• 25 de Abril del 2024

El muerto al hoyo (Aries 5432 / Parte VIII)

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El sábado por la mañana no cantaron los pájaros en el mil quinientos seis de la 70 Poniente. Doña Felícitas continuaba inmersa en el acuoso melodrama y, como nadie se había ocupado de destapar las jaulas, la noche se les había prolongado hasta por ahí de las diez. En eso, dos ladridos de perra mal cogida anunciaron que alguien estaba a punto de golpear el zaguán.

 

     Al abrir la puerta, Padilla se topó con dos enviados de la PGJ que preguntaron por los familiares de un tal Guadalupe Heriberto Martínez Ramos. Oyó el nombre y tuvo conciencia, por primera vez desde la noche en que le entregara los tres cachitos del Sorteo Zodiaco a la Cruel Amalia, del alcance de la situación. Los lagrimones con que doña Felícitas chorreaba el piso de la cocina no le hacían mella. Había llegado a la conclusión de que su jefa ya no estaba en condiciones de pensar con claridad y de que era una cosa nomás de tiempo el que retomara el cauce. Muy pronto la señora habría de olvidar su pena entre las beatas de Nuestra Señora del Rayo dedicándose, como siempre había hecho, a cambiarle a la virgen su ropita y sus vistosas pelucas de pelo natural.

La visita le había caído a Padilla enteramente por sorpresa, ya que para entonces del tal Heriberto ni se acordaba.

─ Hallamos el cuerpo del señor Martínez muy maltrecho en una barranca ─informó a rajatabla el comandante Universo Sánchez, abriendo su libretita para tomar notas como hacen los polis de la tele.

─ Al difunto lo identificamos por las huellas dactilares. Estaba fichado ─agregó el segundo de a bordo.

─ No le haga, jefe. ¿Y no podría haber algún error? ¿Están ustedes bien seguros de que es él?

─ Como del color del cielo, señor…

─ Padilla, pa´lo que se ofrezca.

─ Entonces, quédese por aquí cerca, señor Padilla, porque se va a ofrecer.

     Doña Felícitas había perdido ya dos kilos que seguramente iba a recuperar en la cafeteada, pues lo suyo no era más que deshidratación lacrimógena, pero, cómo decírselo… Ese era el puto desmadre. ¿Qué cree, jefita? Sí andaba muerto, no andaba de parranda. ¡Ay, no mames, pendejo!, ya te pareces al pinche Chipocles. Jefa: ahí le traen a su viejo, nomás que como que se le bajó la presión. No, eso está muy culero. La acompaño en su sentimiento, jefecita… Sí, eso suena mejor, maestro.

     Corrió a despertar al resto de sus familiares. El comandante Universo Sánchez los requería con celeridad para tomarles declaración, así que prácticamente en cuerpo y con una caja de Kleenex en la mano subió a la jefa en el asiento delantero del Lord Wagen mientras la gabacha se acomodaba atrás. Santos había dicho que nomás iba a un mandado y en seguidita los alcanzaba en la delegación, y ya se estaba abrochando la camisa y pasándose el peine cuando Jennifer se le colgó del brazo conduciéndolo hasta la unidad con mucho cariño.

     A la zaga del VW Passat del comandante hicieron el trayecto a las instalaciones de la Procuraduría, un moderno edificio con once pisos abarrotados de gente y ciento cincuenta cajones de estacionamiento subterráneo, donde de labios del propio Universo Sánchez escucharon la reseña del reciente levantamiento. El cuerpo del hoy occiso ─inició─, una persona del sexo masculino entrada en la tercera edad, fue hallado al pie de una barranca envuelto en una colcha azul de falso brocado y con el miembro visiblemente escocido. Por el modo de operar ─continuó─ se sospecha de una banda de sexo malhechores cuyo radio de operación se encuentra afincado cerca del entronque Tejocotal-La Bóveda a la altura del señalamiento para la salida a Zacatlán.

