La violencia contra las mujeres y las desigualdades de género tienen una estrecha relación con las condiciones de vida de niñas, niños y adolescentes.
En primer lugar, las niñas y adolescentes son vulnerables a todas las formas de violencia que afectan a las mujeres adultas. Cuando se habla de feminicidio, trata con fines de explotación sexual o acaso callejero, no debemos perder de vista que entre las víctimas se cuentan niñas (a veces muy pequeñas) y adolescentes. De hecho, durante los últimos años se ha evidenciado que nuestra sociedad es una sociedad pederasta.
Recordemos, por ejemplo, la campaña en redes sociales que bajo el #MiPrimerAcoso reveló que muchas mujeres viven experiencias de acoso sexual antes de cumplir los diez años, que estas experiencias tienden a repetirse a lo largo de la vida y, más grave aún, que los acosadores pueden estar en la casa, en la escuela, en la iglesia, en el supermercado, en todas partes.
Según Amnistía Internacional, la ONU señala que en México, el 32.8% de las adolescentes de entre 15 y 17 años ha sufrido alguna forma de violencia sexual en el ámbito comunitario. En este sentido, las mujeres que piden un alto a la violencia y respeto a los derechos, claramente defienden la vida y la seguridad de las niñas. Muchas, incluso, claman por justicia para sus hijas, para sus hermanas, para sus amigas.
Si a la alta incidencia de violencia hacia niñas y adolescentes, sumamos la ineficiencia de las autoridades y la complicidad de las instituciones, lo que sorprende es que las manifestaciones de indignación no sean mayores y más frecuentes. Quienes hablan de respetar las formas, seguramente no sienten indignación ante la impunidad ni empatizan con la impotencia que envuelve a las víctimas de violencia de género.
En todo caso, intervenir pinturas o monumentos, gritar consignas, llevar flores, arrojar glitter, improvisar memoriales o proyectar mensajes luminosos son acciones que expresan una necesidad social inaplazable: que las mujeres, niñas y adolescentes podamos vivir con tranquilidad, desarrollarnos plenamente, sin temer ni enfrentar violencia.
En un contexto democrático, tal parece una exigencia elemental, sin embargo, las niñas y mujeres nos encontramos permanentemente en riesgo, sobre todo aquellas que viven en condiciones de pobreza, que son indígenas, que tienen alguna discapacidad o que no se apegan a los estereotipos.
La violencia contra las mujeres repercute de manera directa en niñas, niños y adolescentes. Cuando sucede en el ámbito doméstico, afecta negativamente la salud emocional. En el caso más extremo, con el reconocimiento del feminicidio, asistimos a la construcción de una nueva categoría de infancias vulnerables: las hijas y los hijos de las víctimas de feminicidio, quienes atraviesan experiencias altamente traumáticas con apoyo escaso o inexistente.
Los relatos mediáticos de estos casos muestran que a menudo niñas y niños son testigos del crimen perpetrado por alguien cercano al círculo familiar. Esta orfandad toma características particulares que demandan la movilización de recursos para asegurar un sistema de cuidado que incluya, mínimamente, atención psicológica y garantías de manutención.
En México carecemos de programas de atención integral para esta problemática y aunque no hay datos exactos, se calcula que por lo menos tres mil niñas y niños son víctimas indirectas de feminicidio.
La desigualdad y la violencia de género están presentes en la infancia y en la adolescencia, lo que las niñas y los niños interiorizan acerca de estereotipos y roles de género, moldea su comportamiento, su libertad, sus relaciones y sus sueños. Por ello es muy importante educar en la igualdad de derechos, que es la base del feminismo. Esto implica, por supuesto, fomentar el desarrollo de masculinidades no violentas. La lucha por la seguridad y la libertad de las mujeres y las niñas está dándose desde múltiples trincheras: en las calles, en las instituciones públicas, en la academia, en las organizaciones de la sociedad civil, en la literatura, en el cine, ninguna de estas luchas está de más. El reto que enfrentamos es grande y ningún esfuerzo sobra.
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De la autora
Es doctora en Sociología por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Ha realizado investigación sobre la relación entre infancia, juventud y violencia en contextos de precariedad y es autora de diversos artículos académicos al respecto.
Fue directora del Observatorio de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes de Puebla y desde hace 18 años trabaja en la promoción de los derechos de este sector de la población.
La incidencia política y la coordinación del trabajo en redes han sido campos en los que se ha desarrollado durante los años recientes. Actualmente es consultora en materia de derechos de niñas, niños y adolescentes, enfoque de género y desarrollo de proyectos.
Disfruta la docencia y a nivel universitario imparte asignaturas relacionadas con los derechos humanos y la responsabilidad social.
@yimelika
elsaherreba@gmail.com