• 21 de Noviembre del 2024
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Ramón López Velarde, cien años después 

Ramón López Velarde / Facebook/José Muro González

 

Perseguido por la pobreza, con una vida donde el azar y la zozobra lo envolvían en la fatalidad, un largo camino de frustraciones lo acompañaron regularmente

  

Agobiado por la neumonía, para la cual aún no existían los antibióticos, aquel 19 de junio de 1921 el poeta se postró para no levantarse más. Quizás, en un arrebato contra la muerte evocó los años de juventud en Jerez, donde se incubaba el genio literario. Tal vez se asomó una sonrisa pensando en las muchas ocasiones que caminó por la calle Madero a las que se sabía adicto y recordó aquel texto del 8 de marzo de 1917:

“Conocí a un demente que me despertaba a deshora para repetirme: ‘Plateros fue una calle, luego una rue, y hoy es una street’”.

Con seguridad recordó los versos de Fuensanta, dedicados a Josefa de los Ríos, gran amor de adolescencia y en los que plasmaría sus versos melancólicos, febriles, y en los que le rezaba su tristeza:

Humilde te he rezado mi tristeza

como en los pobres templos parroquiales

el campesino ante la virgen reza.

Pero también en los que expresaba su debilidad:

Soy débil, y al marchar por entre escombros

me dirige la fuerza de tu planta

y reclino las sienes en tus hombros.

Perseguido por la pobreza, con una vida donde el azar y la zozobra lo envolvían en la fatalidad, un largo camino de frustraciones lo acompañaron regularmente. No obstante, las publicaciones de sus libros, la admiración de los poetas contemporáneos, nunca alcanzó la solvencia económica por lo que su vida no fue fácil. Quizás es el destino de algunas almas que, en un mundo adverso, la creatividad y la grandeza surgen como llamas de alivio para su infortunio. Y, quizás, en algunos de sus pensamientos, plasmó la fatalidad:

Mi corazón retrógrado

ama desde hoy la temerosa fecha

en que surgiste con aquel vestido

de luto y aquel rostro de ebriedad.

Día 13 en el que el filo de tu rostro

llevaba la embriaguez como un relámpago

y en que tus lúgubres arreos daban

una luz que cegaba al sol de agosto,

así como se nubla el sol ficticio

en las decoraciones

de los Calvarios de los Viernes Santos.

Educado bajo la fe católica, muestra en sus inspiradas rimas su ferviente espiritualidad. Sin duda su religión contrasta con su apoyo a la Revolución de la que emana y que lo encasilla en el “poeta nacional”, epíteto del que es difícil deslindarlo. La Suave Patria es su poema más recordado y memorizado aún por muchos niños en las escuelas. Fue en esos versos donde vertió sus terruños de la infancia, su visión nacional, su patria personal, a la cual recurrió para su inspiración, y donde mezcló el misticismo con la mexicanidad.

Patria: tu superficie es el maíz,

tus minas el palacio del Rey de Oros,

y tu cielo, las garzas en desliz

y el relámpago verde de los loros.

El Niño Dios te escrituró un establo

y los veneros del petróleo el diablo

Sobre tu capital, cada hora vuela

ojerosa y pintada, en carretela;

y en tu provincia, del reloj en vela

que rondan los palomos colipavos,

las campanadas caen como centavos.

A cien años de su muerte, Ramón López Velarde es un poeta que, con el tiempo, escribe mejor y pareciera que más. Su obra, aunque breve y mutilada por su muerte prematura, abunda en un lenguaje innovador que influye hasta nuestros días. Sus poemas y su prosa siguen inspirando a las generaciones actuales en ensayos y novelas. Historiadores rescatan material que nos permite conocer mejor su época y su vida. Pero quizás, lo más grande es que su obra nos seduce y se aloja en nuestro inconsciente que se alimenta y enriquece de su poesía.

Celebremos pues, su obra, su vida, sus cien años luctuosos, su misterio, sus amores y desventuras. Recojamos sus pasos por la calle de Madero, por las calles de México petrificadas en el tiempo. Recordemos sus breves años y su gran obra que sigue llenando los rincones de la creación literaria.