• 21 de Noviembre del 2024
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Razonamiento asexuado

 

La homosexualidad como una elección determinada, no ameritaría de activismo alguno

 

 

Aldo Fulcanelli

                                    

La homosexualidad no es una enfermedad. Se trata de una tendencia sexual que, sin embargo, hay que decirlo, está determinada por factores psicológicos y emocionales conectados a la infancia, incluso anteriores a ésta, pues como se sabe, toda nuestra conducta y rasgos sociales mantienen una innegable carga genética, la cual; aunque no es absoluta en nuestro desenvolvimiento, sí es, en definitivo, poderosa.

Por tratarse de un comportamiento que no permanece influido por patología alguna -tal como ya se demostró desde hace muchos años-, la homosexualidad no admite curación, no obstante, de acuerdo a los múltiples dilemas morales y existenciales que influyen en nuestro tejido social, podríamos afirmar, que así como ésta debiera practicarse con total libertad, de igual manera es sujeto de inhibirse, en una decisión enteramente personal de quien no desea exponer su propia sexualidad, pues el abstenerse o no de salir del closet, forma parte de la libertad individual.

La homosexualidad como una elección determinada, no ameritaría de activismo alguno, pues ello sería como pensar que la atracción por uno u otro sexo, requiere de la aprobación de los demás, en cambio lo que sí requiere activismo, quiero decir, mucho activismo, es la libertad para decidir la sexualidad en un clima de respeto mutuo. Defender acaloradamente la homosexualidad, vamos; hacer públicos los diferendos en ese respecto, sería como aceptar que es necesario defender de igual manera la heterosexualidad, aunque esto último sucede todos los días, en una sociedad donde se enaltecen o atacan posiciones anodinas como aquella de que: “dios ordeno castigar a los homosexuales por ser sujetos de condenación”.

Quienes defienden la heterosexualidad, y llevan hasta los puños su espantosa declaratoria de moralismo, se presentan irremediablemente vinculados a una retórica puritana, que hiede por sus prejuicios. Huelga decir-de nueva cuenta-, que colocarse los guantes para reivindicar a uno u otro lado del cuadrilátero, no conduce a nada, sino a encuentros estériles que casi siempre terminarán decantándose hacia posturas irreconciliables, insisto en que se debiera defender la libertad de ejercicio, sin incurrir en el terreno de las emociones individuales, pues ellas son personales, o como lo dijera más folclóricamente un popular cantautor mexicano: “lo que se ve no se pregunta”.

Hace algunos días leía con sorpresa, que existen algunos activistas, los cuales se atreven a declarar que el género es una barrera; en lo personal, me gustaría saber en qué se basan para declarar semejante disparate. De acuerdo a la definición que de la palabra género, brinda el Diccionario de la lengua española, este menciona que género es el “grupo al que pertenecen los seres humanos de cada sexo, entendido este, desde un punto de vista sociocultural en lugar de exclusivamente biológico”. Tal vez los activistas que atacan la palabra género, concibiéndola como enemigo de la tan ansiada libertad sexual que proclaman, debieron corregir que en todo caso, el enemigo es la determinación biológica del sexo, no el género en sí, pues suponer que el género es una barrera, sería como afirmar que los dedos de una mano provocan estorbo, o que el cráneo, por ejemplo, estaría mejor sin cerebro.

Yendo aún más lejos, tratándose la polarización de las opiniones una constante de la sociedad actual, hay quienes afirman en pleno siglo XXI -sin ningún rigor científico- que la tierra es plana, y no por ello les vamos a creer, o ¿sí? De igual manera existen terribles desórdenes mentales, que hacen sentir a quienes los padecen, que sus extremidades están de sobra en su cuerpo, sintiendo la imperiosa necesidad de amputarlas, ahora bien, ¿resistiríamos que una docena de aquejados con tal síndrome tomaran un altavoz para invitar a los ciudadanos a que se amputen los brazos, y lo anterior sin generar ante ello un mínimo de raciocinio? Lo antes escrito, es un ejemplo del clima de histeria que promueven posiciones tan bárbaras, tanto como el peligro que surge de abrazar cualquier doctrina, sin reflexionarla. 

Respecto a la determinación biológica del sexo, tampoco sería una barrera en la actualidad, ante el sinnúmero de opciones hasta quirúrgicas, que ofrecen el cambio del sexo exitosamente, según afirman. Dicho lo anterior, tendríamos que aceptar que nuestras barreras sexuales, son más que todo culturales y hasta afectivas, muy rara vez biológicas, escasamente genéricas.  Heterosexuales igual que homosexuales, sufren el mismo riesgo de padecer dichos atavismos, igualmente, de cometer el error de transformar una sexualidad en un esperpento ideológico de muy escasa valía, olvidando que en teoría, nada debiera colocarse por encima del razonamiento, cuando ya se ha reafirmado que no hay homosexualidad patológica, sin embargo, la demencia sí lo es, lo mismo que la ignorancia un campo fértil para la violencia, en momentos en que nos queda claro, que, lo que está de verdad en riesgo ante toda clase de posturas radicales, no es la autodeterminación para ejercer la sexualidad en paz, sino la supervivencia de la Especie Humana, sabiendo de sobra que los grandes conflictos del mundo; germinaron todos al interior de los prejuicios.

