El mundo, a lo largo del tiempo, vio la asunción y el descenso de reis y reinas, con toda la suntuosidad y miseria correspondientes. Hoy, con los ojos abrumados, como en una película de ciencia ficción, en pleno siglo XXI, veo un Estado que expira a cada hora en una lenta agonía, propia de un moribundo desahuciado que perdió la capacidad de creer, soportar y, especialmente, de esforzarse por obtener mejores resultados en situaciones difíciles.
Me gustaría estar en el limbo, en aquella región fronteriza entre el cielo y el infierno, donde residen los niños muertos sin pecados personales. Sin embargo, estoy aquí, mirando la guerra sin cuartel. En un desbarajuste ininteligible, que parece no tener fin. Sería mejor estar en el limbo, que estar aquí, confundida, espantada y perpleja, mirando la torre que se inclina como la Torre de Pisa. Como muchos otros, me siento consternada.
La desesperanza está campeando. El escenario no es de guerra, por la falta de armas letales, no hay misiles, ni aviones bombarderos. Caso hubiera, no hay combustible para que funcionen. Empero, es un escenario de conflagración con el caos reflejado en cada camino sin libre tránsito y con el riesgo de vida para los transeúntes. Cuando las fuerzas del orden intentan desbloquear el paso, reciben dinamitazos inmisericordemente. Porque los defensores del desorden, son desalmados e ignorantes, que se mueven por el instinto no por la razón y como viven bajo un corporativismo dictatorial, si sus dirigentes les dicen, quemen, ellos incendiaran el mundo, empero, jamás sabrán como apagar el fuego, del cual, inevitablemente, serán victimas en algún momento.
Con el pasar de los días, algunas personas ya empezaron a sufrir hambre, hay muchas penurias que hostigan a la población. Pero, nada importa al grupo rebelde que cambia sus peticiones a cada día, hace nuevas amenazas y se enreda en una narrativa sin sustento. Mientras las mayorías somos sus rehenes, sin derecho al libre tránsito, apesadumbrados en el nuevo Afganistán del Sur. Donde la droga y el delito, van de la mano, este mercado ilegal aleja la inversión y favorece a los grupos insurgentes, sirviendo como forma de financiación.
Está muy claro que las autoridades carecen de voluntad y del poder suficiente para mantener el orden y la estabilidad. Por su parte, la comunidad internacional ni se inmuta con la destrucción de otra república bananera en el mapa.
El grupo rebelde se atrinchera en una población sin leyes, compuesta principalmente por delincuentes, a la cabeza de un tipo hibrido que concilia el hombre ambicioso con el hombre ególatra que, aparentemente, recibe dinero de otros para realizar determinada acción y está doblegando al Estado. En el pasado, ellos ya cometieron múltiples abusos sobre la población. Pueden hacer cualquier cosa ahora.
Todos saben que el éxodo ya se aproxima… En una atmosfera densa de tristeza e incertidumbre, todos esperan un milagro. Mientras los rebeldes que ya se apoderaron de una región al centro del país, fundaron la Republiqueta del Mal.