• 26 de Abril del 2024

La Indestructible Ucrania y el Antimateria

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Apenas daban las nueve. Subió la persiana de la sala y supo que alguien había remojado las nubes en la cubeta del trapeador. El cielo estaba como alma de poeta maldito, pero en el edificio de enfrente la vecina se había puesto a planchar en pelotas junto a la ventana. La vida en el encierro se había reducido a las advertencias del Netflix: desnudos, lenguaje inapropiado y consumo de tabaco y alcohol.

 

Corría el día número cien. El cuate del Uber Eats ya lo estaba esperando abajo para entregarle la torta de chilaquiles con milanesa y el batido energético de todos viernes. Era de los de a pie y traía un cubrebocas negro con el escudo del América.

Le gustaba escanear a los repartidores. Chequearles el uniforme y los cascos para asegurarse de que guardaban las medidas de seguridad necesarias, no le fueran a pegar el bicho. Los más pro eran los de la Farmacia San Pablo, que como iban en traje de superhéroe se las daban de empoderados en la ciudad. A partir del día cincuenta y seis había podido identificar a cualquier repartidor por los colores de la camisa. La habilidad le servía para maldita la cosa, aunque le funcionaba de entretenimiento durante las tres o cuatro horas que perdía asomado en el balcón. Ya no necesitaba leer el logotipo, a la distancia sabía perfectamente que los de amarillo y rojo eran de DHL, que los de azul con negro venían de Amazon y que los de azul con azul figuraban en la nómina de Estafeta.

─ Buenas. ¿Hay paquete para el 14C? ─le preguntó al recepcionista del condominio cuando iba de regreso a los elevadores.

─ Buenos días, joven. No.

─ Búscale bien, se acaba de ir el de DHL.

─ No, joven. No hay nada.

─ Y esa cajota, ¿de quién es? Ha de ser mi envío.

─ No, señor, es de otro departamento.

─ ¿No tendrás algo en la bodega?

─ No tenemos bodega, joven.

En los modos del empleado había una perversa expresión de valemadrismo. Como si entregar paquetes a los condóminos no fuera una de sus ocupaciones fundamentales, mientras escupía sus fastidiosos “nos” iba acomodando unos clips en la cajita con imán que tenía junto al teléfono.

─ No me lo vayan a hacer perdedizo, ¿eh?

─ Cómo cree, joven. Aquí nunca se ha perdido nada.

La vecina continuaba en pelotas, ahora tendiendo la cama, y por estar de baboso los chilaquiles se habían puesto aguados. Desde el celular entró a la aplicación de la tienda en línea. Su pedido se encuentra a punto de arribar a destino, ponía el estatus en estatus de congelado desde varios días atrás. La anticipación lo traía caminando de puntitas en las últimas semanas.

Apenas ponía atención a sus obligaciones como Demand Planner y cada vez le quedaban más desfasados los pronósticos de la producción. Era un geek de cepa. Estaba sobrado para el puesto y no lo habían hecho manager nomás porque entre los allegados casi nadie le conocía la voz ni el color de los ojos. Su predilección por el encierro y la predisposición al mutismo lo hacían invisible para los demás. Era necesario que uno de sus subordinados lo acarreara al sonar la alarma sísmica, pues todo lo que no viniera en formato de Excel quedaba fuera de su radar.

En la oficina nadie lo citaba por su nombre. Se referían a él como el Vacuo, el Mudo o el Friki, pero su alias mejor acreditado era el Antimateria.

Podía estar en cualquier parte a cualquier hora y ni por enterados. Si llamaban a junta de seis personas, por ejemplo, en la sala nomás ponían cinco sillas para los que se iban a congregar. Y cuando organizaban el intercambio navideño de plano se hacían pendejos para meter su papelito. A la hora de la verdad ninguno recordaba su nombre de pila. El infierno son los otros, dijo Sartre. Lo que no sabían esos otros, ya que hubiera sido imposible de sospechar, es que a él le venían valiendo pulpa de guayaba todos sus desplantes. El cuate no era capaz de sentir nada. Ni frío ni calor, ni odio ni desprecio, ni amor ni desasosiego.

La verdadera antimateria del mundo mundial tenía lugar en el centro de su corazón de hojalata.

Los cambios en su desempeño durante la cuarentena llamaron la atención del Corporativo. El día ochenta y ocho había recibido una llamada de recursos humanos durante la que le hicieron veinte preguntas destinadas a averiguar su salud mental. Lo más urgente era saber si se acoplaba al trabajo en casa, a las comidas en solitario o si echaba en falta la silla ergonómica y el aire acondicionado. Todas las preguntas se podían responder con escuetos monosílabos, excepto la número catorce:

¿Con qué género se identifica a sí mismo?

  1. A) Masculino.
  2. B) Femenino.
  3. C) Prefiere no contestar.

Y el Antimateria prefirió no contestar porque sospechó que la pregunta era de índole capciosa.

