• 21 de Noviembre del 2024
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Javier: Prefiero a las maduras porque son más decididas

 


Juan Rodrigo Castel

Cómo era el amor a la antigüita

Las historias de Pláticas en lo oscurito son una colección de entrevistas en donde los protagonistas no son los genitales, sino todos esos factores que conforman la sexualidad, incluidos, desde luego, los sentimientos.

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“Me di cuenta que me gustaban las mujeres desde que estaba en el kínder. Sentía atracción por las maestras y en general por las mujeres mayores” —cuenta Javier—.

“Sí jugaba con compañeras de mi edad, pero como que no les hacía mucho caso cuando se ponían románticas y escogían a sus novios. En ese tiempo todo era simbólico y no me interesaba mucho su compañía. De forma inconsciente me daba cuenta que las mujeres mayores tenían cosas interesantes que enseñarme”.

“Claro que ellas ya tenían su vida hecha y no me tomaban en cuenta, pero cuando aparecía una de ellas le dedicaba toda mi atención. Me gustaba su olor y sus ademanes seguros. Durante un homenaje a la bandera, me tocó estar cerca de una maestra, ese día hacía viento y se le levantó un poco la falda. Se le vieron los calzones, mis compañeros se rieron mucho, pero esa imagen me impactó. En ese tiempo, no pude entender lo que se despertaba en mí, pero ahora que lo recuerdo fue algo muy excitante”.

Los primeros juegos

“Ya de adolescente tuve acercamientos con una niña que era mi vecina. De hecho, con ella comenzaron mis juegos eróticos. Era muy viva la chavita, tenía 13 años y siempre andaba hablando de sus novios. Se enchinaba las pestañas y comenzaba a pintarse”.

“Luego tuve juegos más eróticos con una de mis primas. Los dos teníamos inquietudes sexuales y un día nos fuimos a un rincón de la casa y comenzamos a tocarnos por encima de la ropa. Yo le palpé los pechos y las piernas y ella se limitó a tocarme los hombros y la cara. Sabíamos que si nos veían nos regañarían, pero para nosotros dos no había nada morboso. Era simple curiosidad de tocar a alguien del sexo opuesto”.

“Lo hicimos varias veces y en ese tiempo sentí que el instinto se me despertaba, pero cuando ella se iba yo volvía a mis juegos de niño y me olvidaba de todo. No nada más estaba pensando en tocarla. Creo que, sin saberlo, con ella comencé a descubrir mi sexualidad. Ni siquiera la besé, pero me gustaba lo que hacíamos. Todo fue exterior y por supuesto ni ella ni yo estábamos preparados para tener sexo”.

“Una tarde comenzamos a jugar con otros niños y de pronto ella y yo nos fuimos a esconder en una de las habitaciones de la casa. Empezamos a rozarnos y de pronto ella se quitó los pantalones. Me sorprendí bastante, pero para no ser menos yo también me los quité”.

“Como tenía frío me senté en una silla y ella se colocó encima de mí. Nada más permanecimos abrazados escuchando los ruidos que hacían los que nos buscaban. Estábamos en calzones los dos, pero el contacto con su cuerpo fue muy placentero. No teníamos intención de nada, en ese tiempo yo no sabía cómo era la penetración. Creo que ella sólo quería sentirse a gusto, me tenía confianza y sabía que yo no haría ninguna cosa que la lastimara”.

Ella no sabía besar

“Ya en la secundaria tuve tres novias, la primera se la pasaba mandándome recados y tarjetas. Vivíamos en direcciones opuestas y sólo podíamos vernos en la escuela. No duramos mucho. Con la segunda sí hubo besos y abrazos más o menos interesantes. Ella no sabía besar ni yo tampoco, pero aprendimos juntos. Fue todo un descubrimiento, pero no me comprometí emocionalmente”.

“Nunca pensé en cómo tenía que ser mi comportamiento con ella, solo quería pasarla bien. Nos veíamos a la salida y caminábamos juntos hasta la avenida. Por ahí siempre había una banca o un árbol y nos quedábamos a besarnos. Yo no tenía en mente acariciarla, pero casi de forma automática mis manos se iban a sus pechos. Ella siempre me sujetaba y me daba un empujón, le daba miedo que la gente nos viera. Era pudorosa y yo no me fijaba en eso. En ese momento me dominaba la excitación. Con el tiempo me fijé en otra chava y con ella duré hasta que salí de la secundaria”.

