Su triunfo, primero interno y luego ante el Pleno con apretados 65 votos, sería impensable sin el apoyo del coordinador de los morenistas, Ricardo Monreal Ávila, y al menos 36 de sus compañeros de bancada, que, sin embargo, también se lee como desafío al Presidente de la República, por no seguir la ruta a favor de sus supuestos favoritos.
Hay decenas de interpretaciones que tiene mucha o alguna lógica, que futurizan, que cuelgan milagritos, que ven definiciones o que esbozan mayor incertidumbre sobre Puebla, el país y el camino hacia 2024, pero también casi todas tienen lados flacos y argumentos rebatibles.
Todos hablarán desde la óptica que sus filias y fobias.
Lo indudable es que Armenta gana pero requiere pronto legitimidad, porque aunque consiguió la mayoría absoluta que marcan el Reglamento y la Ley Orgánica del Congreso General (65 votos de 121 senadores y senadoras presentes), su llegada, tan jaloneada, fue inédita para la historia de la Cámara Alta. Hay una mancha que debe superar.
También, este episodio desnuda una crisis en el Senado de la República, parlamentaria y política, que pudiera apenas estar comenzando, aunque este episodio haya sido su síntoma más grave y temprano.
La crisis se expresa en varios sentidos:
A pesar de que en el Senado están los legisladores con más experiencia de cada partido, el desconocimiento o interpretaciones erróneas de los artículos del Reglamento y la Ley Orgánica, este miércoles, cuando se debatió la validez de la votación, exhiben a todos los senadores y senadoras con graves lagunas de técnica parlamentaria.
Había confusión sobre lo que es y debe ser la mayoría simple y la mayoría calificada. La gran cantidad de votos nulos, sobre todo en la primera votación, hicieron dudar del resultado final.
¿Se contaban los nulos dentro del universo de la votación total o se descontaban de éste? Esa definición reducía o incrementaba la cifra de votos requerida, para cantar la mayoría absoluta.
Lo correcto es lo primero. Los nulos cuentan en el universo, porque están ahí sus emisores, con asistencia real.
Personajes de alta talla parlamentaria y profesional, o eso suponíamos, se hicieron bolas. La ahora ex presidenta de la Mesa Directiva, la senadora de Morena, Olga María del Carmen Sánchez Cordero Dávila, realizó varias interpretaciones equivocadas, a pesar de que es ministra en retiro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN).
En la votación final, en lugar de muchos votos nulos, aparecieron 52 votos a favor del coordinador de Morena, Ricardo Monreal Ávila, a pesar de que no aparecía su nombre en la planilla que se sometió a escrutinio.
¿Qué hubiera pasado si gana el zacatecano? Hay un vacío procesal, que hubiera agravado la crisis interpretativa.
Pero la mayor crisis, sin duda, es la política. En el Senado, el presidente de la Junta de Coordinación Política (Jucopo), el mismo Monreal, ha perdido el control.
A pesar de ser un político muy experimentado, se le complicó sobremanera la negociación y la obtención de acuerdos.
Los líderes de la oposición, sobre todo el priísta Miguel Ángel Osorio Chong, aprovechó el distanciamiento institucional y político que el presidente Andrés Manuel López Obrador exhibió, sobrada y hasta innecesariamente, con el desdén de haberse negado los integrantes del gabinete a asistir a la plenaria del Movimiento Regeneración Nacional (Morena), días antes de la votación del miércoles.
Hay, hace rato ya, una ruptura entre López Obrador y Monreal, que ya superó lo personal y llegó a la institucional.
La oposición olió la sangre, metafóricamente, y desplegó sus intereses.
Para superar esta crisis, hace falta -primero- que los senadores se preparen más y corrijan las lagunas procesales de sus propio Reglamento y Ley Orgánica. Eso lo pueden resolver de inmediato.
Lo otro es más complejo: sanar las heridas, componer las relaciones, desandar las afrentas internamente en Morena y que los senadores afines a Monreal recuperen el diálogo con López Obrador.
Eso se ve complicadísimo. Y, por momentos, imposible.