     Gracias a las investigaciones conformadas en el expediente de dicha agrupación delictiva se conocía con lujo de detalle el modus operandi, consistente en abuso sexual, tortura y extorsión directa a las víctimas, por las que no se pedía rescate alguno pues al parecer el fin último de los vándalos era obtener solaz y esparcimiento. El comandante Universo agregó, frunciendo el ceño mientras bebía de un termo con las siglas PGJ en letras doradas, que en el ultimado se habían hallado poli-contusión y ausencia de incisivos central y lateral, así como cara cianótica; síntomas que probablemente después de ser confirmados por la necropsia apuntarían a un sofocamiento interno de tipo mecánico. O sea, que el tal Heriberto se había ahogado, pues.

─ Ay, ¡cuánto debe de haber sufrido mi pobre Beto! ─berreó doña Felícitas.

─ No piense en eso, jefita. ¿Pa’qué imaginar esas cosas tan feas? ─dijo el menor de sus hijos.

─ Pero ¿cómo se fue a ahogar, hijito? Si ni nadar le gustaba.

─ Los designios del Señor, jefa. Hay que resignarse.

     La facilidad con que iban a resolverse tan delicados acontecimientos, es decir, sin que se los pasaran a traer en el desmadre a él y la Gótica, le producía un hueco en el estómago que a lo mejor no era tanto de emoción sino de hambre, porque no le había dado tiempo de almorzar. Se despreciaba por haber participado en un acto tan vil y repugnante, pero estaba seguro de que más adelante se hubiera reprochado la cobardía de quedarse con los brazos cruzados. Más vale que sobre y no que falte, ¿no era eso lo que le repetía siempre su madre cuando iban de camino al Paraíso de Capulina? Pues bien, lo mejor era actuar con naturalidad para evadir toda sospecha.

     Sopesaba la conveniencia de arrojar un lamento furtivo en apoyo a su jefecita, o mostrar indignación ante la ineptitud gubernamental para librar a los pobladores de las garras del crimen, cada vez más y mejor organizado. Lo verdaderamente importante era terminar con el engorroso trámite y salir corriendo a colocar al muertito bajo sus reglamentarios tres metros de tierra, de modo que optó por engorilarse un poco y exigió, con el azotador de la ceja en alto, la entrega inmediata del cuerpo para que doña Felícitas pudiera embalsamarlo personalmente como a sus gorriones. La eficiencia administrativa de la dependencia consignó a los dolientes a algo así como nueve horas de espera, frente a las puertas del SEMEFO de la 119 Poniente, y eso por tratarse de una diligencia express.

 

Tal como sospechara nuestro protagónico, el servicio mortuorio se llevó a cabo en la sala de la casa adquirida por su padre. Don Richard entró dando tumbos con una canasta de corbatas y cocoles de queso que depositó en una mesa de palo arrumbada en el pasillo, único mueble sobreviviente del acarreo a la bodega del tío Abelardo en el Hidalgo para que se pudiera montar la capilla ardiente. Lo demás eran banquetas distribuidas por los vecinos, ocupadas en su mayoría por enlutadas marchantas del Mercado y otros locales de la 15; unos parientes lejanos del tal Heriberto que nadie había oído mentar jamás, y algunos ambulantes caídos casualmente con el pretexto de soltarle lo de la cuota a su recaudador. En el interior de la casa circulaba un suculento aroma a pan recién horneado, pero era una escena tristísima.

     Al pasar junto a Padilla, el panadero habló en un susurro mientras se secaba el sudor de la frente.

─ Yo creo que se te pasó la mano, hijo. Nomás era cosa de hablar de hombre a hombre con él.

─ No le haga, don Richard, yo a ese paseo ni los acompañé. Verdá buena.

