• 26 de Abril del 2024

Sin herencia

Silhouettes / Free-Photos/Pixabay

 

El tren que va con el tiempo de su lado, como un fiel compañero, inseparable, me hace pensar en lo innecesario de mi existencia

 

Luis Martín Quiñones

Mientras viajo a más de 300 km por hora los pensamientos cada vez son más lentos y caminan más hacia el pasado que al futuro. Al pasado inmediato que casi siempre es más vano que valioso. Al inmediato recuerdo, al que parece imperdurable, desechable pero que con el tiempo añoramos.

Pero una noticia me sorprende (el título ya es de conflicto): “ya puedo desheredar a mis hijos”.

Entonces escucho el balbucir del remoto y antiguo pensamiento (los acontecimientos lejanos parecen convertirse en oro mientras más pasa el tiempo, como el vino que ha pasado mucho tiempo en barrica). Vienen a mi mente aquellos que, quizás, vale la pena remembrar (volver a dar forma a ese cuerpo sin brazos, pero que ahora se moldea con manos fantasmas y lejanos caminos recorridos), ese pasado que me siento obligado a heredar.

El tren sigue su andar ineludible hacia su destino final. La noticia puntualiza: La ley permite apartar a la prole en el testamento.

Ahora resulta que produce felicidad dejar a los hijos sin nada:  pensé que heredar era como garantizar mi eternidad en los hijos.

La pregunta (que no es retórica) me acosa: ¿acaso tengo algo que heredarles?: puedo decir que poco o casi nada.

El tren que va con el tiempo de su lado, como un fiel compañero, inseparable, me hace pensar en lo innecesario de mi existencia. El tiempo viaja, para llevarme a la cita del destino:  es sólo un fragmento al que espero sobrevivir y llegar a la siguiente estación.

Entonces mi vanidad, esa humana y maloliente debilidad me atrapa: sí, sí puedo dejar algo: un recuerdo. Tal vez se convierta en humildad si estoy en el vértice de esta virtud tan ausente, tan falsa que llevamos disfrazada.

¿Que será aquello que sin frivolidad pueda heredar?

Mi pasado, podría ser el comienzo. Aquellos recuerdos de mi infancia que dejaron luz en mi vida: los viajes en tren a la tierra que nutrió mis primeros años; mis pequeñas grandes aventuras de la imaginación; los sueños que, aunque no realizados, son el sustento diario para el alma.

Mi biblioteca, vasta pero incompleta. La certeza siempre llega a tiempo: "padre no tiene los libros que me gustaría leer".

Y quizás, el libro que siempre quise que leyeran será el que las acompañe una noche de insomnio. Tal vez se dediquen a buscar aquel libro que siempre ambicioné leer, pero el tiempo venció al deseo.

Los rieles inmanentes llevan la nave a su final.

El paisaje sorprende, pero su brevedad lo vuelve pasado de inmediato.

“Las peticiones en las notarías se reciben por miles”, dice la nota. Se saturan para poder librarse de una herencia antes forzada.

Pero la herencia invencible será la de las horas de juego, los momentos de imaginación colectiva que, bajo complicidad de amigos, terminaron en sonrisas.

El altavoz anuncia la llegada, el final de la lectura, el bullicio de puertas y ruedas de equipajes me devuelven la conciencia y la brevedad humana: ahora sólo soy el recuerdo de este trayecto.