Juan Rodrigo Castel
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Cómo era el amor a la antigüita
Las historias de Pláticas en lo oscurito son una colección de entrevistas en donde los protagonistas no son los genitales, sino todos esos factores que conforman la sexualidad, incluidos, desde luego, los sentimientos.
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“Tuve mi primer novio en serio hasta que cumplí los 16 años, anteriormente sólo había tenido amistades intrascendentes, claro que cuando llegué a ese momento ya había tenido algunos ensayos de caricias y besos, pero sin consecuencias —dice Adriana—.
“Él vivía en la misma calle que yo, nos gustábamos y siempre que coincidíamos en la tienda o las tortillas nos mirábamos, pero ninguno de los dos se atrevía a decir nada. Supongo que un día él se decidió a hablarme, porque se me acercó y sin más me dio un beso en la mejilla”.
“Ese fue el comienzo de nuestro noviazgo, pero yo no me sentía bien, me daba un poco de miedo pues no tenía ninguna experiencia en relaciones sentimentales ni nada parecido. Este novio fue el que me dio mi primer beso formal, pero no me gustó para nada la situación, porque no sentí absolutamente ninguna emoción y en realidad no había química entre los dos”.
“En mi niñez sí había tenido noviazgos, pero nada más era una forma de llamarlos porque en realidad nunca nos dimos ningún beso. Cuando conocí a ese muchacho, aunque fui su novia lo pensé mejor y como que me dio flojera iniciar algo serio. Mis padres eran muy conservadores y vi que podría tener problemas. Todo el tiempo estaba sobresaltada y me daba mucho miedo que en mi casa se dieran cuenta de mi noviazgo”.
Maestros liberales
“La educación sexual que recibí dependió de cada profesor, de su cultura y su modo de ser. Había unos que se limitaban a hablar de anatomía y otros que eran muy liberales e incluso nos hacían chistes sobre el sexo”.
“Recuerdo que un día uno de los maestros llevó un pene de plástico para ejemplificar la manera de colocar un condón. En un momento dado, el maestro se salió y los chavos comenzaron a jugar y a aventárselo a las mujeres. Se armó un griterío tremendo y al final el pene termino metido en la mochila de una chava que se puso a llorar de coraje y vergüenza”.
“En ese tiempo yo ya tenía mis propias ideas y a lo mejor eran equivocadas porque todo lo veía con morbo. Creo que eso lo provocaban mis familiares adultos por su empeño en ocultar la información sobre el tema”.
“La teoría sí sirve, pero en realidad la sexualidad es algo instintivo y cada quien la interpreta y la vive a su modo. Descubrí que tenía sexualidad tal vez a los ocho o diez años. Un día que me estaba bañando comencé a tocarme y experimenté placer cuando me toqué los genitales. Sentí cierta culpabilidad porque lo que estaba haciendo contradecía las cosas que me habían inculcado mis padres, por el momento no fui más allá, pero se generó en mí la sensación de seguir experimentado”.
Confesiones de una amiga
“Los niños me gustaron desde que tenía ocho años, me atraía su cara y su forma de ser. En ese tiempo mis amigas hablaban de sus novios como de una novedad, era un orgullo si lograbas tener uno. Nos daba categoría”.
“Una de aquellas niñas me contó que uno de sus parientes la tocaba cuando la dejaban sus padres sola. Me describió una situación de abuso sexual, pero desgraciadamente yo no pude ayudarla ni contárselo a nadie. Quedé aterrorizada con todo lo que me contó y como que eso me previno de las personas que se acercaban a mí”.
“Lo que me libró de aquella sensación fue que aprendí a conocer a las personas y entonces pude evitar a las que me parecían negativas. Creo que no tener una educación sexual no afectó mi vida, pero emocionalmente a lo mejor sí me impidió desarrollarme de otra manera. No lo sé, o por lo menos creo que he aprendido a manejar mis limitaciones”.
“Actualmente puedo hablar de mi sexualidad. A veces reprimo el contacto sexual y únicamente lo busco con una persona, pero no soy capaz de ver con naturalidad la sexualidad de otras personas. Tal vez la sexualidad de los otros sea correcta para ellos, pero mi naturaleza es ser monógama”.
Sentimientos de por medio
“En mi casa no me decían nada ni me llamaban la atención, puesto que no daba motivo, pero de cualquier forma veía los casos de mis amigas y me imaginaba que a mí me regañarían si se enteraban que andaba con alguien o pensaba que me prohibirían salir. Sin embargo, me animé con otro muchacho que se me acercó y con él ya duré un poco más de tiempo. Estuvimos juntos algunos meses. Con este chavo primero hubo una etapa de conocimiento, luego se me declaró. La relación era sencilla y después de cierto tiempo de estar con él me di cuenta que no había sentimientos de por medio”.
“Hubo muchos besos y acercamientos, pero en el fondo no sentía nada por él. No sentí pasión ni ternura ni nada parecido. Tenía la idea de que andaba con alguien con menos ambiciones que las mías, que él tenía menos cultura que yo, que era una persona del montón. Una vez quiso tocarme, pero no lo dejé y me cayó mal”.
