Cómo era el amor a la antigüita
Las historias de Pláticas en lo oscurito son una colección de entrevistas en donde los protagonistas no son los genitales, sino todos esos factores que conforman la sexualidad, incluidos, desde luego, los sentimientos.
Juan Rodrigo Castel
“La sexualidad es algo esencial en la vida —dice Francisco—. Es como comer o respirar, pero también es una forma de comunicarse entre los seres humanos. Yo no tuve educación sexual, más bien la fui descubriendo en el transcurso de mi vida. De niño sólo tuve juegos eróticos y en la escuela escuché algunas cosas. Ya en la adolescencia, obtuve algunas enseñanzas que me dieron mayor conocimiento. Los juegos siempre terminaban con la masturbación, me apoyaba en fantasías o en revistas pornográficas. Entre los doce y catorce años tenía muy presente el impulso de la sexualidad. Me interesaba el juego del sexo, aprender todo sobre la reproducción y el cachondeo con las amigas”.
“De niño, me juntaba con amigos, íbamos a la azotea del edificio y nos masturbábamos, intercambiábamos consejos para tocarnos mejor. Nos decíamos: ‘Hazle por acá, apriétale por allá’. Un poco más grandes, invitábamos a las niñas a alguna casa y les levantábamos la falda para verles las piernas. Era un juego, nos gustaba mirar cómo eran sus formas más allá de lo que se veía a simple vista. Uno de los atractivos sexuales era verles la ropa íntima, saber de qué color traían los calzones”.
“Me tocó jugar con algunas muchachas de catorce y quince años que usaban prendas provocativas, unas incluso con ligueros, medias y tacones otras. Esas ropas eran una especie de fetiches muy atractivos para empezar a jugar al besito y a la manita sudada. Entre varios amigos invitábamos chavas a nuestras casas, teníamos juegos eróticos: besos, cachondeo, sin llegar a la relación completa. Unos muchachos eran mayores y ellos sí pensaban en tener sexo, eran más atrevidos, se metían solos a una habitación y prácticamente las violaban. No era un ‘abuso cabrón’, porque había mucho juego. Entre broma y broma a unos nos tocaba actuar y los otros nada más de voyeristas. Las mujeres tenían como dieciséis años y yo quince. A esa edad los hombres somos considerados como niños y las mujeres no. Se puede decir que ellas son señoritas, ya menstrúan y sus formas están completas”.
Espiábamos a las parejas
“Me tocó espiar a unos amigos mientras tenían relaciones. Era un cuarto de azotea, la pareja entró y nosotros fuimos tras de ellos. Yo estaba acompañado de otros tres y nos quedamos en el pasillo oscuro. A través de rendijas y la cerradura de la puerta nos fuimos turnando y vimos cómo nuestro amigo empezó a desnudar y a acariciar a la chava. Nos habíamos puesto de acuerdo con el cuate que estaba con ella y él estuvo de acuerdo en que viéramos cuanto quisiéramos, pero puso como condición que no hiciéramos ruido. No vimos la relación completa, porque nos empujábamos unos a otros y todos queríamos mirar al mismo tiempo. La chava comenzó a ponerse nerviosa, porque escuchaba nuestros ruidos. Nos callamos y dejamos de empujarnos para que se tranquilizara. Así fue como vi la forma de tener relaciones”.
“Por supuesto que no aprendí nada mirando, más bien se me antojaba hacer lo que había visto. Sin embargo, me resultó más fácil ir a antros en compañía de amigos, que esperar a relacionarme con una chava de mi edad y pasar por todo el proceso convencional del noviazgo. Tenía dieciséis años, le dábamos dinero al de la entrada y nos disfrazábamos con cachuchas o bigotes y entrábamos en bola. Íbamos a ver espectáculos con mujeres desnudas, era excitante porque eso me impulsaba a querer tener una relación sexual. Me enamoraba de esas mujeres, como cualquier chamaco, quería tener relaciones con una de ellas”.
“Con el paso del tiempo, me aficioné a los prostíbulos y en uno de ellos tuve mi primera relación sexual. Tenía dieciocho años, junté un poco de dinero y con mis amigos más aventados y gandallas me fui a Acapulco. Mi madre para entonces ya había fallecido y no tuve que ocultarme para ir a esos lugares. Mi padre nada más me recomendaba no meterme en líos. Como jóvenes que éramos, nosotros nos sentíamos libres y capaces de hacer cualquier cosa. Llegamos como excursionistas locos a la casa de un familiar que tenía una casa de huéspedes”.