     Con una mirada suplicante le había solicitado al tahonero que no lo fuera a colocar de chivo expiatorio con los de la comandancia, quienes por cierto, se hallaban escoltando a la dolorosa Benítez y la interrogaban sobre los posibles enemigos del interfecto por si hubiera alguna otra línea de investigación.

     Santos se había puesto una camisa negra y recorría la sala con una botella de ron en la mano. Servía el licor en el café de las visitas, una cuantiosa concurrencia que apilaba los vasos desechables bajo el asiento por si les cuantificaban la ingesta, cuando intempestivamente arribaron el Amapolo y el Jeringas de riguroso luto y con sendos ramos de nomeolvides envueltos en papel de china.

─ Reciba nuestras condolencias, tííta  ─dijo el hipodérmico en nombre de los dos.

─ ¡Ay, mi’jo! ¡Es una desgracia muy grande! Muy grande…

─ Consuélese, Tía. Ya El Altísimo lo debe tener sentado a su diestra ─agregó el Amapolo.

─ ¿Sí crees, hijito?

─ Palabra, tía. Ya está con el creador.

     Los cuates llevaban triple intención al presentarse en el domicilio de Felícitas Benítez. Una, desde luego, era la de dar el pésame a la viuda, otra, la de aprovechar el libe de gorra y por último, aunque no por ello menos sustancial, la de agarrar distraído al pariente crápula para saldar la antigua deuda que acababa de cumplir su segundo aniversario. Pero el Santos, nada pendejo, se hacía el acomedido refaccionando a las sedientas marchantas y a la comitiva del comandante Sánchez ─también entrándole al café con piquetito y a los sabrosos cocoles de queso─, mientras a la distancia los primos le hacían toda clase de señas indicándole que querían hablar con él, pero en privado.

     Viendo que la ocasión no les favorecía en absoluto y que el mencionado no se daba por aludido, el Amapolo y el Jeringas se instalaron estratégicamente junto al ataúd a esperar el momento oportuno para ejecutar su plan, que consistía básicamente en romperle la madre al Santos y en desvalijarlo de la dolariza que tenía guardada. Así los hallé cuando acudí a presentar mis respetuosas condolencias a la doña, pocos minutos antes de que Wendolyn Paniagua, una comadre que ostentaba título de grado por haber llevado a bautizar al menor de los Padilla, se abría camino entre la muchedumbre con insólita presteza.

     Arremetiendo contra deudos y plañideras, la dama, que era de un obeso superlativo, logró situarse junto al féretro sobre el que habían colocado una fotografía del tal Heriberto en traje de mariachi. En el salón bogaban más de treinta cuerpos en un mar de lágrimas. Juzgue usted, pues los allí reunidos no lograban ponerse de acuerdo en si rezar una novena por el eterno descanso del difunto, salir a conseguir unos músicos rascatripas que le hicieran más llevadero el camino al más allá o consolar a la doliente. La acalorada discusión agarraba forma de debate cuando la señora Paniagua efectuó la señal de la cruz y se arrancó con el primer rosario de cuerpo presente: Creo en Dios Padre, todopoderoso, creador del cielo y de la tierra. Y en Jesucristo, su único Hijo…

     Y hablando de hijos, los del tío Abelardo retrocedieron en dirección al Santos, quien cual estafeta entregó el pomo a la gabacha y se esfumó con el pretexto de ir a traer unos cirios.

     El Amapolo hizo amago de salir tras él, pero el Jeringas lo detuvo por el ruedo de la camiseta. Padilla le había hecho una señal para indicarle discretamente el cuarto de su hermano.

     En el cajón donde la de los ojos como bombochas guardaba sus minúsculos ondergüers había un fajo con cinco mil quinientos en billetes verdes.

     El Santos ya no regresó.

