• 19 de Abril del 2024

515 miligramos

Dog / Josch13/Pixabay

 

Creyó, por un momento, que los doce años de Ruli ya habían sido suficientes y que el final estaba muy cerca

 

515 miligramos de azúcar son una pequeña cantidad, pero no cuando viaja libre, sin ningún remordimiento, en el torrente sanguíneo. El señor Raúl tuvo buen ojo clínico. Le dijo al veterinario que Ruli, compañero y amigo desde hace 12 años, seguramente tenía diabetes. Conocía bien los signos, su esposa lleva años con la enfermedad y sabe de los tropiezos con la glucosa cuando no se le somete correctamente. Con un análisis de sangre la sospecha fue confirmada.

Una tristeza inmutable quedó dibujada en el rostro de don Raúl. Hay hechos que maltratan el pensamiento. La noticia lo condujo hacia un tiempo distante, tal vez a los años infantiles de su pequeño Yorkshire Terrier y recordó esos ojos juguetones con que los cachorros iluminan el corazón humano; tal vez sus pensamientos lo llevaron por todos los momentos agradables de compañía mutua,  a esas tardes densas, con unas nubes de plomo amenazantes de una lluvia eterna y, que  en su soledad irremediable, se encontraba con el calor del pequeño Ruli, quien con lengüetazos, se le acurrucaba sentado en sus piernas para escuchar y ver, desde la ventana, el agua terca que humedecía el paisaje. Creyó, por un momento, que los doce años de Ruli ya habían sido suficientes y que el final estaba muy cerca.

En silencio y atrapado por una pandemia que lo tiene en cautiverio desde hace un año, don Raúl se sumergió en ese mar en el que navegamos para ver el horizonte de nuestras desgracias; en ese mar en que vertimos los plañidos y los más tristes y funestos pensamientos.

Y es que esos 515 miligramos eran un mal presagio. No encontraban acomodo en el cuerpo del pequeño Ruli y sólo hallaban la única salida: la orina. Alteraron el apetito y el ánimo. Permanecieron en el torrente sanguíneo con una dulce y eterna calma hasta que la insulina administrada les puso un alto.

El medicamento fue estabilizando el cuerpo carcomido por la diabetes. Esos 515 miligramos mortales encontraron las puertas abiertas para entrar a las 125 millones de células ávidas de azúcar y se fueron diluyendo hasta que sólo quedaron los necesarios para la vida.

Don Raúl regresó de ese viaje solitario del mar de las angustias, de las tristezas y nostalgias perdidas. Sólo se trajo un poco de sal por si un día no pudiera llorar y las convirtiera en lágrimas.

A sus 78 años el señor Raúl se asoma a la ventana, en su regazo, sostiene el pequeño, pero aún fuerte cuerpo de su compañero y amigo. Sus pálidos pensamientos se iluminan con un dorado pelaje y se encuentra con la mirada extraviada, con esos ojos infantiles que encontraron de nuevo el sendero mutuo con su amo.