Me gustan exuberantes
“Entre nosotros iba un muchacho mayor que nos daba confianza y nos apoyaba en todo. Inmediatamente nos fuimos a la ‘zona caliente’, había muchas chicas guapas. Nos tomamos unas cuantas ‘chelas’ sin embriagarnos, nada más estábamos alegres y desmadrosos. Era la primera vez que estaba cerca de una prostituta, las chavas se acercaban y eran muy excitantes. A mí me gustan las mujeres de cuerpo exuberante, disfruto su volumen y sus formas bonitas. Todas estaban muy bien arregladas, había unas muy bien maquilladas y hasta morenas con pelo güero”.
“Había algunas mujeres que me gustaban y mi cuate me decía: ‘Espérate, esa no porque nada más te va a estafar y no te va a dar satisfacción’. Seguí disfrutando el ambiente del lugar, hasta que decidimos salirnos. En la calle había más prostitutas, estaban paradas en la acera de los cuartos donde atendían a los clientes. Mi amigo me dijo que eligiera a una que me gustara y me dio instrucciones de cómo acercarme a ella. Escogí a una chava que me pareció la mejor y que por cierto no tenía mucha clientela en ese momento”.
“Me acerqué a ella, hice el trato y nos fuimos a uno de los cuartos. Era como una barraca de madera, tenía cortinas y adentro había un catre. Hacía calor, todo era rústico. Se veía mucha miseria y basura alrededor, pero la parte que era la zona de tolerancia estaba más o menos arreglada para que los turistas estuvieran a gusto”.
“Yo estaba nervioso y excitado. Le dije a la mujer que era mi primera vez y si habría algún problema si me tardaba un poco, porque como estaba algo ebrio y nervioso, pensé que mi erección sería lenta. Ella respondió que no había problema, que no me apuraría. Traía un vestido pegado y debajo un bikini. Se subió el vestido, se bajó el calzón y quedó dispuesta. La acaricié y tuve una erección pese a que estaba muy tenso. La penetré y me tardé bastante en conseguir un orgasmo. Hasta la fecha, duro mucho con la erección, soy todo lo contrario a un eyaculador precoz. Así es mi naturaleza. Cuando me masturbaba me tardaba menos, pero en la relación sexual no me es fácil eyacular”.
“Como la chava vio que me estaba tardando demasiado, se olvidó de que iba a estar calmada y comenzó a apurarme. Me preguntaba que si ya iba a terminar y yo le respondía que no. En general, ella estaba tranquila, porque veía que continuaba con mi erección. A lo mejor por eso me aguantó, porque vio que yo no podía eyacular y que la estaba dejando satisfecha. Ese día nada más fue introducción en la vagina, hasta que tiempo después terminé. Fue muy satisfactorio, hasta el grado de que terminé dándole las gracias a la muchacha”.
Parejas ocasionales
“En lo que respecta a otras relaciones, yo casi no tuve novias, las que llegué a tener nada más eran de ‘presta y ahí nos vemos’. Eran chavas ocasionales que despertaban en mí sensaciones de deseo y que al final nada más quedaban en noviecitas. Cuando se está verdaderamente enamorado a esa edad, uno es más cariñoso y ‘chivatón’, porque como que nos da miedo tener una relación sexual con la noviecita”.
“Al edificio donde vivía llegó de un estado una muchacha. Hacía labores domésticas y lavaba ajeno entre las vecinas. Se juntaba con otras y resultó que una de ellas que también lavaba, hacía el aseo en un prostíbulo del Centro Histórico. La muchacha tenía necesidades económicas y no era fea. La señora comenzó a llevarla a que la ayudara con el aseo y la muchacha terminó enrolándose en la prostitución. No fue algo gansteril, la chava era sola y tenía muchos gastos. Ella tenía 18 años, platicábamos algunas veces en el edificio”.
“Me enteré que era prostituta, porque la vi salir en las noches muy arreglada. Transformada de pies a cabeza. Al principio creí que iba a una fiesta, pero uno de mis amigos me dijo que se había ‘metido de puta’. Me sentí herido y traicionado por ella. Pensaba: ‘Qué mala onda que sea prostituta, porque me gusta’. Había algo romántico en el fondo. Uno de mis cuates la protegía, porque quería andar con ella. Él me platicaba sus cosas y yo no le podía decir lo que sentía por la chava”.
“Nunca se dio nada entre esa mujer y yo, porque había una especie de barrera entre los dos. Puede que haya sido amor o caballerosidad, porque aunque era una prostituta, yo la quería de otra forma. No era tan atrevido ni tan gandalla, la respetaba. Ella lo sabía y una vez me dijo que cuando la trataba con respeto, sentía que no pertenecía al mundo de las sexoservidoras”.