“Decidí terminar la relación. Más tarde entré a trabajar a una empresa y en esa época de mi vida se me acercó un hombre de 43 años. Él era casado y tenía familia. Era un profesionista con éxito, alto e inteligente y ‘rabo verde’. Se acercó a mí en plan de amistad y me enredó de tal forma que anduve con él durante ocho meses”.
“Yo tenía entonces 18 años, él me cortejaba, me llevaba a lugares a los cuales nunca hubiera ido con chavitos de mi edad. Veía que me hablaba de forma distinta y que tenía cultura. Lo veía como mi hombre ideal, el que me enseñaría en la vida, en vez que yo le enseñara a él. En ese tiempo me interesaba aprender cosas de la vida y también de la sexualidad”.
“Yo estaba por terminar la preparatoria y a punto de entrar a la facultad. Fui para él su novia y su amante. Una tarde estábamos dentro de su coche y comenzó a acariciarme. Me excitó tanto que estuvimos a punto de tener sexo en los asientos de atrás, pero todavía había algo de luz y pasaba gente, así que nos contuvimos”.
“En un momento dado bajó su cara y me rozó el sexo por encima de la ropa. Sentí escalofrío, cuando vi lo que quería hacer. Lo empujé, pero su cara se clavó aún más hasta que se dio el contacto oral, fue algo breve, pero muy satisfactorio. En un momento dado me pidió que yo le hiciera sexo oral. Yo me negué, me dio pena y él no insistió. Tenía miedo y en el fondo sabía que no debía tener relaciones con él. Me remordía la conciencia. Pensaba en su esposa y en sus hijos, también pensaba en mis padres, en la religión. Además, sentía vergüenza y me daba terror el embarazo”.
Me presionaba para tener relaciones
“Este hombre me presionaba mucho para tener relaciones sexuales y, pues a veces yo también deseaba tenerlas, y un día mi mente no fue tan fuerte. Él no era brutal, sólo me presionaba verbalmente, creo que nunca se le hubiera ocurrido usar la fuerza ni nada por el estilo. Me convenció de ir al departamento de un amigo suyo. Llegamos a eso de las siete de la noche, nos instalamos y comenzó a acariciarme. Fue algo tierno, porque me fue dando tiempo para que me relajara. Cuando me di cuenta, estaba en ropa interior y me estaba besando todo el cuerpo, sobre todo la espalda y los costados”.
“Él tenía mucha experiencia, al penetrarme no hubo dolor, más bien mi pasión aumentó y le respondí con movimientos que yo creí que le causaban placer. Pero él me detuvo, me dijo que lo dejara llevar el ritmo y ya todo fue placentero. Ese día lo hicimos dos veces y tuvimos que salir corriendo para llegar a tiempo a mi casa. No me sentí culpable de nada, al contrario, estaba muy satisfecha”.
“Ya tenía yo ciertas expectativas de lo que pasaría en mi primera vez, me había dado cuenta por los acercamientos anteriores que habíamos tenido. Quería experimentar todo lo nuevo, esperaba placer y ternura, y así fue. Me sentía muy amada y el resultado fue que yo quería corresponderle de alguna manera. Tener relaciones sexuales con él fue una forma de demostrarle que lo amaba”.
“Lo hicimos muchas veces más en ese mismo departamento y siempre fue agradable, pero me di cuenta que él nunca dejaría a la familia que ya había formado y decidí alejarme. La enseñanza que me dejó esta relación es que los hombres mayores pueden ser interesantes, pero finalmente una termina buscando a alguno de la misma edad. El impedimento para formalizar la relación no fueron sus años, sino su estado civil”.
Le conté mi pasado amoroso
“Tiempo después conocí un chico. Con este muchacho tengo un par de años y de hecho se puede decir que vivimos juntos. Lo amé y lo amo intensamente. Lo que me atrajo de él fue su amabilidad. Era como muy chistoso y muy niño”.
“Le conté que yo ya había tenido relaciones sexuales y le pareció normal. La primera vez que lo hice con él, fue algo espontáneo. Lo hicimos en su casa, digamos que llegamos ahí y vimos que no había nadie y aprovechamos el momento”.
“La relación fue excelente. Él era virgen y como yo ya tenía experiencia lo fui conduciendo para que lo hiciera mejor. En la práctica no conocía las posiciones y a veces le fallaba la penetración. De cualquier forma, las dificultadas no nos inquietaron, las resolvimos como pudimos. Para que no tuviéramos mayores problemas, utilizamos la posición común, de ese modo la penetración se le facilitó”.
“Cuando terminamos me vestí rápidamente porque tenía miedo que alguien llegara a la casa. Me sentí bien, pensé que este muchacho era el hombre de mi vida y que nunca me haría daño. Pasó un mes para que volviéramos a hacerlo. Durante ese tiempo, yo pensaba que sí quería tener relaciones con él, pero a veces no había oportunidades. Queríamos estar seguros de que no hubiese embarazo y claro que poco a poco él fue adquiriendo experiencia. La única protección que teníamos era el coitus interruptus y los óvulos”.
