• 23 de Noviembre del 2024
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El Buen Fin

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Ayer se mudaron los vecinos de enfrente. Aprovechando estos tres días de asueto, igual que los de las ofertas del Buen Fin, apilaron una veintena de cajas en el corredor que está frente a los elevadores cuando el alba apenas comenzaba a despuntar.

 

Los contenedores parecían comprados en el Office Max de la esquina. Eran de un material translúcido, todos del mismo tamaño y cada uno con su etiqueta rotulada en negro indeleble para identificar el contenido. ¿A quién se le ocurre mudarse en un día destinado a salir de compras? Pensé. Y, sobre todo, prácticamente en la víspera de Navidad, porque en pleno 12 de noviembre ya se pueden conseguir los adornos de temporada con el 50% de descuento más varios meses sin intereses, que haciendo cuentas terminas de pagar más o menos dos Navidades después.

     En la panadería se siguen horneando hojaldras, pero unas prematuras roscas de Reyes se pavonean jubilosas en la charola contigua. Los clientes las eligen indistintamente sin reparar en lo extraño de su coexistencia. Y es que quizá aquellas ya son las hojaldras del año siguiente, pues tal como desaparecieron las estaciones climáticas, las tradiciones pasaron a diluirse en los caprichos de la mercadotecnia y de los dueños de la economía. En los puestos de periódico todavía exhiben accesorios para Halloween: una cola con cuernos, tridentes de plástico y máscaras del Juego del Calamar, al tiempo en que ofrecen esferas coleccionables que aparecen semana a semana y de dos en dos para completar la docena el día de Navidad. Todo junto con pegado, diría mi madre.

     Fue imposible no darse cuenta de que algo raro estaba ocurriendo en el cuarto piso, siempre tan silencioso como un frasco de mermelada. Aquí casi nunca suceden cosas memorables, excepto cuando se pasean las venezolanas con la ropa pintada al cuerpo, cuando la vecina del piso 11 deja caer desde el balcón las tijeras y la engrapadora o el celular y los cigarros, o cuando los vendedores ambulantes se manifiestan en la entrada principal. Hace unos días algunos vecinos firmaron una petición para desalojar al tamalero de la bici, a la señora de los esquites y a los cinco puestos de comida corrida que se forman en la parte posterior del centro comercial, porque “afean” el paisaje. La respetable Junta de Condóminos es la Santa Inquisición del Siglo XXI y no se mueve la hoja del árbol sin que antes haya salido publicado el permiso en un memorándum.

     El espectáculo de la mudanza en el cuarto piso fue una bocanada de aire fresco dentro de la rutina pandémica. A las ocho de la mañana bloquearon uno de los ascensores para realizar el trasiego, mientras el otro quedaba a disposición de los inquilinos y sus ocupaciones diarias. Papá Vecino anunció en voz alta la llegada del camión y Mamá Vecina salió corriendo con sendos bultos en cada mano. Vecinitos Uno y Dos berreaban sin religión encima porque les dejaron la caja de los juguetes debajo de las herramientas y, la Peque, una Pomerania más fina que el resto de la familia, permaneció echada en el tapete de bienvenida hasta que lo enrollaron. Cuatro cargadores en overol subieron con todo profesionalismo quince minutos después, portando faja, botas de seguridad, casco y guantes antiderrapantes. Todo parecía tan bien planeado que por un momento pensé que se trataba de la filmación de una película.

     Poco a poco los muebles comenzaron a salir en fila india del 4C, envueltos cuidadosamente en película elástica o en plástico de burbuja grande. Ninguna de las ventanas de mi departamento tiene vista hacia el corredor, de modo que para enterarme de los detalles hice dos viajes al contenedor de la basura, bajé al Oxxo por un café y luego por el refill, fui a la panadería, donde no pude decidirme entre una hojaldra y la mini rosca de Reyes, así que me llevé ambas y finalmente me tiré de panza en el suelo para asomarme por la rendija de la puerta y seguir husmeando. Total que nada digno de ser contado sucedió ese día en que no tuve cosa mejor que hacer además de espiar a los vecinos. Y que si me enteré de la hora exacta en que comenzó el acarreo fue nomás porque padezco de insomnio.

     Hace rato llegó el nuevo inquilino con su gato siamés. Todavía no sé a qué se dedica, pero, puede que en el transcurso de un café me dé una idea.

 

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Twitter: @mldeles

 

De la Autora

He colaborado en el periódico Intolerancia con la columna "A cientos de kilómetros" y en la revista digital Insumisas con el Blog "Cómo te explico". Mis cuentos han sido publicados en las revistas Letras Raras, Almiar, Más Sana y Punto en Línea de la UNAM y antologados en “Basta 100 mujeres contra Violencia de género”, de la UAM Xochimilco y en “Mujeres al borde de un ataque de tinta”, de Duermevela, casa de alteración de hábitos.

He sido finalista del certamen nacional “Acapulco en su Tinta 2013”, ganadora del segundo lugar en el concurso “Mujeres en vida 2014” de la FFyL de la BUAP, obtuve mención narrativa en el “Certamen de Poesía y Narrativa de la Sociedad Argentina de Escritores”, con sede en Zárate, Argentina y ganadora del primer lugar en el “Concurso de Crónica Al Cielo por Asalto 2017” de Fá Editorial.

He participado en los talleres de novela, cuento y creación literaria de la SOGEM y de la Escuela de Escritores del IMACP y en los talleres de apreciación literaria del CCU de la BUAP.