Arturo Prado Lima*
Poeta colombiano
I
Generaciones de asesinos
venían todas las tardes a crucificar sus cristos
en la memoria de los genes.
A veces se ahorcaban con el cordón umbilical
y la tierra florecía,
los agricultores de soles cosechaban su luz
y se sentaban a cenar con sus vástagos ardiendo.
Los trasatlánticos cruzaban los océanos.
La sustancia del tiempo vivía en tu ombligo
desde que yo te recuerdo.
Vastas embarcaciones se movían
llevando semillas de un continente a otro.
Los prisioneros escapaban de sus cuerpos
y llegaban al lado oscuro de la luz.
Eran tímidos instantes. Nada más.
La respiración perseguía a la inspiración
a lo largo de los milenios que vagaban por tus huesos
después de un suspiro razonable.
El mundo tenía prisa, vida.
Los instantes no cesarán jamás.
II
Así éramos antes de ser quien somos.
Fantasmas iracundos
venían por las noches a matar los recuerdos
de lo que nunca fuimos.
Inmensos cementerios
Se escondían debajo de la niña de los ojos.
Ahora vivimos con los recuerdos
que escaparon a esos objetivos militares múltiples.
Vivimos en la vieja Europa del sálvese quien pueda.
Ocupamos a veces
las vastas rutas de trenes memoriales.
De Lisboa a Madrid hay una larga siesta.
De Praga a Berlín, el Volga ocupa las arterias.
De París a El Cairo los artesanos tejen redes
para atrapar y quedarse con un pedacito
de la Primavera Árabe.
Czestaw Miltose ha venido a Roma:
en Polonia casi olvidan el terror
de los soldados alemanes, dice.
Así somos.
En mi país los padres entierran a sus hijos.
Del otro lado del mar alguien nos recuerda.
Incluso los abuelos a los nietos.
La guerra impone su religión y sus aldabas.
III
Doblo el filo de tu falda. Tú no dices nada.
Doblo la tarde aquella
Y la guardo en un bolsillo.
A veces también la fe usa sus puñales
Y hay puñales hechos de pura fe.
Doblo un poco más tu falda y te miro:
Es imperativo mudarnos a una fe menos fugaz.
A partir de entonces todo será más dulce.
IV
Hice un montoncito de leña
Con mis viejos huesos.
En el sur de tus labios encendí
La hoguera.
En las llamas azules
Puse a secar el silencio
Y la redondez de la misma llovizna
Que caía en nuestros cuerpos
Antes de encender la hoguera.
V
En medio de los ejércitos
Una Eva desnuda muerde la manzana
Y calla.
Huele a virgen y la distancia se rompe.
Se rompe el pesimismo de las tropas
y en seguida la soledad se rearma
Y los vencidos recogen su victoria,
las nostalgias de Eva,
el hambre de la manzana.
Miguel Hernández
Salta de un hueso a otro:
Eva ha estallado en sus carnes.
***
Arturo Prado Lima*
Poeta colombiano