• 29 de Abril del 2024

Zapata el ícono

En otras fotografías de la época, captado aún con vida, Zapata, aparece con aire señorial, ataviado de sombrero

Aldo Fulcanelli

Una célebre foto de la época, da testimonio visual de la muerte de Emiliano Zapata, acaecida un 10 de abril de 1919, producto de una emboscada del coronel carrancista Jesús Guajardo. La imagen, hoy parte de la memoria visual de México, es de una truculencia providencial; mirando de frente la fotografía, cuatro hombres que portan sombrero, aparecen detrás de Zapata; sosteniendo su cuerpo ya inerte.

El hombre de la izquierda pareciera mirar a la cámara, presa de un rictus de rabia contenida, otro al lado, conserva un aire más bien curioso, el de en medio, azorado, pareciera no dar crédito a la ocurrido, mientras el joven del extremo derecho, alza la mirada hacia las alturas, como esperando que el cielo se abra y de entre las nubes, brote un dios extraviado, el dios que permitió que el frío de la traición, arrebatara con maledicencia la vida de uno de sus hijos preclaros.

En la imagen, se aprecia a un Emiliano Zapata castigado por el fuego destructor de las balas, su camisola manchada en tinta sangre, el gesto más bien apacible, presa del sueño silencioso de la muerte, las manos apenas entrelazadas, endurecidas, en parte por el efecto inicial del rigor mortis. El testimonio gráfico, imbuido por la gestualidad de sus protagonistas, y la habilidad del fotógrafo para atrapar al instante los sentimientos encontrados de impotencia o asombro; convirtieron a la imagen en un verdadero icono, cuyo poder sensorial podríamos comparar con el que transmiten las obras del mismísimo Bartolomé Esteban Murillo; célebre por sus pinturas de impactante misticismo.

En otras fotografías de la época, captado aún con vida, Zapata, aparece con aire señorial, ataviado de sombrero, fusil y carrilleras, la mirada chispeante junto al gesto irreductible y el masculino bigote, potenciada la figura viril, por aquella piel morena de innegables rasgos indígenas que aportaron en su conjunto; a uno de los mandalas culturales más representativos de la iconografía latinoamericana para el mundo.

En su obra “Zapata, líder agrario” (1931), el pintor Diego Rivera, aportó una poderosa como poética interpretación de Emiliano Zapata. En ella, el caudillo aparece delineado por el pincel, a la manera de una deidad hinduista, portando la tradicional vestimenta del campesino indio; cuando con la izquierda, jala por la cuerda a un hermoso caballo blanco, mientras que el animal; demuestra la sumisión al héroe en un gesto de divina afectividad. Detrás, le siguen los indígenas alzados, portando palas y arcos, los rasgos autóctonos de estos, contrastan con el verdor de la natura que Rivera, retrató brevemente en el mural.

La imagen del Zapata de Rivera se acrecienta, cuando este sostiene en la diestra, con firmeza, una hoz, y entre sus pies yace el cuerpo inerte de un hacendado, gesto con el que indudablemente, el artista buscó representar lo que fuera tal vez el símbolo más profundo de la lucha de Emiliano Zapata, en su papel de jefe del Movimiento Revolucionario del Sur: la reivindicación de los campesinos frente al despojo, ejercido por el régimen porfirista.

Más allá de su innegable aportación histórica, Zapata se convirtió-en parte por el brillo legendario de la trágica muerte que lo vistió de mártir- en el pretexto ideal para decenas de artistas que a la posteridad, realizaron, a partir de su gallarda figura y rostro impenetrable, interpretaciones o reinterpretaciones que hoy integran el acervo gráfico del mundo, cuyo aparador es enriquecido por las obras que en referencia a Zapata, han dado a luz Siqueiros, Anguiano, Chávez Morado, O’ Gorman, Belkin o Gironella, solo por citar algunos artistas plásticos, amén de los anónimos grafitis, estampas o suvenires cuyos autores o artesanos; vieron en el prócer morelense, el tema ideal para las aventuras gráficas, nunca lejanas al consumismo tan propio de nuestro siglo.

