacate, el “chor” aguado y la playera de campaña del (inserte aquí el partido político de su preferencia), para hacer la limpieza de toda la semana.

A Esperancita trato de motivarla cada fin de semana para que no decaiga en ánimos, después de una semana de mucho trabajo, tareas con el hijo que gracias a Dios ya terminó las clases, la cocinada, la correteadera de mascotas y las pocas ganas de arreglarse por las mañanas.

Para alcanzar esa motivación, le digo que al terminar su ardua jornada de limpieza le puedo preparar un clamato con hartas salsas y chamoy, bien frío, o que le puedo hacer su comida chatarra favorita consistente en palomitas y nachos para aplastarse a ver la televisión o el Netflix, que paga sin la posibilidad de tener un momento para disfrutarlo.

Esperancita escucha música de señora los fines de semana, se busca en el “espotifai” la lista actualizada de canciones para lavar los trastes, barrer o trapear, dependiendo de la actividad; se da cuenta que a sus treinta y tantos ya se sabe todas esas canciones, porque “señora”, pero no le importa y se pone a cantarlas a todo pulmón con audífonos puestos.

Esperancita tiene ánimo para todo, encuentra desperfectos en todos lados y si empieza barriendo o trapeando, puede acabar con la limpieza integral de la cocina, incluyendo obvio la forrada de la estufa con papel aluminio.

Al terminar su labor, se nota el esfuerzo con el mismo sudor que si hubiera realizado el medio maratón.

Les digo que el domingo desaparece y el lunes surge de nuevo Itzel, la que se observa todas las mañanas al espejo y, contrario a lo que Esperancita hace, le queda muy poco ánimo para iniciar sus actividades del día.

Esto se debe a una razón muy particular. Desde el inicio de la pandemia, tuvo el firme interés de hacer el ejercicio que todo mundo prometió hacer. ¡Vamos! Se compró el tapete de yoga, las ligas, la cuerda pa’ brincar pero nomás no.

El sonar la alarma es como un ruido infernal que no motiva a nada, ese momento donde dices “5 minutos más”, que se convierten en una hora y ya es momento de levantarse para iniciar las actividades laborales del día.

Entonces viene el “mañana me levanto a hacer ejercicio, lo prometo”, y yo solita rompo mis promesas, aunque la cruel realidad sea mirarse al espejo y saber que ya es necesario.

Pero algo falta, aún no logro descifrar qué es lo que no termina de cuajar en esta relación mía con el ejercicio. ¿Por qué somos tan tóxicos? ¿Quién le hizo tanto daño a esta pareja que solía ser tan sólida? ¿Será acaso el mal del 2020 que nos ha contagiado con su mala vibra?

Tal vez nunca lo sepamos, pero lo que sí es una realidad, es que ese debate entre estar bien física y mentalmente continuará por muchos días… O hasta que se me desch%$3! la rodilla

¡Hasta la próxima!

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Itzel Salazar es comunicóloga y periodista desde hace 17 años. Apasionada de las letras, la música y la fotografía, se declara Millenial por resignación, más no por convicción. Actualmente ha encontrado en las Relaciones Públicas y la docencia su nuevo amor.

Síguela en Twitter: @ItzelSalazarAG