• 21 de Noviembre del 2024
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Jóvenes y flacas

Tumbrl

Despertó con un hambre colérica. Había soñado con una sensual rebanada de pastel de chocolate y la saliva jugueteaba en su boca mientras las tripas le gruñían como perro enfurecido. Bea se había acostumbrado a calmar esa sensación de vacuidad con refresco dietético y cigarros. Abría el refrigerador ─como quien abre un armario─ y sin importar cuántas opciones hubiera dentro solo elegía una: un tallo de apio, una rebanada de jamón, medio pepino.

 

Estaba flaca de a feo, pero según la revista “Jóvenes y Flacas”, todavía le quedaba un largo camino por recorrer. Ser delgada ya no era suficiente para tener éxito en la vida. La nueva moda entre las modelos famosas era lucir una separación en la parte interna de los muslos, así podrían verse más altas y deseables. La publicación no hablaba del peligro de caer en la inanición previa a la anorexia, pero enlistaba poderosas razones para hacerlo: vestir diseños de las mejores marcas, verse bien en pantalones holgados y ser la envidia de las amigas.

Llegar a ese estado cercano al éxtasis encubría el riesgo de contraer anemia, perder el cabello o la capacidad de menstruar; nimiedades que el editor pasó por alto después de incluir los datos de los cirujanos que hoy en día practican la liposucción para drenarse las piernas. Afortunadamente, Bea podía presumir de un temple de acero y un alma de poquitera: poquito jitomate, poquito atún, poquita lechuga, porque engordo nomás de oler. El plato que le entregaban en cada comida era un muestrario de los alimentos que siempre dejaba a la mitad. Vas a desaparecer, niña, mírate nomás que delgadita estás ─la regañaba la cocinera─. Pero, Bea no podía creerle a nadie.

Para eso tenía un espejo grande y el reflejo sí le confesaba la verdad: que era una flaca de espíritu encerrada en una botarga talla tres. “Bea es una cerda”, decía una nota adherida a la puerta de su closet. Y cuando en medio de la noche asaltaba el refrigerador, corría después a vomitar la media manzana que había mordisqueado entre culpas. Era probablemente la chica más descarnada de la uni; los dientes le habían crecido tanto que parecía un esqueleto parlante movido por hilos. Y ni qué decir del agrio carácter que de un tiempo acá la había condenado al ostracismo. En la escuela nadie quería sentarse a su lado por miedo a ver correr la sangre.

Junior, su novio, le suplicaba que se dejara crecer algo de carne alrededor de los huesos para tener a qué aferrarse. Cada día lo soportaba menos, pero le había aguantado tres años de noviazgo y estaba dispuesta a llegar a las últimas consecuencias. Quería casarse con él en cuanto terminaran la carrera, porque era un chavo guapísimo, de buena familia y con mucho dinero. Por eso prefería no pensar en las tardes de los miércoles, por ejemplo, cuando al salir de la universidad, Junior la llevaba al motelucho de siempre sin pedirle opinión. Tenerlo encima le parecía peor que no comer, pero repetir lo que veían en las películas, que a él le fascinaban, le devolvía las ganas de matarse de hambre.

Poco antes de la graduación ─un miércoles para ser exactos─, Junior la llevó a comer a un restaurante fifí, donde ella apenas picó la ensalada y se bebió cuatro cervezas bajas en calorías. Tenía que prepararse para lo que vendría después y, dicho y hecho, obviando el postre se dirigieron a un motel con símbolos chinos en el arco de la entrada. Allí se empinó otras tres cervezas y se esmeró en complacer a su novio hasta que a punto de caer rendida, Junior le anunció tiernamente:

─ Después de la graduación me voy a Europa, nena.

─¿Cómo que te vas?

─Pues así. Mis papás me regalan un viaje de un año.

─¿Un año?, ¿por qué?

─Pues, nomás.

─¿Y yo?

─Tú, ¿qué?

─Yo pensé que en cuanto termináramos nos íbamos a casar.

─¿Cómo crees, nena? Estamos muy chavos para eso.

Hubo un furioso silencio de diez segundos y Bea se le fue encima con un vigor insospechado. Le rompió una botella de cerveza en la nuca, alcanzó una de sus zapatillas y le clavó dos centímetros de tacón en el muslo derecho. Luego corrió a arrancar la secadora empotrada sobre el lavabo del baño y siguió atizándole en las coyunturas hasta que, confundidos por el escándalo, dos mucamas y un chalán llegaron a someterla. Encuerada se parecía más a un armazón que a un ser viviente y era difícil imaginar que hubiera podido hacer tales destrozos, pero… Junior dejó un fajo grande de billetes en la cómoda, vistió a su novia ante el azoro de los trabajadores, y la trepó en un Uber que llamó desde la habitación.

Bea volvió a soñar con un pastel. El trozo bañado en chocolate la perseguía por toda la casa enarbolando un tenedor. Luego escuchó una voz que le indicaba seguir la luz, bajó descalza a la cocina, abrió la puerta del refrigerador y la vio por fin: era la luz al final del camino. Sacó un tallo de apio y corrió a buscar la revista para hacer cita con el cirujano plástico. Seguramente, Junior la había dejado por gorda.

 

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Twitter: @mldeles

 

De la Autora

He colaborado en el periódico Intolerancia con la columna "A cientos de kilómetros" y en la revista digital Insumisas con el Blog "Cómo te explico". Mis cuentos han sido publicados en las revistas Letras Raras, Almiar, Más Sana y Punto en Línea de la UNAM y antologados en “Basta 100 mujeres contra Violencia de género”, de la UAM Xochimilco y en “Mujeres al borde de un ataque de tinta”, de Duermevela, casa de alteración de hábitos.

He sido finalista del certamen nacional “Acapulco en su Tinta 2013”, ganadora del segundo lugar en el concurso “Mujeres en vida 2014” de la FFyL de la BUAP, obtuve mención narrativa en el “Certamen de Poesía y Narrativa de la Sociedad Argentina de Escritores”, con sede en Zárate, Argentina y ganadora del primer lugar en el “Concurso de Crónica Al Cielo por Asalto 2017” de Fá Editorial.

He participado en los talleres de novela, cuento y creación literaria de la SOGEM y de la Escuela de Escritores del IMACP y en los talleres de apreciación literaria del CCU de la BUAP.