“En ese tiempo, uno de mis amigos me regaló unas revistas pornográficas. Fue para mí todo un descubrimiento. Vi por primera vez el sexo crudamente. Al principio me excitó bastante ver a esas mujeres exuberantes haciendo cosas que jamás había imaginado que se podían hacer. Yo tenía dieciséis años, anduve cargando las revistas entre mis libros y cuadernos para que no las descubrieran en mi casa. Me hubiera dado vergüenza que mi madre las viera o que cayeran en manos de mis hermanos”.

“Pensaba mucho en el sexo, pero me daba cuenta que aún no estaba preparado para tener relaciones. Me daba miedo embarazar a mi novia y ni siquiera sabía si continuaría mis estudios. Era muy cuidadoso con lo que hacía con ella. A veces nos dejábamos llevar por la pasión, pero afortunadamente nos controlábamos”.

“Yo satisfacía mis necesidades sexuales masturbándome y a ella nunca le pregunté qué hacía. A lo mejor también se tocaba, pero nunca me lo hubiera dicho, en ese sentido creo que las mujeres son más discretas o las satisface más la parte emocional. A mí me parecía natural tocarme si estaba excitado y nunca tuve prejuicios ni cargos de conciencia. Después, las revistas me aburrieron. No quise regalárselas a nadie, sentí vergüenza y un buen día las tiré en la basura”.

Quería conocer los placeres

“Algún tiempo después se me despertó la inquietud de lo prohibido, porque era lo que no existía en ese núcleo tan cuidado, esa burbuja que es la casa. Quería conocer los placeres y a las malas mujeres. Con cualquier pretexto me iba con mis amigos a ver a las prostitutas. Las veía hermosas y ellas eran muy complacientes. Nos dejaban verles las piernas, nos enseñaban los calzones. Era maravilloso sentir que podíamos tener sexo con ellas si teníamos el dinero para pagarles”. 

“Por esa época entré a la casa de uno de mis amigos y descubrimos unos videos pornográficos, desde ese tiempo se me hacía atractiva su mamá. Me parecía interesante conocer a una mujer que veía ese tipo de material para excitarse. En ese tiempo pensé que me hubiera gustado estar en el lugar de su marido”.

“Yo no obtuve educación sexual de mi padre, pero mi madre conversó conmigo a la edad que ella lo creyó conveniente. Ella es muy abierta y no se espanta de lo que le digo. Hasta la fecha, a ella le cuento cómo lo hacen mis chicas y ella me dice algunas de sus cosas. Cuando le platico de una chava que fue muy mala en la cama, mi mamá se ríe y me dice que la corra”.

“A mí siempre me gustaron las mujeres, no las niñas. He tenido experiencia con mayores y también he tenido relaciones con mujeres de mi edad, pero estas últimas no han sido del todo buenas. De las mujeres mayores me atrae su personalidad y que no le tienen miedo a la relación. Además, con las mujeres de mi edad se pierde el encanto del fetichismo y de mi ilusión erótica”.

El juego de miradas

“Prefiero que sean cinco años mayores que yo, que no tengan canas porque si no, ya pasa del fetichismo al respeto que le puedo tener a una persona de esa edad. Cierto que las mujeres se pueden pintar las canas, pero las canas no se ven en el cabello sino en los pelos y por supuesto que no es necesario que tenga que mirarles el pubis, porque la edad se nota”.

“En los años de secundaria tuve mi primera novia formal, ella tenía veintidós años y yo dieciséis. Su hermana iba en mi escuela y un día estábamos chacaleando en la Plaza Galerías con nuestros amigos cuando llegó ella. Hubo un juego de miradas y comenzamos a platicar. Fue una relación muy especial. Fuera de lo sexual, fue la experiencia emocional más intensa que he tenido en mi vida”.

“Ella tenía problemas en su casa, era una mujer muy triste. Despertó en mí el deseo de ayudarla y lo hice, me sentí muy bien y se creó un afecto importante. No soy paternalista, pero me gusta apoyar a mis parejas. La relación duró seis meses, porque un día estábamos en su casa sacando cosas para Navidad y el papá se asomó por la ventana y pensó que estábamos teniendo relaciones”.

“Me sacó del cuarto y a ella la golpeó. Nos prohibió vernos, dejamos de ser pareja pero la relación se volvió más intensa. Regresamos a lo prohibido, porque es el mundo que más atrae. Nunca tuvimos relaciones sexuales, no se dieron. Extrañamente, para mí esa relación fue trascendental en el sentido de las emociones. Actualmente ella está casada, no volvimos a estar juntos y creo que a veces las cosas deben quedar como están”.

Una experiencia homosexual

“Por esa época, me pasó algo que a lo mejor tiene su importancia. Yo tenía un amigo y cada fin de semana me iba a quedar a su casa. Una noche estaba dormido y de pronto sentí que alguien me estaba tocando. Me saqué de onda, abrí los ojos y lo primero que vi fue que mi amigo estaba dormido”.

