• 25 de Abril del 2024

El gato, ¿un ser incomprendido?

 

En la mañana se estira, olfatea los ánimos del amanecer, atisba un par de ojos que al abrirse descubren su presencia

 

Luis Martín Quiñones

 

Camina con desdén, duerme cuando quiere y dónde el cuerpo le exige descanso. En el trasiego de la curiosidad encuentra tardes fatigosas; haya el amor en la noche que gime y la oscuridad lo protege de las miradas que en vano buscan a los culpables de sonidos animales, simulación del lenguaje humano.

En la mañana se estira, olfatea los ánimos del amanecer, atisba un par de ojos que al abrirse descubren su presencia.

Felino mitad salvaje mitad doméstico, el gato se encuentra en el limbo: ser un tierno y ronroneador que nos cautiva; o un animal feroz que muestra sus garras y sus colmillos para utilizarlos sin misericordia. Orgulloso y sensible, detesta el agravio por la ofensa y traición de su dueño cuando lo lleva al al veterinario: se vuelve un demonio. Y es que el gato es un sometido voluntario a la domesticación, jamás forzado y, que en un arranque de su naturaleza, vuelve a su estado salvaje.

El gato quizás nació no para ser comprendido sino como una suerte de terapeuta de la soledad, el hastío y para complementarse con otro espíritu que ve el mundo, igual que él. Un espíritu libre, que acude al humano sólo cuando son necesarias las caricias, la protección y  su alimento.

Apasionado de las oscuridades, el felino doméstico se refugia del rumor acumulado del mundo; de la banalidad y de lo insignificante. Encuentra su refugio, se enrosca y cierra sus ojos. Y sueña: es el amo del mundo.

No obstante su catálogo de vanidades y la no menos innombrable conducta enigmática, el gato encuentra en el espejo a otro ser incomprendido. Y se acurrucan en extraordinarios, excéntricos, creativos seres humanos que les dan la bienvenida a más de uno.

El escritor mexicano Carlos Monsiváis llegó a tener trece gatos que en sus nombres no dejó de mostrar su genialidad. Algunos de ellos, llamados Miso Ginia, Miau Tse Tung y Gray Gatolomé de las Casas, hablan por sí mismos.

El cardenal Richelieu también sucumbió a los encantos felinos. Y no fue menos elocuente a la hora de los apelativos. Los amantes griegos, Píramo y Tisbe, fueron elegidos para nombrar a algunos de su numerosa manada. La mano cruel del ministro de Luis XIII, lo mismo acariciaba con una mano amorosa a sus gatos, que firmaba la más atroz ejecución.

Quizás el gato más célebre de la literatura, Plutón, el príncipe de las tinieblas, es hecho tuerto y muerto por su amo en el cuento de Edgar Alain Poe, El gato negro. No obstante, sacrificado, reencarna y toma venganza con un maullido delator que descubre el asesinato: yace sobre el cuerpo cuya sangre seca y macabra reposa dentro de una pared cuidando el alma de la esposa del asesino.

Algunas veces despreciado, otras quemado en la hoguera, el felino más cercano al ser humano ha tenido que soportar la estulticia que cabalga a grandes pasos en la superstición.

Animal asociado a la brujería, objeto de persecuciones y muertes horrendas en la Edad Media, el gato parece ocupar al fin el lugar que merece dentro de los hogares. Aun así, es visto con un sesgo de misterio que lo hace un ser todavía incomprendido.

Sus detractores aún no conciben sus ojos de mirada verde, azul o amarilla que los cautiva; su indiferencia y descortesía inmodificable; su voraz apetito reproductivo; su halo de misterio y su conducta siniestramente seductora.

El gato no escucha, contempla: sonidos, palabras, murmullos, el silencio. Aunque habita los espacios de un hogar, percibe la vida, los sonidos imperceptibles de roedores, las hojas quebradas por el hambre insectívora, o tal vez un campanario, que en su lejanía, tañe y anuncia el regocijo.

Sin prisa por comenzar el día, se estira, clava las uñas, entra la luz en sus ojos: se hacen negros. En su soledad, recolecta pensamientos, reposa la inexistencia de un cansancio. Y en su maullido lastimero que pide comida o atención, el gato está seguro de algo: él es el amo, nosotros sus esclavos.