 

El domingo, Padilla amaneció con uno de los pezones de Jennifer en la boca. Lo había estado succionando gran parte de la noche y un borrón de saliva se acartonaba sobre la sábana de abajo. Por la ventana entró el verano entre sombras efímeras, mientras los gorriones que purgaban condena en las jaulas del patio cantaban las mañanitas. Llegaba un olor nauseabundo, tal vez porque en el Mercado Hidalgo se pudría la fruta apelmazada en huacales, o porque, hay que recordar, a pocos metros de ahí se encontraba el cuerpo cuasi pútrido del tal Heriberto.

─ Pero, qué jijos de su puta mad… ¿’On’toy? ─Rumió el hombre, quiero decir nuestro amigo, todavía mordisqueando el chupón de carne rosada.

     La piel desnuda de la gringa se estremeció bajo el cobertor.

─ ¿A cómo estamos hoy, reinita?

─ Por ti es gratis ─contestó montándosele de inmediato.

─ No, mi hermosa bubilínea, que a cómo de fecha, no de varo.

─ No sabe.

─ Tons, aguántame, güerita. Necesitamos saber qué día es hoy. Anda a ver al calendario de la cocina.

─ ¿Sí urgente?

─ Muy urgente, beibi. Anda a ver, plis. 

     Había descansado a pierna suelta gracias al calor recibido del cuerpo de Jennifer y a que lograron acomodarse de cucharita, primero él abrazándola por detrás con el brazo izquierdo sobre estribor y la mano en la bubi derecha, para más tarde girar al unísono y que ella le encajara las rodillas en las corvas. Bienaventurados los que despilfarran arrumacos nocturnos, porque de ellos será el reino de Morfeo ─pensó el hombre, sintiéndose punto menos que dichoso.

     Jennifer volvió de la cocina con dos tazas de café y un aplauso de chichis que precedía sus pasos. Andaba encuerada por todas las habitaciones, luciendo su cuerpo semi translúcido como uno más de los objetos decorativos. Viéndola sonreír en el umbral de la puerta, Padilla se olvidó del calendario y los vigésimos por un momento. Era la primera vez que se la iba a tirar no por venganza sino por gusto, y la sangre le hirvió cuando agarrándola por los bucles recogidos en la nuca la volvió de espaldas. De ahí pasaron al riqui-ran, hurracarana, villamelón, manita de puerco y como-veo-doy, regresando al protocolario perrito para que Padilla pudiera vaciarse en nutrido escupitajo.

     Sí, siempre cogieron igual.

     Era domingo. Domingo 20 de julio. Padilla lo supo minutos después, mientras fumaba el clásico postcoital con la gabacha enredada en sus piernas. Corrió a revisar la bolsa trasera de su pantalón, donde descansaban los catorce cachitos del zodiaco, y respiró tranquilo al comprobar que todo estaba en orden. No perdieron tiempo en bañarse. Doña Felícitas andaba en los últimos preparativos del cortejo fúnebre y, aunque los amantes no estaban de vena para un sepelio, no la iban a abandonar en el último trance. La señora se había trepado ya a la camioneta del tío Abelardo, quien venía con esposa, pomo e hijos.

     Las horas parecían ganar minutos salidos de un hoyo negro y todavía debíamos esperar a que dieran las siete para conocer los resultados del sorteo. Nuestro amigo encargó a su jefecita con el tío Abelardo y nos propuso acompañarlo a Caldos don Teódulo con el fin de refaccionarnos con un consomé de rabadilla y comentar los acontecimientos. La gabacha se trepó en el asiento del copiloto para marcar territorio y los primos y un servidor nos apretujamos atrás. Durante las siguientes horas, entre copa y pase, aprovechamos las inconsistencias de la memoria hablando de pura pendejada. A la rubia le entró el monstruo ─quién se iba a imaginar que no se llevaba bien con Juanita─ y se encerró en el guáter a vomitar. Padilla se echó un coyotito sobre la mesa y los primos sacaron el ácido, así que yo me puse a cantar una del Chente junto a la rockola.

