• 26 de Abril del 2024

Antes que mexicanos, guadalupanos

Virgen de Guadalupe y bandera MX / Facebook/El Bueno, La Mala, y El Feo

La política y la religión deberían guardar distancia, pero en México, el amor-odio es una fórmula que se acomoda

 

 

“¿No estoy aquí, yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy, yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?”.

Frase de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego.

 

La Virgen de Guadalupe cumple 489 años de su aparición, y lo hace bajo un tiempo apocalíptico, tenebroso, que podría poner en aprietos a la morena del Tepeyac. La demanda de milagros está a la alza y con alta sospecha de no poder ser satisfechos. Hoy, el asombro por lo divino, podría extraviarse en un mar de incertidumbres.

La paradoja del destino a veces pone en aprietos a los símbolos. Como el partido Morena, que a dos años de su llegada apoteósica y bajo una aureola sacralizada, su aparición política no ha podido conciliar a los diferentes actores sociales ni producir los milagros ofrecidos en campaña. Lejos de unir, como tantas veces lo hiciera la imagen de la guadalupana en los tiempos de la Independencia o en la Revolución, Morena ha optado por el juego de divide et impera, con fines a todas vistas populistas que podrían llevar a un desencanto social irreversible.

No obstante que la política y la religión deberían guardar su distancia, en México, el amor-odio es una fórmula que se acomoda bien según los intereses: Hidalgo y el estandarte, Juárez contra la Iglesia, el clero contra Obregón. Sin duda una fórmula que puede dejar caer los rayos celestiales para cualquiera de los dos bandos.

Antes que mexicanos, guadalupanos. Tal vez en el altar de los héroes tendríamos que reservar un nicho a Fray Juan de Zumárraga como el fundador de la nación, al darle vida al símbolo que aglomera a gran parte de la sociedad mexicana. Y otro a Juan Diego, que en calidad de santo, se yergue como una figura también simbólica e inseparable de la Virgen y de la mexicanidad.

¿Tendrá el constructor de Morena un lugar en el retablo histórico que lo libre de las persecuciones y la hoguera de los rencores? Los acontecimientos ponen a prueba a las figuras así sean las más encumbradas en el imaginario popular. El ayate fundacional de Morena está escrito con las mayores promesas y esperanzas para el pueblo de México, sin embargo es difícil que resista el desgaste político y el golpeteo de las casualidades adversas, y además, inesperadas. Para los familiares de los más de cien mil muertos por el coronavirus, los milagros quedaron sepultados bajo la demagogia y no alcanzaron la luz del ensalmo divino.

Cada doce de diciembre millones de creyentes veneran a la virgen, y las peregrinaciones a la meca guadalupana para agradecer o solicitar los favores de la Morena del Tepeyac, son la representación masiva del consumo de ilusiones. Bajo un panorama incierto, este doce de diciembre la virgen deberá mantener la sana distancia con sus feligreses y tal vez, ante las peticiones que rebasan su benevolencia, los convenza del sensato y correcto uso del cubrebocas.

El morenismo, metáfora alusiva y evidente del guadalupanismo, parece no encontrar el pintor que mezcle con maestría los colores para su lienzo mariano. El “partido de la esperanza” se aleja cada vez más de las justicias redentoras.  En vana eufonía Morena y sus ecos guadalupanos, se pierden en una cacofonía de absurdos ardides políticos, donde la verdadera fe y esperanza, está en perpetuarse en la silla presidencial.