“Entonces me di cuenta que quien me estaba tocando era el hermano de mi amigo. Él era mayor que nosotros y pensé que tal vez iba a obligarme a que me dejara seguir tocando o algo así, pero me tranquilice enseguida cuando recordé que a un lado estaba mi amigo y allí estaba toda su familia”.

“Entonces el tipo me dijo que tenía unos videos pornográficos en su cuarto y me preguntó si quería verlos con él. Yo le respondí que sí, como retándolo. Fuimos a su cuarto y estuvimos viéndolos. De pronto me preguntó: ‘¿Te importa si me masturbo?’ Le dije que no me importaba, que era muy su mano. Yo estaba excitado por la película y ni lo volteaba a ver mientras se masturbaba, pero creo que él no veía la película sino a mí. De pronto me preguntó si me dejaba que me hiciera sexo oral. Lo pensé un poco y le respondí que sí”.

“La verdad es que sí me gustaba lo que me estaba haciendo, pero me sacaba de onda, nunca había tenido experiencia sexual y era muy sensible. Estaba arañando las almohadas de las ansias, sentía sus dientes y su lengua en mi glande, era algo muy intenso y no aguantaba. Luego me dijo que si le hacía lo mismo. Sinceramente sí lo pensé, pero la idea no me prendió y dimos por terminada nuestra experiencia homosexual. Ese episodio para mí no fue una reafirmación de mi sexualidad porque la tenía segura, pero descubrí que si no hay afecto o magia en el sexo, sólo se queda en esas cuatro letras”.

“Creo que si tienes una experiencia homosexual sólo en el sentido sexual, quizá ni eres homosexual, sólo estás cogiendo con un hombre. En cambio, para mí un homosexual es aquel que es capaz de enamorarse de otro hombre y de tener sexo con él; además, puede disfrutarlo con romanticismo y amor”.

“A veces creo que me encantaría la bisexualidad, porque sería el punto más desarrollado al que mi sexualidad pudiera llegar, pero no lo he logrado. Alguna vez sentí respeto por un hombre, pero cuando estaba cerca de él me di cuenta que era cosa de amigos. Jamás he vuelto a tener otra experiencia similar. No me molestaría, pero no se ha dado”.

Del coche al hotel

“Después perdí mi virginidad con una lobata, es decir, una chava que no era ni loba ni casta, y no fue trascendental. Estaba nervioso porque la chava ya se había tirado a más de veintiocho güeyes y gracias a ella descubrí mi sexualidad, duramos juntos como siete meses”.

“La relación sexual se dio con desesperación, por aquel entonces estábamos muy calientes en un coche y de ahí no fuimos a un hotel. Yo creía que con la penetración tendría una sensación orgásmica y sólo me saqué de onda. Pensé: ‘Qué rico se siente’. Dos minutos después, ya estaba jadeando. Cuando terminé, me sentí como un ganador de una medalla olímpica de oro, porque fui el primero que lo hizo de todos mis amigos”.

“Ella me trató bien, fue divertido, no tuvo ningún remordimiento porque sabía que yo era virgen. Para ella fue tierno. En sí, no me enseñó mucho, sólo se prestó para que yo aprendiera. Anduvimos juntos un tiempo y terminó la relación porque ella se me hacía aburrida y yo buscaba algo más feroz. Las relaciones fueron muy intensas y continúas, pero ella tenía problemas personales y decidí dejarla”.

“Luego comencé a andar con una sobrecargo, ella tenía veintinueve años y yo dieciocho. El primer día fuimos a tomar un café en Coyoacán y dos horas más tarde ya nos querían llevar a la delegación por faltas a la moral. Estábamos frente a la iglesia a las dos de la mañana. Fue divertido, era una mujer mayor, no la conocía y la primera vez que salimos tuvimos sexo en un lugar público. La conocí por una amiga y platicamos por espacio de dos horas y quedamos de vernos más tarde”.

“Estaba nervioso, porque ella tiene una facha de mujer vehemente. Cuando nos quisieron detener, engañamos a los cerdos, les dimos veinte bolívares y les dijimos que cada uno valía lo mismo que un dólar. Los policías creyeron que se estaban llevando 200 pesos y no sabían que en realidad eran como dos pesos”.

“Tuve una sensación de victoria. Los mismos policías nos dijeron que nos fuéramos a un lugar más oscuro del parque, pero mejor nos fuimos a un hotel. Una vez ahí, fue puro sexo. Como ella iba de un lugar del mundo a otro, siempre que venía aprovechábamos el tiempo. Cuando nos veíamos, teníamos de cinco a ocho relaciones sexuales diarias”.

