Márcia Batista Ramos
«Hoy sólo tengo ansias/ de arrancarme de cuajo el corazón/ y ponerlo debajo de un zapato.»
Miguel Hernández
Con demasiada y perversa frecuencia ocurren cosas malas en cualquier parte del planeta, como huracanes, deslizamientos, sequías, inundaciones y otras catástrofes naturales.
No sé si es cosa del destino, del cambio climático, si son las armas climatológicas o si es una simple manifestación de la Naturaleza – Dios, de Baruch Spinoza. Ya que el filósofo sustentaba la tesis de que el universo, la naturaleza y la deidad son la misma cosa. Realmente, no sé y no quiero imaginar, qué hay detrás de las tragedias que son impuestas por la naturaleza cuando hay un terremoto o un tsunami.
Mi cosmovisión mengua ante ciertas cotidianidades, no puedo explicar mis sentires ante ciertas realidades y contradicciones que experimenta nuestro planeta.
Antes era antes, pero antes en los tiempos de antiguamente, mientras se degustaba un mate amargo, nadie pensaba que un día nuestra patria riograndense zambulliría en aguas gredosas.
La violencia de las aguas fue como la de una bomba que, en instantes, comió las flores, los pisos lustrados con cera y los manteles bordados con encajes a crochet. Todo se inundó, se rompió el orden y la normalidad acostumbrada y muchos fueran hacer morada en las pampas de Dios.
Durante diez días, nuestra tierra era el país de las lluvias y nuestra gente, no se imaginaba que perdería todo lo que atesoró por años, las cartas, las fotos, las joyas de la abuela, el traje de bautismo que por décadas fue usado por los bebés de la familia.
La violencia llegó con rostro de lluvia matando al ganado, a los perros, a los gatos y animales de corral. Fue un diluvio que destruyó a los fieles y a los impíos, a los benignos y a los inicuos, asimismo a todas las plantaciones, puentes y carreteras, además, los cerros se chorrearon como crema.
Ya nadie pudo dar todo lo que tenía a cambio de nada, porque todo fue llevado por las aguas, los cuerpos desnudos o vestidos, las voces, los gritos, los sueños, las esperanzas y los miedos…
Al mismo tiempo todas las palabras se ahogaron, incluso aquellas que representaban los cien nombres de Dios. Sin embargo, desde el fondo, donde sólo hay despojos y lama, yo sigo buscándolas incansablemente, sin entender quién es el verdugo que hizo tantas víctimas en el Rio Grande do Sul con las aguas de mayo.