Márcia Batista Ramos
«La Oruga en la Hoja
repite para ti la pena de tu Madre.
No mates Mariposas ni Polillas,
pues el Juicio Final ya se aproxima».
William Blake
«Cuando venga el Hijo del Hombre en su gloria y acompañado de todos los ángeles, se sentará entonces en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las gentes; y separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá las ovejas a su derecha, los cabritos en cambio a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha: Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo» …
Mientras el cura desarrollaba la liturgia matinal, en la Catedral Basílica Nuestra Señora de Guadalupe, que está ubicada en la Plaza 25 de mayo de la ciudad de Sucre, el joven crespo y alto, sentado al lado de la mujer que vestía una pollera negra, pensaba en el futuro que le esperaba como doctor, ya faltaba poco, en 1964 se graduaría. También sentía un poco de pena por la mujer, al pensar qué haría ella cuando volviera a la ciudad y él estuviera en otras latitudes.
Desde muy niño, cuando fue a estudiar a la capital recibía la visita mensual de la mujer que llegaba de la provincia para ver a su hijo que también estudiaba en la ciudad. La mujer, era una amistad de sus padres, pero, él de cariño le decía Tía. Siempre que ella llegaba a la ciudad capital, le alcanzaba una carta y una encomienda de parte de sus padres, también le alcanzaba una canasta de parte de ella. La Tía horneaba pan, queque, empanadas y otras delicias para su hijo y llevaba juntamente con tamales, frutas y otras ricuras, una buena cantidad para el muchacho. Le regalaba con todo cariño:
- Hijo, - le decía, - no sé qué sería de mí en la ciudad grande si tu no me acompañarías, una que no sabe leer, como yo, es como un ciego que no sabe por dónde tiene que ir. Tanto te ocupo cada vez que vengo. Para todo te necesito, para hacer las compras para mi Mario, para ir al médico, a la misa, para comprar la receta… En todo me ayudas, deberías ser mi hijito. Tan bien tu mamita te ha educado. En cambio, mi Mario, no sé de qué sirve que también estudie para doctor, si se avergüenza de mí porque uso pollera. No me habla, ni me mira en la calle, me dice que se abochorna. Ni bien llegó a Sucre para estudiar y se ha refinado el enano. Empezó a portarse así, con desprecio hacia mi persona. Cuando vuelvo a casa, lloro y me amargo. Mi marido, su padre, dice que parece que estamos en el fin de los tiempos, para que los hijos desprecien a sus madres por la ropa que utilizan o por las oportunidades que no tuvieron… Después, siempre me consuela diciendo que Mario es así porque él es el más petizo de todos nuestros hijos, y, los enanos nacen con la maldad en los nudos.
«En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también dejasteis de hacerlo conmigo. Y éstos irán al suplicio eterno; los justos, en cambio, a la vida eterna» …