Cada quien es libre de amar a quien quiera y como quiera, desde su fuero interno. Expresar cualquier tendencia sexual con respeto y sin cortapisas, debiera ser una garantía inviolable en cualquiera de las democracias del mundo, pero no está de más decirlo, el machismo, los chistes sexistas, la galopante discriminación, abundan en nuestra idiosincrasia, aún incluso, en las costumbres aparentemente soterradas de las sociedades del primer mundo.  La solución, no creo que sean las marchas donde abunda el contenido circense o escasea el intercambio de ideas, pero en todo caso ninguna manifestación  del Orgullo Gay tendría que ser vista con recelo, nuevamente, en el proceso de recuperación de las heridas atávicas vendría muy bien el  diálogo, diálogo entre diferentes, no el monólogo autocomplaciente de una minoría insidiosa, que emerge del revanchismo argumentando discriminación, y que por intolerantes, ya acarician los linderos del supremacismo fundamentalista; ningún entendimiento humano admite la vendetta.

Ciertamente el compromiso en la defensa de los ideales, como parte de la naturaleza propia, conllevará enemistades, persecución, rupturas o encuentros, somos imperfectos, es parte del abrevadero humano. Acerca de haber sido atacados con el duro fardo de los prejuicios, supieron genios como Tchaikovski, quien elevó hasta grado musical, el supremo dolor de cargar con una sexualidad no acorde con el rampante puritanismo de la Rusia zarista. Wilde, el sublime literato, fue obligado a beber la hiel amarga del desprecio público, por causa de algunos de sus arrebatados amores con varones en la Inglaterra victoriana, su hermoso arte, sobrevivió a sus escándalos. Capote, aquel sublime intrigante de vistosa lengua, no tuvo empacho en manifestar públicamente, casi con salvajismo su homosexualidad, pero hay que decirlo, más allá de sus argucias de consorte de la clase alta neoyorquina, Capote, fue un brillante escritor de pluma más que valerosa. Jean Genet, el poeta del lado salvaje de la vida fue más lejos, contestatario y acendradamente herético, plantó distancia de la sociedad a la que consideró hipócrita. Forjada la inquietante suspicacia de su arrojo, entre las sombras de los años carcelarios, Genet, ni siquiera intentó una reivindicación que habría nacido muerta, selló por siempre su pacto con los desprotegidos, los descamisados, los esclavos de una pestilente burguesía ideológicamente estéril. Lorca, Porter, Coward, Visconti, interminable la lista de dignos libertarios, a ninguno de ellos les fue otorgada recompensa alguna solo por el hecho de ser homosexuales, la cuota moral para lavar culpas añejas no existía, dicha cuota infame, es solo producto del puritanismo propio del siglo XXI, un activismo ardiente con sabor a religiosidad reprimida; todo frente a un establishment obsequioso en la conformación de nuevos lobbies.

Todos los mencionados personajes, fueron de alguna u otra manera defenestrados por la censura, perseguidos o vilipendiados de más de un modo, pero también, todos; colgaron el recato a las puertas de la inmortalidad que los mantuvo vigentes en la memoria colectiva. De sobra sabían, que navegar en sentido contrario les convertiría en legionarios de la proscripción, algunos asumieron el aislamiento, otros lo sufrieron, mas todos ellos cincelaron su lugar en el aire, diseñaron su espacio, un soberbio escaparate para el contento de una salvaje fauna de dilectos inadaptados.

Los modernos activistas, aquellos que piensan que devorar homofóbicos con la acidez de los jugos gástricos, es una condición sine que non de su posición política, no saben lo cerca que están de convertirse en aquello que odian. También, ignoran que toda militancia grupal es alguna forma de atenuación de la rebeldía, una manera de colectivizar el rotundo peso de ser homosexual, en cualquier parte de este nuestro mundo cada vez más polarizado. La iniciación facciosa en comunidades LGBTT, no deja de ser una manera “chic” de encajar en la norma, una norma puritana travestida de lentejuelas, pero al final, también una práctica impuesta por una moda que destila hipocresía, no es más que otra forma de neo-moralismo con sabor a rancio. No es necesario encajar para ser útil a una determinada ideología, pues como se sabe toda ideología, sustentada en la banalidad, tiende a la no trascendencia.

Encajar por tanto en la comunicación baladí que pregonan los promotores del reino de la realidad virtual, aunada al histérico activismo que tiene como impulsor frecuente el canibalismo humano, aquello que supone el divorcio eterno del diálogo entre los contrarios, es la manera más falaz, insuficiente y contradictoria, de festejar la intolerancia. Es algo así como hacerse el harakiri, al mismo tiempo que volarse la tapa de los sesos con una magnum, esperando no morir.