Álvaro Paulino Jr. es líder de la quinta generación de una estirpe de músicos poblano-americanos radicados en Nueva York, al frente del El Mariachi Tapatío de Álvaro Paulino, “El Mejor Mariachi de Nueva York”, que cumple 40 años de existencia y alista los festejos con presentaciones y un disco de aniversario.
El Mariachi Tapatío de Álvaro Paulino fue oficialmente fundado en 1983, pero tiene tras de sí una historia centenaria, que encuentra su cuna en La Magdalena Axocopan, junta auxiliar del municipio de Atlixco, célebre por su fervor a su patrona María Magdalena y por la tradición trashumante de sus hijos; muchos de ellos están en la Unión Americana.
Por ahí de 1973, salió de esa comunidad un joven Álvaro Paulino, para buscarse la vida en Estados Unidos. La pobreza de su tierra fue acicate para emigrar y tomar, al principio, trabajos de lavaplatos y otros, para ganarse la vida.
El equipaje que cargaba esperanzas y aventura, llevaba también su amor por la música mexicana, su formación original en el Mariachi Metepec, de Atlixco, y años de estudio en el hoy Benemérito Conservatorio de Música del Estado de Puebla.
Sus pasos lo llevaron a Nueva York y, desde el condado de Brooklyn, afianzó la fundación de su mariachi, que hoy tiene prácticamente llamados diarios, a fiestas, serenatas, misas y acompañar con música el adiós de quienes han muerto.
Álvaro nunca ha sido un improvisado en la ejecución de los instrumentos y, aunque domina varios, su preferido es la trompeta, al igual que su hijo, Álvaro Paulino Jr., quien a través de una videollamada narra la historia de este mariachi atlixquense-neoyorquino.
La dinastía Paulino tiene su referencia inmediata en Gregorio, el abuelo, quien era ya la tercera generación de músicos poblanos y quien también cruzó la frontera.
Los festejos comenzaron con la publicación de un documental y dos canciones grabadas en escenarios emblemáticos de las ciudades de Puebla y de México, donde la dinastía Paulino interpretó dos canciones que han sido difundidas en su canal de YouTube.
Álvaro Jr. y su escuela
Desde la pubertad, entre los 12 y 13 años de edad, como un juego, Álvaro Jr. se acercó al mundo del mariachi, contagiado del amor de su padre por la música.
Hoy domina todos los instrumentos y tiene una propia escuela para formar a las nuevas generaciones de mariachis, la que ha llamado New York City Mariachi Conservatory, en honor al Benemérito Conservatorio de Música del Estado de Puebla.
La fundación de esta academia fue por la natural necesidad de tantos alumnos que tenía, ya que muchos padres, que lo veían en sus presentaciones, les solicitaban instruir a sus hijos.
Álvaro Jr. también tuvo estudios de música clásica, con una maestra, paradójicamente, de nacionalidad rusa.
La conveniencia de la enseñanza formal la vio su padre e intentó que estudiara con los músicos de mariachis de renombre internacional, como el Vargas de Tecalitlán, a quienes conocía.
Se planteó que regresara a México a estudiar, donde Álvaro Jr. ha venido muchas veces a visitar a su familia, pero la respuesta de sus amigos músicos profesionales fue contundente: “que estudie en Nueva York, ahí están los mejores músicos del mundo”. Y así fue.
Álvaro Jr. ha tocado con músicos de la talla del fallecido Juan Gabriel, por ejemplo, y hoy se dedica de lleno al mariachi y a su Conservatorio.
Portar el traje de mariachi, dice con precisión en las palabras Álvaro Jr., “debe ser un honor”.
Por eso reprueba a quienes se emborrachan y andan por ahí trastabillando o caídos en las calles, pues “nos desprestigian a todos”, aunque esas escenas solamente las ha visto en sus visitas a Puebla, dice con lamento.
El llanto del migrante
Desde la añoranza más sincera, los integrantes de El Mariachi de Álvaro Paulino han visto en Nueva York cómo brotan las lágrimas de los paisanos, cuando las guitarras, violines y trompetas entonan canciones tan significativas en la distancia como México lindo y querido.
Los paisanos se transportan por unos minutos a la tierra a la que, por ahora y por muchos años, no han podido regresar.
“Hay muchos paisanos que no pueden viajar a México (por su situación migratoria irregular) y a través de la música les transmitimos esa pasión, nuestra cultura, y se sienten como si estuvieran en México… Les llevamos un pedacito de México… Luego les echamos la de México Lindo y Querido, y empiezan a cantar, a llorar…”, describe Álvaro Jr.
El gusto por el mariachi, con los años también se han diversificado. Las contrataciones del mariachi, que son muy bien pagados y cuyos precios pueden ir de los 650 dólares a los 2 mil 800 por hora, dependiendo el número de integrantes que se contraten, las hacen también ahora comunidades anglosajonas, “pues hasta el gringo canta y le gustan canciones como Cielito Lindo, el Son de la Negra y otras”.
Pero es al paisano, al que más impacta escuchar su música. Se doblan con las notas que los llevan momentáneamente de regreso a su tierra.
Ahí, dice Álvaro Jr., es donde se siente, sin dudas, que “esta tradición del mariachi es sagrada y así hay que honrarla”
La ruta de Álvaro padre
La travesía que hace casi medio siglo emprendió Álvaro padre, de Axocopan a Estados Unidos, la hizo con una visa prestada, para llegar primero al Estado asociado estadounidense de Puerto Rico y, de ahí, saltar a la Unión Americana sin problemas.
Irónicamente, ya en los años en que trabajaba en la Gran Manzana en el mantenimiento de condominios, en una de sus contrataciones como mariachi —labor que alternaba—, conoció en Connecticut a la puertorriqueña Rosa, hoy de apellido Paulino, su esposa, quien vendía golosinas en uno de los teatros que se presentó.
“Viajaba tres cuatro horas para verla cada fin de semana y así fue como se casaron”, cuenta su hijo.
Álvaro Jr. y su hermana Isaura tienen sangre mexicana y puertorriqueña, dos naciones muy festivas y musicales.
Desde las palabras, la historia de éxito del Mariachi Tapatío de Álvaro Paulino parece sencilla, pero implicó mucho esfuerzo.
Su padre debió sobreponerse a hábitos que obstaculizaban la disciplina que demanda este trabajo, cuando se ve como esa “tradición sagrada”.
Muchas ocasiones, los fines de semana, debió apenas dormir una siesta, entre su trabajo como mariachi y su turno como trabajador de mantenimiento de condominios de las zonas habitacionales ricas de Nueva York.
Hoy, está jubilado de esa labor y puede dedicarse de lleno a la música