El cine, tampoco resistió la fiebre por Zapata, y en 1952, el director Elia Kazan presentó ¡Viva Zapata!, cinta basada en un guión del escritor estadounidense John Steinbeck. Para encarnar al caudillo, Kazan, contrató el polifacético actor Marlon Brando, célebre por explotar a tope una masculinidad consecuente con su estilo tan particular de actuar; pleno de vitalidad e instinto.

Los rasgos latinos de Brando, favorecieron una caracterización, aunque correctamente interpretada, por un lado, por el otro, no exenta de los estereotipos que acerca de la mexicanidad siempre ha recogido Hollywood, tampoco de un pretendido estoicismo, a veces un tanto acartonado. Como quiera, Viva Zapata, es uno de los referentes culturales cuyo leitmotiv fue nuevamente, la figura del caudillo morelense, el ícono más allá del referente histórico, la leyenda por encima de la crónica, la efigie, más allá de lo evidente, aquella que restaurada machaconamente en playeras, indumentarias, carteles, logos y recuerdos, acompañan también a Frida Kahlo, El “Che” Guevara, Elvis, James Dean; o el mismísimo Jesucristo.

Pero más allá de la restitución iconográfica que del personaje en cuestión, han intentado el arte y la cultura en nuestro país-no exenta de los rasgos infaltables de idolatría-, ya instalados cómodamente en los tiempos del holograma y la realidad virtual, es importante destacar, que ante la cobarde emboscada que le arrebató la vida a Emiliano Zapata; México perdió en el momento más álgido de la lucha revolucionaria, al más valeroso defensor del agrarismo, que con el nacimiento del Plan de Ayala, firmado el 25 de noviembre de 1911, exigió a nombre de Movimiento Revolucionario, la restitución de las tierras usurpadas a los pueblos durante el Porfiriato, así como el reparto agrario de parte de las tierras de los grandes hacendados.

Un guerrillero que ante el grito de “Reforma, Libertad, Justicia y Ley", no tuvo empacho en rebelarse incluso contra el presidente Madero, por considerar que este, abortó el compromiso de luchar por los más débiles. Ni los falsos llamados a la paz, ni la breve, pero sustanciosa coincidencia con Francisco Villa, hicieron que Zapata considerara bajo ninguna circunstancia; abandonar la lucha. A pesar de las diferencias sustanciales con Madero, como ya se dijo, Zapata se horrorizó ante el asesinato de este último, perpetrado por órdenes del usurpador Victoriano Huerta, jurando no descansar hasta que los traidores fueran derrotados, y que los ideales del plan de Ayala; fueran efectivos. Huerta fue derrotado, pero Zapata cayó herido de muerte, bajo el fuego de la conspiración de quienes ya desde entonces, veían a México como un botín, dispuesto a los pies de sus mezquinos intereses.

A partir de la muerte de Zapata, los autoproclamados señores del nuevo feudo revolucionario, instauraron en nuestro país un reinado de terror, maquillado por la hibridez de un sistema mixto, basado por un lado en el paternalismo, y por otro, en la persecución permanente de los opositores, amén de la anexa construcción de privilegios por heredad, a la manera de una longeva aunque jovial monarquía; que sobrevivió más de 70 años, y que sorprendentemente se regeneró en el 2012, con las características de un imperio restaurado que feneció a partir del 01 de diciembre del 2018. 

A la distancia, vemos el rostro de Zapata en las frías estatuas que adornan las calles, su nombre en ostentosas avenidas, Zapata; es un motivo más en nuestra extensa tradición por la pleitesía hacia los héroes nacionales, que para nada resulta ajena a la influencia atávica proveniente de la idiosincrasia. Pero el legado del grande Emiliano Zapata, no debiera ser parte de un paganismo exótico, basado en el culto a la personalidad de un hombre físicamente extinto, que sin duda habría preferido sobrevivir, para ver coronados sus esfuerzos en la construcción de una república vigorosa, donde la tierra fuera de quien la trabaje, la dignidad un valor entendido, y el abuso del poder; un viejo dogma extinto.