• 03 de Mayo del 2024

La mujer del circo

 

 

Araceli Otamendi

La mujer ahora cuida un baño en el restaurant de una ciudad de provincia.

Nadia la mira a los ojos cuando entra al lavabo y algo de ella le recuerda al circo que conoció en su infancia. Tal vez son los leones con su pelo brillante y rojizo; o tal vez la ecuyere sobre el caballo y el traje de colores, dejándose llevar al galope.

Antes de salir del recinto -un lugar casi inhóspito por lo antiguo y descuidado-, Nadia vuelve a mirar los ojos de la mujer ya anciana. Algo, algún fulgor quizás de los días pasados en el circo en sus años jóvenes, con la cara cubierta de barba para arrancar la risa o el asombro. 

Ahora, exhibe su barba sin ostentación, viste un guardapolvo gris, espera el tintineo de las monedas en un plato.

Nadia se mira al espejo mientras lava sus manos con el agua fría. Y en el cristal ve el circo con sus luces, los equilibristas balanceándose en las hamacas, en lo alto, sin red abajo para atenuar la caída.

Nadia está junto a su abuelo, quien la ha llevado al circo y ve el asombro en los ojos de la nieta y sonríe.

Un momento de la infancia de Nadia ha ingresado rápido en su memoria, como una flecha, entonces se ve a sí misma reflejada en el cristal como una niña, mirando la pista de arena. La mujer barbuda está ahí también los leones, la ecuyere, los payasos.

Nadia se detiene durante un momento frente a la mujer y deja un billete en el plato.

—Gracias, dice la mujer y Nadia contesta: —Gracias, a usted—. Y sale pensando que sí, muchas gracias, no sabe lo que me ha devuelto hoy, de veras,

© Araceli Otamendi