     Así anduvimos, que sirvan la otra, que cántate ésta, que otra vez quiero guacarear, hasta que se llegó el momento de la verdad y salimos en busca de un café internet donde poder sintonizar el sorteo. Porque ha de saber (yo no lo sabía) que este tipo de eventos ya no se transmite por televisión abierta como hace años, sino a través de la red y en vivo y en directo.

     Encontramos un cibercafé sobre la 13 Norte y bulevar, a un costado del Mercado Hidalgo, que pertenecía a un cuate dispuesto a cerrarlo para nosotros porque era amigo del Jeringas y porque, fuera cual fuera el resultado del sorteo, se iba a llevar su comisión. Padilla se había aventado la puntada de cargar con San Juditas y un pomo de Baraima en la cajuela del británico, para que ambos nos hicieran el paro durante el difícil trance. Los primos se organizaron para una oración con la inamovible fe de los que temen a todo mal: Apóstol gloriosísimo de Nuestro Señor Jesucristo, aclamado por los fieles con el dulce título de ABOGADO DE LOS CASOS DESESPERADOS, hazme sentir tu poderosa intercesión aliviando la gravísima necesidad en que me encuentro…

     Las franjas amarillas de un rehilete colmado de estrellas iluminaron la pantalla. Cada domingo la suerte está esperándote, porque cada domingo puedes jugar el sensacional Sorteo Zodiaco de la Lotería Nacional. Tres bolitas que contienen signo, número e importe del premio, giran y giran dándote maravillosas oportunidades de ganar cuando se completan los doce signos del zodiaco con sus números y premios… El cachito sólo cuesta quince pesos y por esa pequeña cantidad, puedes ganarte trescientos mil. Se oyó en una voz varonil muy bien modulada, mientras los efectos visuales daban paso a la imagen de un auditorio decorado con enormes gladiolas híbridas. Una mujer en traje sastre presentó a los miembros del presidio y a los emisarios de la fortuna, quienes comenzaron a repartir los premios de dos mil doscientos y cuatro mil cuatrocientos. Signo virgo, signo virgoooo, dos, tres, siete, unoooo: ciento setenta y seis mil peeeeesos, ciento setenta y seis mil peeeeesos…

     Cuando pensamos que ya se venían los premios gordos, volvieron a entregar pinchurrientos premiecillos de baja denominación, y es que la cosa no iba en aumento, sino calabaceado como los bailes de La Loma. Signo leeeo, signo leeeo, siete, tres, cinco, nueeeeve. Ochenta y ocho mil peeesos, ochenta y ocho mil peeesos, gritó una chamaca con las coletas cundidas en lazos llenos de petunias.

     Un trueno como de paloma de a sesenta varos se escuchó peligrosamente cerca y un apagón de proporciones muy cabronas sumió a la colonia en una oscuridad de caverna prehistórica.

     

Continuará…

 

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Twitter: @mldeles

 

De la Autora

He colaborado en el periódico Intolerancia con la columna "A cientos de kilómetros" y en la revista digital Insumisas con el Blog "Cómo te explico". Mis cuentos han sido publicados en las revistas Letras Raras, Almiar, Más Sana y Punto en Línea de la UNAM y antologados en “Basta 100 mujeres contra Violencia de género”, de la UAM Xochimilco y en “Mujeres al borde de un ataque de tinta”, de Duermevela, casa de alteración de hábitos.

He sido finalista del certamen nacional “Acapulco en su Tinta 2013”, ganadora del segundo lugar en el concurso “Mujeres en vida 2014” de la FFyL de la BUAP, obtuve mención narrativa en el “Certamen de Poesía y Narrativa de la Sociedad Argentina de Escritores”, con sede en Zárate, Argentina y ganadora del primer lugar en el “Concurso de Crónica Al Cielo por Asalto 2017” de Fá Editorial.

He participado en los talleres de novela, cuento y creación literaria de la SOGEM y de la Escuela de Escritores del IMACP y en los talleres de apreciación literaria del CCU de la BUAP.