• 17 de Mayo del 2024

Adiós a Las Vegas

Enrique y Gaby. / Especial

Por extraño que parezca, a ella no me unieron ni la escritura, ni los talleres literarios, ni ninguna de las cosas memorables que le ocurrieron en la vida. Yo conocí a Gaby Puente tirada en los escalones que, en mi casa, separan la sala del comedor. Era una mujer hermosa de piel blanquísima, con el cabello rubio y ensortijado de las muñecas de aparador, y una mirada penetrante que te escocía el alma de tan irreverente. Mi hermano Enrique y ella habían pasado la noche bebiendo y fumando, con la ropa puesta y apuntalando la intimidad compartida sin cautela que los unió para siempre. Así los encontré, fraguando su amistad de más de 30 años, que por entonces ella lubricaba con licuado de peyote y el almíbar de unos duraznos.

 

Gaby dispuso y ensayó sus pompas fúnebres hace más de una década. Para presentar su poemario Necrología (2005) fue patrocinada por una empresa de servicios mortuorios que, me atrevo a decir, nunca volvió a ver algo igual. De su casa, frente al Colegio Esparza, la sacaron en andas dentro de un ataúd cerrado. Llevaba entre las manos no un rosario de difunto, sino una mamila de flujo medio que contenía el whisky que su padre le suministraba indiscretamente a cada tanto. Detrás del cortejo iban decenas de incrédulos y las falsas plañideras que ella eligió para dar credibilidad al asunto. Le aterraban la muerte y el encierro del mismo modo en que le horrorizaban la soledad y el desamor. Así, pálida y briaga, llegó a su segunda casa, Profética, donde sentada entre lúgubres afeites leyó para todos “Voy a morir aquí, ya era hora”, mientras seguía chupando como esponja de fregadero.

Muchas veces comió en mi casa y otras tantas estuve en la suya. Durante unos años, Enrique le alquiló uno de los departamentos que tenía en su casa frente a la catedral. Allí nos reuníamos a celebrar la nada y a ver desfiles y procesiones entre sus risas escandalosas y las increíbles anécdotas que aderezaba con ese enorme talento de narradora. Nadie que la haya conocido se libró de su baño etílico. Lo que ella estuviera bebiendo quedaba impregnado en tu ropa como símbolo de recalcitrante camaradería. Gaby habló siempre a gritos y con las manos, nomás que en las manos siempre tenía el vaso y el vaso siempre tenía alcohol. Al examen de maestría de mi hermano llegó con una botella de Sidral Mundet mezclado con whisky. De ahí bebimos todos, hasta mi madre, rolándola discretamente en lo que el postulante nos echaba una mirada diabólica. “Si ya saben cómo soy, pa’qué me invitan”, es una frase que ella debió haber acuñado.

“Para no escupirnos los besos, nos gritamos las cortesías”, escribió en otro de sus poemas. Y sí. Sus amores fueron siempre tortuosos y legendarios, porque ella no sabía de poquitos ni conocía la mesura de lo socialmente correcto. Para la fiesta de su boda eligió su tercera casa, Duermevela. Allí nos reunimos un pequeño grupo de amigos a cantarle “bendita sea tu pureza” y a echar al vuelo las apuestas por su reivindicación ante la humanidad. Pero Gaby era Gaby, la que además de a las mujeres amaba al cine y a la música con vísceras y ovarios. La misma que comenzó a escribir su biografía con la escena de la primera vez que probó el alcohol y supo que de ahí era. Y es que nada fue por casualidad. Ella y Alejandro Meneses lo supieron siempre. Ambos ya se habían marchado cuando se fueron.

 

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Antes de que lo supieran los dueños de la cultura, los importantes de las bellas artes, los editores, las librerías y los periodistas que lamentaron la pérdida para las letras poblanas, recibí la noticia por mi hermano. A nosotros se nos había ido la pinche Gaby. Dicen en las redes que murió a los 47, pero la verdad es que llegó al medio siglo sin darse cuenta y sin preocuparse por el retiro. Anoche le brindamos la última botella. No de cuerpo presente como hubiéramos querido, nomás en fiel cumplimiento de su voluntad. “Beban mal por mí, pero beban”, habría dicho muy seguramente. Luego Enrique y Amalia la honraron viendo Adiós a Las Vegas. Luego la poesía se quedó huérfana de un lado.

 

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Twitter: @mldeles

De la Autora

He colaborado en el periódico Intolerancia con la columna "A cientos de kilómetros" y en la revista digital Insumisas con el Blog "Cómo te explico". Mis cuentos han sido publicados en las revistas Letras Raras, Almiar, Más Sana y Punto en Línea de la UNAM y antologados en “Basta 100 mujeres contra Violencia de género”, de la UAM Xochimilco y en “Mujeres al borde de un ataque de tinta”, de Duermevela, casa de alteración de hábitos.

He sido finalista del certamen nacional “Acapulco en su Tinta 2013”, ganadora del segundo lugar en el concurso “Mujeres en vida 2014” de la FFyL de la BUAP, obtuve mención narrativa en el “Certamen de Poesía y Narrativa de la Sociedad Argentina de Escritores”, con sede en Zárate, Argentina y ganadora del primer lugar en el “Concurso de Crónica Al Cielo por Asalto 2017” de Fá Editorial.

He participado en los talleres de novela, cuento y creación literaria de la SOGEM y de la Escuela de Escritores del IMACP y en los talleres de apreciación literaria del CCU de la BUAP.