• 22 de Noviembre del 2024

Luis García Montero trae a Puebla la poesía de la experiencia cotidiana

A pesar de la aparente sencillez de su lenguaje, sus letras son profundas, cargadas de reflexión.

Vino al mundo en el año 58, en Granada, el día 4; era jueves. Hizo de la poesía un destino, al andar entre las letras de la calle de Federico García Lorca, entre Antonio Machado y Luis Cernuda, en esa geografía que formaba la biblioteca de sus padres.

Luis García Montero caminó hacia la poesía como quien serpentea entre callejones, plazas y avenidas. La suya es una poesía de experiencia. Se sube a autobuses que lo acercaron a lugares que no conocía, a taxis que lo conducen a destinos inesperados, y vuela en aviones que lo alejan de lo conocido, no para generar un poema, sino un poeta.

Su padre, Luis García López, leía versos en voz alta que fueron sus primeras novelas de aventura. Aquellas voces liberadas del papel y la tinta se alzaban en el aire como el humo de un cigarro e impregnaron la atmósfera y se infiltraron en las conversaciones cotidianas, en los paseos por la ciudad.

Un tomo de Federico García Lorca, de la editorial Aguilar, fue el primero que lo deslumbró. Brillaba como una joya oculta entre los libros que tenían su padre y su madre, Elisa Montero Peña.

Descubrió en esos poemas no sólo la belleza de la palabra, sino también la memoria de una ciudad que había sido silenciada tras la Guerra Civil y la muerte de Lorca. Esa memoria, resguardada en los versos de Federico, se convirtió en el faro de su propio viaje poético.

Luego vinieron los maestros en la escuela. A uno se le ocurrió llevar un tocadiscos del que salió la voz de un joven Joan Manuel Serrat, que puso música a poemas de Machado y de Miguel Hernández; eran los años 60.

Luis García Montero se dedica a la poesía porque le gusta. En Lorca, Machado, Miguel Hernández y Rafael Alberti, halló las voces que resonaban con sus propias inquietudes, que le mostraban que la poesía podía ser tanto refugio como protesta.

Eso se multiplicó cuando entró en una universidad muy politizada, con debates encendidos y aulas llenas de estudiantes ansiosos por cambiar el mundo.

El azar configuró a una persona que unió su identidad a la poesía. No se trataba sólo de escribir poemas, sino de encontrar en ellos una manera de hablar de la vida de la gente.

Alejado de la lírica enrevesada y elitista que algunos consideraban sinónimo de calidad, Luis optó por un lenguaje claro, cercano, que pudiera hablarle a la gente de la calle, a aquellos que no tenían tiempo para los malabarismos verbales, pero que sí necesitaban encontrar en la poesía un espejo donde ver reflejada su propia vida.

Como en el siglo XVI, en que se hablaba de transportes y labores, en los versos de García Montero, la oficina se convierte en un castillo que conquistar, el taxi en un corcel que lo lleva a nuevas aventuras, y la ciudad, con sus luces y sombras, en un escenario donde transcurre la trama de la existencia.

Pero no es un poeta que se aleje de la realidad para refugiarse en el mundo de las ideas abstractas de la jerga poética. Al contrario, sus versos nacen de la observación de lo cotidiano, de ese “torpe aliño indumentario” que mencionaba Antonio Machado.

Luis toma lo común, lo que a otros podría parecer insignificante, y lo transforma en poema. En sus manos, un simple viaje en autobús o en una espera en el aeropuerto se convierten en una metáfora de la vida misma.

Mañana de suburbio / y el autobús se acerca a la parada. / Hace frío en la calle, suavemente, / casi de despertar en primavera, / de ciudad que no ha entrado / todavía en calor. / Desde mi asiento veo a las mujeres, / con los ojos de sueño y la ropa sin brillo, / en busca de su horario de trabajo. (Mujeres)

A pesar de la aparente sencillez de su lenguaje, la poesía de García Montero es profunda, cargada de una reflexión que va más allá de la mera descripción. Para Luis, la poesía es un modo de conocer el mundo.

Junto a los ventanales / las nubes y la pista de aterrizaje vierten / un veneno romántico en la modernidad / y cada cual espera su salida. / Alegrías, nostalgias, inquietudes, / un cansancio de mundo. / Que le preste dinero para un taxi / me pide un hombre desvalido / que perdió el equipaje esta mañana / al volver de París. / Eso me cuenta. / Yo lo veo marcharse, / cruzar entre viajeros. / En las pantallas electrónicas / se baraja el destino, / aletean los nombres de ciudades extrañas. (Escala en Barajas)

No es un discurso que busca imponer una verdad, sino un diálogo íntimo, una conversación entre el poeta y el lector, donde cada verso es una invitación a pensar, a sentir, a vivir.

En su obra, Luis García Montero, director del Instituto Cervantes desde 2018, rinde homenaje a los poetas que lo precedieron, aquellos que, como él, encontraron en la poesía una forma de resistir y de sobrevivir a partidas tan dolorosas como la de su amada Almudena Grandes, en 2021.

Y este lunes 26 de agosto, en Puebla capital, la voz del poeta abrirá nuevas puertas para invitar a las nuevas generaciones a descubrir que la poesía no es un arte muerto, sino una llama viva.

La cita es en la Casa de la Cultura Pedro Ángel Palou Pérez, a las 18:00 horas, donde llevará a cabo una lectura de poesía el también ensayista y novelista que recibió, el pasado 20 de agosto, el premio Carlos Fuentes a la Creación Literaria, por “convertir la vivencia individual en una experiencia colectiva”.