Santa Catarina Ilamacingo, Puebla.- En este poblado de la Mixteca Poblana, el arco colorido que recibe al visitante ofrece un saludo en dos idiomas: “bienvenido” y “welcome”.
No podría ser de otro modo, porque esta junta auxiliar del municipio de Acatlán de Osorio, Puebla, en la que se calcula que hay unos mil 500 habitantes, tiene un número igual de sus originarios viviendo desde hace décadas en Estados Unidos, y hoy son muchos más sus descendientes, hijos, hijas, nietos y nietas, para quienes el español ya no fue el idioma materno, ni la mexicana su única nacionalidad. El “welcome” es pensando en ellos y ellas.
La descripción del “muy muy lejano” toma dimensión exacta en este poblado, distante de todo, incluso de su cabecera municipal que queda a dos horas y media, pero que es muy cálido para el forastero.
Fotos: Alejandro Cortés.
De esta tierra, que toca con sus hilos el Río Mixteco, en 1980, salió el paisano Alfonso Álvarez Ortega, quien con los años recorrió también cientos de vicisitudes, alegrías, tristezas y kilómetros, exactamente 4 mil 314, hasta sentar residencia y forjar una familia en Yonkers, Nueva York.
En esa ciudad, aledaña al Bronx de la Gran Manzana, Álvarez ha podido fincar empresas exitosas, criar a tres hijos de nacionalidad americana -hoy dos con estudios universitarios- con su esposa Sury, y es un reconocido activista en favor de la comunidad latina.
Fue fundador y presidente de la Cámara México-Americana de Comercio y tiene una estrecha relación con las autoridades locales, las que calculan que en Yonkers hay al menos 35 mil poblanos, muchos binacionales, ya sea por naturalización o por nacimiento en suelo estadounidense.
Don Alfonso regresa cotidianamente a su Ilamacingo, pero el pasado 29 de noviembre tuvo su visita una esencia especial.
Las autoridades locales y buena parte del pueblo le organizaron una celebración, modesta por la pandemia, pero intensa para agradecer su apoyo económico, particular y recientemente, para avanzar en el camino que los lleva a la carretera más cercana. Son varios kilómetros de terracería que atraviesan dos barrancas, pero que está en condiciones aceptables.
Él y otros migrantes han contribuido con los años al desarrollo de su tierra. Alfonso ha sido benefactor por décadas y sus compañeros de generación así lo reconocen.
La nostalgia
Alfonso Álvarez es reticente a describir sobre todo lo que aquí ha hecho, pero a fuerza de preguntarle reconoce mucho cariño y nostalgia por su tierra.
La mirada se le pierde en el horizonte cuando habla de su madre y su padre, quienes ya fallecieron. De sus hermanos, particularmente de uno que ya no está con él.
La historia de Alfonso Álvarez es inspiradora y al oído pareciera muy sencillo su éxito, pero está lleno de penurias.
Él y un puñado de poblanos son prácticamente la primera generación que buscó asiento en el estado de Nueva York, en donde hoy con su zona triestatal, junto con Nueva Jersey y Connecticut, se calcula que viven 960 hijos de Puebla.
Aguantó golpizas feroces de integrantes de otras minorías. Sabe lo que es pasar noches de temperaturas bajo cero sin siquiera una chamarra, porque le habían robado la única que poseía.
Cinco veces la Migra (el Departamento de Inmigración) lo agarró y lo deportó a México, y cinco veces desde Ilamacingo volvió a recorrer los 4.3 mil kilómetros de vuelta al Sueño Americano que su trabajo arduo hizo realidad.
—¿Cómo encuentra su pueblo? Aunque ha regresado muchas veces después de 40 años, ¿cómo se siente? —es la pregunta cuyas palabras riñen con la música festiva de la banda.
—Me siento muy honrado, por ese bonito recibimiento que mi gente de Ilamacingo me dio. Me siento muy satisfecho por ese gesto que dieron hacia mí. El pueblo lo veo con cambios que están haciendo aquí en el centrito, en el zócalo. Ojalá que pronto nos hagan el puente y la carretera, que los necesitamos. El pueblo de Ilamacingo ha sido muy marginado por la distancia que hay con las carreteras principales. Hacemos más de dos horas para llegar de Acatlán (la cabecera municipal) a Ilamacingo.
—¿Por qué ayudar a su pueblo, del que salió hace tantos años?
—A veces pienso que Dios me ha puesto en donde tal vez pueda poner un granito de arena, como un ciudadano de este pueblo. Y viendo las necesidades, me da por hacer eso. Siempre me ha gustado envolverme con la comunidad, no solamente de mi pueblo, sino allá donde vivo… Allá mismo lo hago, recaudamos fondos para apoyar a los paisanos. Pertenezco a una fundación (Mecenas) que dimos despensas, ahora con el Covid, para los paisanos… No tengo, pero lo poquito que pueda dar, lo doy. Mi esposa y yo compaginamos mucho con ayudar a los demás.
—Su pueblo tiene muchos recursos para usted….
—Sí, yo hace rato, no me vieron, pero ya estuve chillando, porque yo en mi mente tengo muchas memorias, tal vez de adolescente, de necesidad, de muchas cosas que viví, y siento orgullo al mismo tiempo, porque te hace ser una persona luchona en la vida.
El inmigrante hoy
Con el sol mixteco de otoño que quema y cala, como fondo, desde el quiosco de Ilamacingo se realiza la entrevista con Alfonso, mientras alrededor están algunos de los invitados al festejo.
Ha llegado la presidenta municipal de Acatlán, María del Carmen Nava Martínez, representantes del Instituto Poblano de Asistencia al Migrante (IPAM) y de la Secretaría de Bienestar del estado de Puebla, amigos, y los lugareños que reconocen a su paisano.
La migración, en esta región del estado es ya casi una tradición ancestral. Muchas generaciones enfilan sus pasos hacia el norte, apenas tienen edad para hacerlo, pero las condiciones y las aspiraciones son otras, reconoce Alfonso Álvarez.
—¿Cómo es el migrante de hoy, en comparación como lo fue en su generación?
—Hay mucha diferencia. El migrante de los 80 y 90 íbamos a trabajar, íbamos a luchar. Teníamos la idea de que íbamos a regresar, pero nunca regresamos (a establecernos). Muchos hicieron sus casotas bonitas y gastaron sus fortunas de dos o tres años, y aquí tienen casas muy lindas, y cuando vas a verlos allá, viven en un departamentito… Pero sí, tocando el tema del migrante de hoy y del antes, pues ya no llegan con sueños, no todos, pero bueno, los tiempos tienen que cambiar.
Con la tarde el festejo se cierra. Con la nostalgia, también las reflexiones. Alfonso Álvarez emprende el regreso a Puebla, en donde estará unos días para luego volar a Yonkers.
Es un viaje más, de los muchos que estos 40 años ha hecho para regresar al terruño, que siempre lo recibe con su esencia binacional, con su “bienvenido, welcome”.