Durante las siguientes semanas aguardó en vano una segunda llamada con los resultados de la prueba. Los de RRHH tampoco se acordaron de su nombre y la enviaron a la carpeta de pendientes por archivar.

Sí. Hubiera querido que le enviaran a casa su silla ergonómica.

Al terminar de engullir la torta de chilaquiles con milanesa sacó el burro al balcón y se puso a planchar en pelotas. No tardaba en llover. Había leído, no se acordaba dónde, que los efectos del agua sobre el bicho eran similares a los producidos sobre los Gremlins. Él no habría nacido sino hasta el año 89 y no conocía la película, pero el tráiler oficial que andaba circulando en las redes sociales sugería complicaciones armagedónicas. Todavía con las primeras gotas cayendo sobre su cabeza siguió planchando para ver la reacción de los vecinos. Unos cuates guardaban la mesa con dos sillas para salvarlas de óxido, otros metían los trastes de sus perritos o sacaban las macetas a los balcones por ahorrarse la regada. Ninguno de ellos se volvió a mirar al Antimateria. Por más que exageraba los movimientos con la plancha y se meneaba para campanear sus partes, no hubo quien le echara un lente.

El día noventa y siete le habían anunciado los de recepción que tenía una visita. Infirió que se trataba de la entrega del famoso paquete y sin pensarlo autorizó que permitieran el ingreso hasta su departamento.

Abrió la puerta y de inmediato fue rociado con un líquido antiséptico que del impacto lo envió a recalar en el loveseat de la sala. Cuando minutos después recuperó el sentido de la vista, dos cabrones vestidos de civil se enfundaban en unos trajes de protección biológica Clase 6. De una maleta de aluminio sacaron un estuche transparente y mientras el sujeto número uno lo agarraba de los hombros por detrás, el sujeto número dos le introducía un hisopo por la nariz. Parecía como si le quisieran someter la polimerasa a una prueba de calor. Pero, que era una cosa de rutina programada desde el Corporativo, dijeron.

Y el Antimateria no se la tragó. Quién chingaos había escrito su nombre en una lista. Nadie, nunca.

A su celular llegó el aviso del 3X2 en vinos y licores. Nomás que escampara saldría corriendo con su carrito plegable al autoservicio de la esquina para proveerse de insumos. Luego de la desolación cervecera que privó entre los días cuarenta y ocho y setenta, no volvería a dejarse agarrar con los calzones en la mano. Si como mexicano comprometido con la economía no pudo meterse los 68 litros de chela que le concernían en el año, según cifras del INEGI, mínimo se libaría unos veinte pomos de tequila.

La consciencia social le instó a armarse con las siete promociones correspondientes, una docena de Takis Volcano y un paquete de Marlboro blancos. Que acabara de chingar a su madre el bicho. Si en las manos se extinguía con alcohol, cuantimás habría de perecer con una endotraqueal de Master Dobel.

         ─ Buenas.

         ─ Buenas noches, joven.    

─ ¿’Ora sí ya tienen algo para el 14C?

         ─ La mensajería solo viene en la mañana.

         ─ Y de la mañana, ¿no me tienes nada?

         ─ Ya me preguntó hace rato.

         ─ Entonces, ¿no?

         ─ No.

El de la recepción puso ojos de clara de huevo. Podría pensarse que el Antimateria era propenso a la necedad, pero su larga no existencia le había dejado motivos suficientes para el recelar de todo. Las secuelas eran profundas. La única vez que recordaba haber estado a punto de casarse, con una jarocha chaparrita que ejercía su pasantía en la UAM, lo dejaron olímpicamente plantado en el registro civil. Sencillamente ella se olvidó de la fecha, le confesó dos semanas después, cuando el cuate ya se había peinado nosocomios y delegaciones para localizar el cadáver.

¿Y si los de la mensajería no se acordaban de su nombre? Cómo saber si el paquete venía dirigido correctamente.

Desinfectó los pomos, los acomodó en fila india pegados a la pared del comedor, y se puso a escribirles un recordatorio en su magistral inglés de Cambridge.

En esas andaba cuando se le ocurrió que lo correcto era contactar al proveedor. La compañía era londinense y no tenía sucursales. Y no las tenía por mero pudor. Su giro era el de la fabricación de exquisitas muñecas de silicona y una gran variedad de juguetes sexuales, aunque no era en ello donde radicaba su afán de recato, sino en los exorbitantes precios que se dejaban pedir por cualquiera de los accesorios. Lo más barato era de dos mil pounds y algunos adminículos eran de plano indepreciables.

Se había topado con la página de puro churro. Efectuaba un recorrido virtual por la catedral de Santa Sofía para averiguar si las doradas cúpulas eran en verdad de oro macizo, como se ufanaba la esposa ucraniana del contador, y una cosa llevó a la otra. De pronto se halló siguiendo el link que lo conectaría con el único y verdadero amor.

