• 21 de Noviembre del 2024
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Sigo en cuarentena

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Después de casi 140 días de encierro, la cuarentena comienza a generarnos estragos. Algunos bajan de peso, otros suben sin parar. Muchos caen en depresión, otros en una terrible ansiedad, el insomnio se apodera de nuestros cuerpos, los pequeños lloran, los viejos lloran y sobre todo el miedo nos paraliza.

 

Vivimos con miedo a morir, a vivir, a enfermar, temor a contagiar a otros, a no alcanzar una cama de hospital. Miedo a no tener ni cura ni vacuna.

Pero sobre todo, el mayor miedo es a seguir viviendo en una enloquecedora soledad, en esa llamada “Sana Distancia” que separa compañeros de trabajo, separa amigos y genera enemigos. Separa a los niños de los niños, a los niños de sus parques, a los niños de sus escuelas, de sus maestros, de sus amigos. Esa distancia que separa familias, separa amores, separa padres de hijos, pero lo más terrible es que aleja a los abuelos de los nietos, cuando los primeros no tienen tiempo que perder y los segundos una enorme necesidad de afecto.

Sin embargo tenemos que seguir, entender que el nuevo gran peligro es algo invisible, sin color, sin sabor, sin olor. Algo que un médico o un científico te dice que está ahí y te puede hacer daño en semanas, días u horas, dejándote en absoluto aislamiento y completa impersonalidad, rodeado de enfermeras y médicos vestidos de astronautas, con la cara oculta detrás de unos gogles y una máscara N95, igual de aterrados que tú.

Y aun así, la vida sigue, el show de la existencia tiene que continuar. En la oscuridad de estos tiempos aciagos, también hay luz, la adversidad nos obliga a reinventarnos y para ello, las nuevas tecnologías (celulares, tabletas, computadoras) han sido el impulso, la herramienta fundamental para no detenernos, para navegar en este océano digital interminable de la WWW a través del internet y trabajar desde casa, estudiar y enseñar desde casa, celebrar desde nuestras casas. Hoy nuestra intimidad ha quedado exhibida, como en una vitrina, ejemplo de ello son los maestros que son revalorados y a la vez, extra observados, vigilados, evaluados, por directores, supervisores, padres de familia y otros maestros, todos atentos a través de las clases en línea.

Pero esto para los estudiantes afortunados que tuvieron las herramientas y los recursos económicos. Los que no, entonces tomaron clases por la televisión o la radio. Los que no, sus maestros les llevaron los materiales para que los alumnos trabajaran en casa. Y los que no, pues no y se quedaron a la deriva.

Por su parte, los burócratas trabajan desde casa lo que pueden; otros salen en brigadas para sumergirse en las comunidades y ayudar en los repartos de los apoyos sociales, con sus tapabocas, su gel y a la buena de dios. Los ejecutivos en el “Home Office”. Los padres y madres de familia, como docentes particulares. Los jubilados dedicados a las actividades y la limpieza profunda de sus casas, lavando y desinfectando hasta la última lata y bolsa del supermercado, lavando esa interminable aparición de trastos y vasos, ollas y sartenes que no dejan de aparecer como por generación espontánea. Sin hacer referencia (porque realmente me deprime) a los 12 millones de personas que han caído en el desempleo, trabajadores de restaurantes, bares, hoteles, cines, teatros, proyectos culturales, trabajadores formales e informales, a quienes el COVID 19 les dio un tremendo martillazo en la cabeza.

Todos preocupados, amenazados por el desempleo, por el alza de precios, por la crisis de salud que no termina, por la crisis económica que apenas va a comenzar.  

Pero el río sigue su curso, el caudal no se detiene y en la marcha de ese reloj de arena, nos adaptamos, debemos ser resilientes, perder el miedo, tomar todas las precauciones y avanzar en medio de la pandemia, en medio de una crisis económica sin precedentes, pero sobre todo superar una crisis afectiva intolerable, así que por un tiempo se acabaron los saludos de mano, se cancelan los abrazos, se prohíben los besos.

El año 2020 ha sido muy diferente, muy doloroso, una pesadilla casi insoportable. Sin embargo, éste no es el fin, con el COVID 19 no termina nada, por el contrario, comienza un mundo nuevo y ese planeta tiene que ser más sano, más cuidadoso, más amoroso, más solidario, más equitativo y en especial más feliz; sino es así, entonces que nos lleve a todos el carajo.    

Ciudad de México, 23 de julio de 2020

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Twitter: @VolandoDe

Carlos Juárez Hernández es un autor con 25 años de experiencia en la educación, la comunicación y la promoción de los derechos humanos. Amante del cine, los libros, el arte y los viajes. Le gusta el juego de pelota y su corazón siempre late a la izquierda.