“A veces él usaba condón, pero casi no le gustaba y yo no se lo exigía. Los dos éramos monógamos y aprendimos a cuidarnos con puros sustos. A veces pensábamos que estaba embarazada y se nos caía el mundo. Pero fuimos aprendiendo con las clases de la escuela y preguntando. Nunca veíamos pornografía, éramos bastante reservados para eso”.
“Aprendí mucho con él, conocí mejor el cuerpo de los hombres y el mío. Conocí sus puntos básicos y los míos, en la teoría y en la práctica. Cada vez que hacíamos el amor lo hacíamos mejor. Alguna que otra vez sí nos pasaron cosas chistosas y penosas, pero nada trascendente durante la relación. Una vez me pidió que me vistiera de maestra y que fingiera que entraba a un salón y le coqueteaba. Me puse lentes y tacones y traía una regla en la mano. En un momento dado tenía que hacer como que lo pasaba al pizarrón y él se negaba, entonces yo le daba con la regla en la espalda”.
Nos atrevimos a hacer más cosas
“Se suponía que él me jalaría el brazo y yo caería sentada sobres sus piernas. Todo lo hicimos así, sólo que me jaló muy fuerte y con la regla le lastimé la nariz. Comenzó a sangrar y ahí terminó el juego. Luego nos reíamos bastante y tuve que hacer maravillas en la cama para que se le olvidara el golpe”.
“Conforme nos fuimos conociendo nos atrevimos a más, e incluso llegamos a hacer el amor en lugares públicos un par de veces. Una vez lo hicimos en un auto. Estábamos en un estacionamiento y no había mucha gente. Primero lo hicimos acostados en los asientos y luego pusimos un cartón en el parabrisas para que no nos vieran y para que yo me pudiera subir en él mientras estaba sentado detrás del volante. Fue emocionante hacerlo ahí, nos aumentó la adrenalina y fue muy satisfactorio”.
“Otro día lo hicimos en el baño de un restaurante, él fingió que se sentía mal del estómago, se levantó de pronto agarrándose el vientre y yo lo seguí. El baño estaba en un lugar alejado, le expliqué a la persona que estaba en la entrada que mi esposo no se sentía bien y entré detrás de él. Sólo había dos cubículos y nos metimos en uno, comenzamos a sofocar nuestras risas por lo que estábamos haciendo y de pronto empezamos a tener relaciones”.
“Sólo escuchamos una vez que alguien intentaba entrar, pero el encargado le dijo que el baño estaba ocupado. Lo hicimos de pie y estuvo muy bien. Nos tardamos como 15 minutos. Cuando salimos, mi novio siguió fingiendo que le dolía mucho el estómago, así que a quienes nos vieron no les pareció extraño que una pareja saliera del baño de hombres”.
“Desgraciadamente, los varones tarde o temprano buscan algo más. Eso es lo que he aprendido de la realidad. Por mi parte, yo siempre le fui fiel. Sólo alguna vez pasó algo con un chico, un beso pequeño, pero fue porque él no me hacía caso y yo lo planeé para hacerlo enojar. Se lo dije y todo volvió a la normalidad”.
Con él no tengo orgullo
“Duramos algún tiempo, yo cada día estaba más enamorada y un buen día él me fue infiel y terminó conmigo. Me volví tan dependiente de él que a veces creo que mi vida no tiene sentido. Actualmente estoy muy deprimida, lo busqué y anduve atrás de él. En ese tiempo terminó con la mujer que andaba y luego se metió con una de mis mejores amigas”.
“La verdad es que hay días en que pienso en el suicidio de tan mal que me siento. Con todo, hemos tenido relaciones sexuales de vez en cuando. Un día noté que estaba distante conmigo y terminó por decirme que necesitaba tiempo. Pensé que luego de tantas cosas que habíamos vivido juntos, era una tontería lo que decía. Lo obligué a decirme la verdad. Me confesó que estaba enamorado de otra y ese mismo día se fue de la casa. Me enteré de cómo era esa mujer porque él me habló de ella, además yo después fui a buscarla. No negó nada, pero lo justificó diciendo que estaba enamorada”.
“Él y yo pensábamos casarnos, yo quería terminar mi carrera, y luego formalizar nuestras relaciones. Yo lo perdoné, aunque no olvidé lo que me hizo. Nos dejamos de ver seis meses, en ese tiempo me di cuenta que lo seguía amando con una mezcla de frustración y resentimiento. Ante él no tengo orgullo, le he ofrecido ser su amante, aunque él siga con otras mujeres. Haría lo que fuera por él, no puedo sacarlo de mi mente ni de mi corazón”.
“Cuando dejamos de vernos, un día me llamó para un proyecto de negocios, yo acepté porque creía que era una oportunidad para reconciliarnos, pero no fue así. Ya se había metido con mi amiga. Sé que todo esto es enfermizo, pero no puedo salir por mí misma de esta relación. Me resisto a perderlo, quiero luchar hasta que él se dé cuenta de cuánto lo quiero”.
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Juan Rodrigo Castel
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