La Indestructible Ucrania no era una vulgar sex doll. Era la Bild Lilli reloaded. En su diseño se conjuntaban la Barbie ninfómana, la Reinavirgen con motor de empuje pélvico recargable y la 5G en minifalda de cuero. Todas para uno. Jamás volvería a experimentar la zozobra del amor consensuado. Y esto no era un reemplazo, sino un verdadero alivio. Su impedimento para establecer vínculos interpersonales era un factor conductual inamovible en su genética.

Fundirse con la piel de silicona médica y elastómeros termoplásticos, prometía un remanso imposible de alcanzar por medios más ortodoxos. Tal era el hiperrealismo de su inteligencia artificial (de la Indestructible Ucrania) que venía programada para alcanzar el orgasmo.

Equipada con sensores en boca, pechos y órganos sexuales para responder de manera automática a los estímulos, podía emitir sonidos y palabras acorde con cada uno de sus modos: amistoso, romántico o sexual. Su precio era de £4,589.37 Pero, qué tanto es tantito. El Antimateria vendió su auto en Mercado Libre y se compró una moto por si en días próximos la jefa de gobierno ordenaba el regreso a la nueva normalidad. La eligió pelirroja (sabía de buena fuente que esas no tienen alma) con los ojos verde mar y cilindrada del 36C.

Mientras llegaba le armó un guardarropa tipo cosplay para los fines de semana y otro estilo Jackie Kennedy para que durante el día hiciera de su asistente. Le dejó la mitad del armario y un cajón en la cómoda para acomodar sus prendas íntimas.

El día ciento doce recibió un email de los ingleses escrito en perfecto español. Habían surgido algunas complicaciones en la aduana y el paquete demoraría pocos días más. Era recomendable, agregaron, que antes de interactuar con la Indestructible Ucrania le diera un baño de tina. Los agentes le habían realizado una inspección manual para cerciorarse de que no actuaba de mula. Ya no era virgen, tanto mejor. El Antimateria sudaba la gota gorda dilucidando sobre la carga moral que suponía el robarle la inocencia. Él no sentía nada, pero qué tal que ella sí.

Por primera vez desde el 25 de marzo se puso a limpiar el depa. Había estado comiendo en desechables y durmiendo sobre la colcha para evitar el cambio de sábanas. No es que fuera holgazán, nomás estaba ahorrando agua. Del saneamiento sacó varios kilos de polvo y una araña reclusa, parda como franciscano, que ya había depositado cuatro huevos detrás del guáter.    

─ Buenos días. ‘Ora sí ya viene mi paquete. Ahí le encargo.

─ Aquí estamos al pendiente, joven.

─ Es una caja grande.

─ No se preocupe, se la mandamos en el diablito.

─ Nomás se fijan en las marcas. Tiene que ir parada.

─ Sí, joven. Yo me fijo.

─ ¿No habrá llegado ya?

─ Todavía no.

─ A ver, échele una revisada a su libreta.

─ No ha llegado la mensajería.

─ Tá bueno.

La Indestructible Ucrania arribó ocho días más tarde. Del camión de la mensajería la sacaron entre dos y de la recepción la subieron por el elevador de carga en el mentado diablito. Iba completamente desnuda, vegetando en su sarcófago de cartón con la candidez de una bella durmiente. El Antimateria se deshizo del embalaje, levantó la tapa del catafalco, besó sus labios intachables siguiendo la recomendación del instructivo adjunto, y ella abrió sus ojales límpidos a la polución citadina.

Ante su belleza lánguida el cuate sintió como que le faltaba el aire. La piel se le había puesto chinita al rozar sus labios entreabiertos, dispuestos a desbarrancarse de pasión en aquel manantial de burbujas plásticas. En el insensible corazón de lámina del Antimateria sonaban los acordes de una batucada. Nunca se había sentido tan cachondo y febril.

El día ciento veinte se lo llevaron a internar. Fue la única vez que su nombre se registró en una lista.

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Twitter: @mldeles

 

De la Autora

He colaborado en el periódico Intolerancia con la columna "A cientos de kilómetros" y en la revista digital Insumisas con el Blog "Cómo te explico". Mis cuentos han sido publicados en las revistas Letras Raras, Almiar, Más Sana y Punto en Línea de la UNAM y antologados en “Basta 100 mujeres contra Violencia de género”, de la UAM Xochimilco y en “Mujeres al borde de un ataque de tinta”, de Duermevela, casa de alteración de hábitos.

He sido finalista del certamen nacional “Acapulco en su Tinta 2013”, ganadora del segundo lugar en el concurso “Mujeres en vida 2014” de la FFyL de la BUAP, obtuve mención narrativa en el “Certamen de Poesía y Narrativa de la Sociedad Argentina de Escritores”, con sede en Zárate, Argentina y ganadora del primer lugar en el “Concurso de Crónica Al Cielo por Asalto 2017” de Fá Editorial.

He participado en los talleres de novela, cuento y creación literaria de la SOGEM y de la Escuela de Escritores del IMACP y en los talleres de apreciación literaria del CCU de la BUAP.