Una relación larga e intensa

“Con ella aprendí a protegerme, nos hacíamos pruebas de VIH para no usar condón y además usábamos anticonceptivos. En ese tiempo ella se dio cuenta que estaba embarazada, por supuesto no de mí. No me importó y la acompañé a hacerse un aborto. Estábamos en un hotel, usó pastillas y cosas del mercado de Sonora. Ella se puso muy mal, pero una amiga estaba con nosotros y la sacamos del trance a punta de cachetadas y agua por la nariz para que despertara”.

“Las pastillas eran vaginales y pudo abortar, pero eran gemelos y sólo pudo abortar uno. Preferimos que el otro no fuera a nacer con daños y fuimos con un médico cubano. En Cuba está permitido el aborto y en ese tiempo en México no lo era. No nos cobró mucho, me hice pasar por su marido y todo salió bien”.

“Yo no le tengo miedo a la sangre, pero cuando vi tantos tejidos y sangre dispersos en el consultorio del doctor, me desmayé. Creo que para ella fue traumatizante, pero la mujer es dueña de su cuerpo y puede hacer lo que deseé. Con ella duré como un año, fue una relación larga e intensa. Nos entendíamos en el plano sexual muy bien”.

“En general, todas las mujeres son buenas en la relación, independientemente de que se muevan mal o no. Todas las mujeres son lindas por algo y creo que no hay seres humanos mejores que otros. La relación con la sobrecargo se terminó porque ella quería crear una relación en la que viviéramos juntos y formar una familia”.

“Me lo propuso y le respondí que no, que aún no era tiempo para mí y ella optó por dejarme. Se enojó mucho porque me quería y se sintió muy frustrada. Era muy orgullosa y no se permitió seguir conmigo. La sigo viendo y cada vez que me ve gruñe y se va. Cuando terminé con ella, regresé con mi primera novia y ella notó el cambio. Me dijo: ‘¿A qué pinche putero te fuiste a meter?’”

Era fresa y linda

“La primera vez que le puse el cuerno a una novia que tenía, lo hice con una amiga que es lesbiana y en ese momento el alcohol me ayudó bastante. Mi amiga no está de mal ver, nos gustábamos, pero como ella era lesbiana nunca la había visto de otro modo. Sin embargo, en ese momento se dio la relación, intenté quitarle lo lesbiana y aunque no lo logré, de cualquier forma lo disfrutamos”.

“Una vez anduve con una muchacha que era menor que yo, creí que tenía veinticuatro años, pero resultó que tenía veinte. Era muy alta y guapa, fresa y linda. Duramos poco y no estuvo tan mal la relación. Era madura, no me importó su edad porque lo que yo quería en ese momento era cariño”.

“Después conocí a una muchacha en un programa de televisión, ella era algo así como ‘apoyo visual’, empecé a platicar con ella y salimos a medianoche. Le dije que se fuera a quedar a mi casa porque yo al otro día me tenía que ir muy temprano al Festival Cervantino. Fuimos a la casa, pero no dormimos. Ella decía que no quería tener relaciones, pero le inspiré confianza. Tenía veintitrés años y sólo había tenido relaciones una vez en su vida. Ella se puso a hablar del amor y cosas similares”.

“Yo no la engañé, le contesté que primero tuviéramos sexo y que si luego nos enamorábamos estaba bien y que si no se daba el amor, se iría con una buena cogida y yo también. Le dije que se permitiera disfrutar el pene de un hombre, que no tenía que aferrarse a las ideas de la sociedad. Agregué que una mujer promiscua y una mujer común solo se diferenciaban en que una se permitía obtener placer en lo que hacía y la otra no. Captó mi idea y se dio la relación. Hubo sexo y magia, el momento fue muy bueno”.

“De cualquier forma, en general lo que pienso en concreto de las mujeres es que tienen un cuerpo hermoso, su fisonomía es totalmente de belleza, a diferencia del aspecto de un hombre. Un hombre representa rudeza, lo cual también proyecta algo, pero una mujer es la belleza etérea y un hombre es belleza banal”.

“Lo que puede atraer de un hombre quizá es su cuerpo, pero a un hombre no se le miran las caderas, sino los músculos o su porte. Creo que las caras de los hombres son masculinas, no bonitas. En general me gusta ligar siendo vivaz y lo reflejo. No creo saberlo todo del sexo ni que pueda lograrlo, si eso sucediera me suicidaría. Sería una vida sin magia y sin sorpresas. La vida es eso y en eso se basa”.


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Juan Rodrigo Castel

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