Dr. Melitón Lozano Pérez
Ayoxuxtla de Zapata es una localidad árida enclavado en las montañas de los límites del estado de Puebla con Morelos. Se encuentra a 3 horas de la ciudad de Puebla y para llegar a ella es necesario internarse entre caminos sinuosos y garigolescos; entre tierras de color ocre y blanco. Entre flora y fauna que se aferra a la vida con determinada convicción.
Visitándola, se comprende también el porqué de la Proclama del Plan de Ayala hace cerca de 110 años un 28 de noviembre del año 1911. Ayoxuxtla es un lugar propio para la defensa y la resistencia.
Si nos remontamos al 1911 de aquella época, los registros mencionan que un 7 de junio, Francisco I. Madero había arribado a la ciudad de México donde se encontró con Zapata. Esa fue la primera vez que se reunieron dos hombres cuyos caminos, convergentes en la lucha contra Porfirio Díaz, se separarían en los meses siguientes.
Madero, un idealista recién en el poder ofreció a Zapata una hacienda como recompensa por su lucha. Zapata, ofendido, le reprochó airadamente que no había entrado a la Revolución para convertirse en hacendado. Zapata quería que se entregaran sus tierras a los pueblos; Madero, que se desarmara el ejército.
Eran las visiones distintas del campo y de la ciudad. El líder agrario hablaba por los suyos, el jefe de la revolución veía ya las cosas desde el Estado nacional, pero también con su propia visión de clase y geográfica: la de pertenecer a una familia latifundista de un norte partidario de la propiedad privada.
Zapata meses más tarde, desde Ayoxuxtla, lanzó el Plan de Ayala, donde dio forma a sus peticiones concretas como movimiento armado a favor de las demandas agraristas, la justicia social, libertad, igualdad, propiedad comunal de las tierras y el respeto a las comunidades indígenas, campesinas y obreras de México.
El día de hoy 1 de diciembre del año 2021. Se cumplen también tres años desde que el presidente Andrés Manuel López Obrador encabezó por la vía pacífica y democrática un movimiento de regeneración nacional que alcanzó la presidencia de la República y una mayoría legislativa que le ha permitido implementar reformas constitucionales de gran calado a favor principalmente de los sectores populares más desfavorecidos.
Entre la conmemoración del 110 aniversario del Plan de Ayala y el 3er aniversario de la presidencia de la república del movimiento encabezado por Andrés Manuel López Obrador ¿Qué es posible rescatar para nuestro presente?
Varias similitudes y también nuevos desafíos:
Emiliano Zapata Salazar, el Caudillo del Sur, el símbolo del agrarismo mexicano, es un personaje universal que representa la lucha por la tierra, la justicia, la libertad y la dignidad de los campesinos, pero también por el contenido social que le dio a la Revolución. Por su tozudez al atribuir a ésta un sentido de transformación y de reforma a las instituciones en beneficio de los sectores populares mayoritarios y excluidos.
Del presidente Andrés Manuel López Obrador, podemos decir lo mismo. Poseedor de una sana y firme convicción que de manera estoica y pacífica le hizo participar tres veces como candidato a la presidencia de la república, pero que, una vez llegado al poder y con la legitimidad suficiente, impulsó firmemente reformas de gran calado a favor de los más desprotegidos.
A diferencia de Zapata y por qué hacerlo también a estas alturas hubiera sido un total despropósito, el presidente Andrés Manuel ha continuado a tres años de gobierno la transformación social a favor del Pueblo de México, no desde los fusiles, sino con armas aún más poderosas: la voluntad de decir no a la corrupción, a la injusticia, a la imposición, a la simulación; de dignificar el pasado y el futuro; la valentía y la tenacidad para poner el colectivo antes que el individuo; la voluntad de redescubrir y redefinir lo que es ser mexicano, para insertar a México como una nación llena de dignidad, respeto y orgullo.
De la personalidad de Zapata se puede decir que fue un hombre honesto, justo y valiente. Un hombre, de esos que se conocen como de una sola pieza; consistente en sus palabras. Zapata por decirlo de una manera, fue luz, pero también utopía; esperanza para los desprotegidos, los sin tierra, los desposeídos. Pero también símbolo de valentía ante los poderosos.
Con Andrés Manuel López Obrador, el imperativo ético de no robar, no mentir y no traicionar al pueblo ha cobrado renovada vigencia y levantado no pocas cejas de los conservadores quienes, sin reparo alguno, habían hecho del Estado mexicano en los últimos treinta años, un botín con licencia libre para el enriquecimiento y el saqueo a manos llenas.
Esto no hace sino volver nuevamente a la figura de Emiliano Zapata, quien El 20 de octubre de 1913, emitió un Manifiesto a la Nación en el que pidió a los habitantes del país que respaldaran la causa revolucionaria. Reiterando que sus objetivos eran mejorar las condiciones de vida digna para la gente, siendo necesario reformar las instituciones. La lucha zapatista no era por el poder ni por los cargos públicos, sino por la justicia y la libertad para decidir su presente y futuro siendo dueños de sus tierras.
A tres años de gobierno, el presidente Andrés Manuel López Obrador, ha dado continuidad a un Proyecto de Nación precisamente a favor de la justicia social cuyos cambios constitucionales se pueden observar en que hoy la Educación Superior sea obligatoria (artículo 3º ), en que los programas sociales de la Cuarta Transformación: pensión para adultos mayores, becas para estudiantes y apoyos para personas con discapacidad hayan sido elevados a rango constitucional (artículo 4º), y en que el presidente de la República pueda ser juzgado durante su ejercicio (artículo 108). Fortaleciendo con esto último la soberanía popular a través de la democracia participativa.
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