• 28 de Abril del 2025
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Quien siembra vientos cosecha tempestades

Chamber / Tama66/Pixabay

 

César agarró el espejo que estaba sobre el velador y empezó a mirar su rostro, intentaba reconocer la imagen que veía

 

 

Márcia Batista Ramos

Era uno de estos días fríos y de lluvia, los pies de César dolían mucho por la artritis gotosa, no podía salir de la cama, pero se vio obligado a arrastrarse al baño, frente al dormitorio, para orinar. Volvió a la cama y el dolor se tornó más intenso, estaba solo, no tenía a quién quejarse, entonces alzó el teléfono y llamó a la hermana: una enfermera jubilada, flaca, huesuda con la amargura esculpida en la faz…

Mientras esperaba que llegara la hermana con su mala voluntad, él empezó a recordar la escuela primaria en el Instituto Americano, el chofer y la buena vida de niño rico hasta terminar el quinto básico. Después, pensó en las vueltas de la vida y renegó contra el padre, ya difunto, por no poder mantenerlo en el colegio particular y mezclarlo con los chicos del fiscal, que no lo aceptaban hasta que ingresara a la secundaria.

La hermana entró en la casa con su propia llave, le inyectó corticoides en los dos pies y le reclamó por qué bebió hasta ese extremo. “Cuídate mucho, en otra no cuentes conmigo, no estoy para cuidar a borrachos…Chau, chau.”

César agarró el espejo que estaba sobre el velador y empezó a mirar su rostro. Intentaba reconocer la imagen que veía, al mismo momento en que buscaba su otra faz perdida en el tiempo. Miraba en el espejo las arrugas profundas, la cara surcada por la vida, el tic en el ojo derecho que le hacía más “sui generis”; su rostro había ennegrecido con el tiempo, el pelo se conservaba negro, apenas le blanqueaba totalmente la nuca.  El hombre hizo una mueca de disgusto, se fijó en las grandes entradas en su frente y se dio cuenta que envejeció… “¡Miércoles!”, exclamó entre dientes, “qué manera de ser infeliz”, pensó.

Se dio cuenta en un instante que la vida estaba finando y que él ya no tenía nada, no era nada y tendría que entrar a la fila para recibir el bono de la tercera edad, que le hacía falta para completar el mes, pues, su taxi no rentaba mucho, existe mucha competencia… Su único orgullo eran los dos hijos profesionales (con el titánico sacrificio de la esposa). Una profesión fue cosa que él no logró, aunque tuvo oportunidad de ingresar a la universidad, pero, salió por perezoso e irresponsable y, lógicamente, se arrepintió.

“¡Ay!, Dios mío, por qué tuve tan mala suerte en la vida. Siempre fui tan trabajador, hice de todo, pero, nunca sobró…Que desgracia”.  Así rezongaba César hablando con el espejo, sintiéndose víctima de la vida. Se comparaba con otras personas que llegaron más lejos que él, pese a que empezaron de mucho más abajo. No tenía muchos amigos porque su teoría consistía en que: “Para tener buenos amigos hay que tener plata”. Como no tenía plata, su círculo social se había reducido a pocos parientes, a tal punto que buscaba motivos para hacer fiestas, para tener visitas y cierto estatus entre los pocos suyos, en resumen, hacia fiesta si nació la pata o si murió la pata…

César se durmió en medio de sus quejumbres, los sueños recordaban invasiones nocturnas a domicilios de gente desconocida, golpes, culatazos, niños llorando, violaciones a mujeres y niñas, robos de objetos de valor, torturas y decomiso de material subversivo de izquierda. Entonces, despertó sobresaltado y se dijo a sí mismo: “Era una época, ya pasó, yo no era el único, muchos estaban en la Legión Boliviana, y también yo era obligado a cumplir órdenes, era joven y los hermanos Alarcón eran jefes rudos y despiadados… Además, en aquellos años tenías que posicionarte, si no, te jodías. ¡Caray! Ya me había olvidado de aquellos tiempos…Fui medio estúpido, porque no supe aprovechar cuando el General regresó al poder y hacer un poco de plata; es que no me gusta pedir nada a nadie. Siempre me conocieron sólo por mi apellido y por el grado de capitán que tuvo mí padre (antes que le dieran de baja) no quiero que me venga un proceso judicial encima. Eso es página volcada...”.

Él trató de no pensar más en su sueño. En tantos años no hizo un análisis de conciencia, este no tendría que ser el momento, de cualquier forma, no sentía remordimiento ni culpa. Volvió a dormir el sueño de los justos; porqué César nunca pensó que pertenecía a la peor escoria. Tristemente él derrochó su juventud en el hampa: matando, torturando, violando, robando en nombre de una dictadura infame. Desde luego el desdichado éste, no sabía que quien siembra vientos cosecha tempestades.

La tarde llegó con un sol medio oculto por las nubes, la lluvia había descansado y los pies de César ya no dolían, despertó bien humorado. Decidió comprar algo para cuando llegase la esposa y los hijos del trabajo. Salió en su taxi, tuvo suerte, pudo parquear en pleno centro. Fue caminando por el pasaje 25 de mayo y cayó con un colapso fulminante. Las personas se amontonaron a su alrededor mientras esperaban una ambulancia; entre la multitud de curiosos una voz de sufrimiento y alivio dijo: “¡Ah! Ese era uno de esos paramilitares de mierda de los años setenta”.

 

***

 

Biografía:

Márcia Batista Ramos, brasileña. Licenciada en Filosofía-UFSM. Gestora cultural, escritora, poeta y crítica literaria. Editora en Conexión Norte Sur Magazzín, España; columnista en Inmediaciones, Bolivia, periodismo binacional Exilio, México, archivo.e-consulta.com, México, revista Madeinleon Magazine, España y revista Barbante, Brasil. Publicó diversos libros y antologías, asimismo, figura en varias antologías con ensayo, poesía y cuento. Es colaboradora en revistas internacionales en 22 países. Editor adjunto de la Edición Internacional de Literatura China (a cargo de la Federación de Círculos Literarios y Artísticos de Hubei, China).