• 26 de Abril del 2024

El Nigromante un héroe olvidado

Especial

La primera estatua que se construyó sobre la Avenida Reforma fue la del gran pensador y liberal Ignacio Ramírez, el Nigromante

La que ostenta el número uno se develó el 5 de febrero de 1889, a 10 años de su muerte. No obstante las buenas intenciones de recordar a seres humanos ejemplares, las estatuas se convierten en piedras,  humanoides que no permiten ver la verdadera grandeza y la altura histórica del personaje.

Gracias a la magnífica obra de Emilio Arellano, uno de los últimos descendientes de Ignacio Ramírez, nuestro personaje toma otra dimensión. Con documentos inéditos, pero sobre todo con datos y relatos de primera mano de su abuela María Estela Ramírez Alfaro, Emilio Arellano construye un ser humano antes sólo conocido más por el sobrenombre que por sus méritos. Así, el héroe marmóreo da un giro para ser recordado como un hombre de carne y hueso en el que confluyen anécdotas dignas de ser evocadas.

En el libro de Memorias Prohibidas,Emilio Arellano nos da detalles como el  de la excomunión de la familia Ramírez que solicitó el Papa Pío IX y que promovió, a su vez, el clérigo Antonio de Labastida y Dávalos el mismo que condicionó a Porfirio Díaz para que su esposa Delfina Ortega pudiera recibir la extremaunción, el presidente  debería retractarse de los términos anticlericales de la Constitución de 1957.

Emilio Arellano cita  una gran frase de Guillermo Prieto no tan breve y tan famosa como aquella de que “los valientes no asesinan”, pero digna de recordar como testimonio de la admiración que se le pregonaba  al gran estadista:

“Yo, para hablar del Nigromante necesito purificar mis labios sacudir de mis sandalias el polvo de la musa callejera, y levantar mi espíritu a las alturas en que se conservan vivos los esplendores de Dios, los astros y los genios”.

Es rescatable algunos hechos de personajes contemporáneos a Ignacio Ramírez, de aquellos años convulsos y de pasiones por la patria. Como es el afecto que le tuvieron a Maximiliano de Habsburgo los que añoraban el Segundo Imperio.  Por inverosímil que parezca, hasta el año de 1967, cita Arellano,  se le profesaban misas en honor a su nombre y recibía  los honores de las sectas conservadoras.

Hombre de una época agitada, donde las ideas se sostenían con la fuerza de la palabra y los actos, el Nigromante supo llevar una vida congruente con sus ideales. Fue un gran cómplice reformista a lado de hombres como Benito Juárez, Guillermo Prieto, José Santos Degollado y Melchor Ocampo, entre otros. Y tuvo la entereza para, en más de una ocasión, manifestar su desacuerdo con las reelecciones sucesivas de Benito Juárez. Arellano hace referencia a tales abusos políticos:

“El Nigromante tan solo decía que sí tanto era el aprecio por su persona e ideales, lo mejor sería que el señor Juárez abandonara la presidencia para que, ya como dos ciudadanos comunes y en la vida privada, limaran asperezas”

En más de una ocasión Juárez tuvo desavenencias por lo que expresaba Ignacio Ramírez. En el libro se rescatan frases como aquella de que “El poder es una enfermedad catastrófica que se nutre del aplauso nutrido y lisonjero”. El Nigromante fue siempre implacable. Alguna vez también manifestó que, para que Juárez estuviera en el corazón de los mexicanos, “no se requería que se perpetuara en el poder” y no lo justificaba de ninguna manera cuando reconocía que había vencido al enemigo extranjero, pero  cuestionaba con severidad quién lograría  hacer que Benito Juárez perdiera la adicción al poder.

Hay muchos méritos que han sido omitidos y que vale la pena rescatar de las Memorias Prohibidas. Ignacio Ramírez fue el creador originario del libro de texto gratuito, sin embargo se le atribuye a Gabino Barreda. Un códice que lleva su apellido debería ser honrado con un reconocimiento público ya que, como nos relata Emilio Arellano, el documento fue usurpado en su momento por el conservador  José Fernando Ramírez y el códice debería llevar el nombre de Códice Ignacio Ramírez.

El clero intentó asesinar al Nigromante en su propia casa. Y no era para menos cuando éste había dicho con especial fruición que “No hay Dios; los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos”. Las altas esferas católicas enfurecidas  introdujeron a una de sus fieles, Leonor Guzmán, como empleada doméstica que tenía como encomienda poner veneno en las comidas y las cenas.  Como al “enemigo de la iglesia” no le daba tiempo de asistir por sus múltiples ocupaciones, no murió por aquella pócima venenosa. Quien murió fue el gato de la casa y la conspiración se descubrió con todos sus detalles.

La estatua erigida en nombre del gran jurista y  pensador ha dejado un vacío: un automovilista ebrio se estrelló contra ella el pasado diciembre y dejó  al liberal y abogado, sin cabeza y herido de muerte.  El Nigromante espera, paciente,  su restauración para ocupar el lugar que se merece tanto en la Avenida Reforma, como en las memorias prohibidas por la historia.