“De cualquier forma, siempre fui a buscarla y la apoyaba. Ya para entonces ella había dejado la lavandería, se dedicó por completo a ser puta. Parece que trabajaba en la calle y afortunadamente nunca me la encontré en los antros que frecuentaba. Sin embargo, un día se fue y jamás la volví a ver”.
Prefiero a las mujeres mayores
“De tanto que frecuento a esas mujeres, por supuesto que me he dado cuenta que no es lo mismo estar con una prostituta que con una ‘amiguita’. Para mí siempre han sido más excitantes las prostitutas. Cuando tenía dieciocho años, veía que todas eran mayores que yo y las deseaba más. A las noviecitas las hacía a un lado. Como que decía: ‘Pinche escuincla, tú eres nada más para el cotorreo’. Prefería a las mujeres grandes porque proyectaban lascivia. Con las prostitutas no siempre utilicé condones, pero afortunadamente no me contagiaron ninguna enfermedad venérea”.
“Aquella vez que terminé mi primera relación, me sentí tranquilo y con ganas de volver a tener otra. Como trabajo y tengo dinero, siempre consigo golfas con facilidad. A lo mejor se debe a que así fue como me inicié en la cuestión sexual. Para mí una prostituta representa el máximo deseo y atracción. Son agradables, accesibles, y no hay compromiso de por medio. Seguí recurriendo a ellas, porque las chavas que eran mis conocidas preferían a los cuates güeros, altos. No tenía oportunidad con ellas, porque yo no les agradaba. Claro que sí quería acercarme a ellas, pero se iban con los chavos mayores, los que traían el carro del papá o que tenían dinero para invitarlas a pasear”.
“Eso me hacía sufrir, me amargaba y me sentía frustrado. En ocasiones me sentía inferior. De cualquier forma, sí me acercaba a ellas. Conseguí tener una novia, salí unos días con ella y todo terminó rápido. Además, mi padre me aconsejaba que no fuera a ‘embarcarme’, que terminara de estudiar, que no me comprometiera. La que era mi novia en esos años iba a ver a unos familiares a Veracruz y con el tiempo comenzó a viajar más, hasta que se quedó por allá. Ya no la busqué y ahí terminó el romance”.
“Actualmente tengo muchas amigas, pero me resulta difícil conseguir sexo con ellas. Siempre será más fácil tener relaciones sexuales con prostitutas. Así que continúo contratando sus servicios”.
“Entre las prostitutas y las chavas comunes hay mucha diferencia. Siento más atracción por las primeras. Creo que consiste en su arreglo, porque cuando veo a una chica común que me gusta digo: ‘Esa está arreglada como puta’. Con esto quiero decir que la chava trae alguna prenda entallada, que se ve sexy, y que está bien maquillada. Las mujeres comunes sólo me atraen cuando se da alguna química entre ambos. Les notó algo en el físico y en el trato”.
Relaciones fugaces
“Desde que soy casado, no he tenido relaciones que perjudiquen a mi pareja, siempre han sido protegidas. Cuando estoy con ella todo es normal. Ella me satisface, pero siempre tengo la sensación de que me gusta otra mujer. Trato de buscar chavas, para no estar siempre con lo mismo. He logrado tener relaciones fugaces con algunas amigas. Se da la relación, pero al rato me mandan ‘a la chingada’. Creo que no se puede ser de una sola mujer, o ellas mismas no te permiten estar mucho tiempo a su lado, porque también ellas tienen a alguien más. No es fácil andar con una sola toda la vida”.
“A la que es mi mujer la conocí en el trabajo. Ella es mayor que yo y era virgen. Se arreglaba lo mejor que podía y me atrajo. No era vulgar, se veía agradable y olía bien. No es fea, pero tampoco es un ‘cuerazo’. Me gustaba que usara medias y tacones. Ella era señorita de casa y prefería la tranquilidad. Nuestra relación fue muy satisfactoria, de amantes. Antes de casarnos sólo teníamos contacto físico, sin penetración. Cuando tuvimos relaciones sexuales por vez primera, yo la guíe. Estaba muy estrecha. Hubo un momento en que ella me preguntaba: ‘¿Cómo le hacemos?’ Los dos sentimos dolor, porque no podía penetrarla. Estuve duro y duro hasta que terminé con el pene hinchado. Nos dio risa la situación. Al final, fue doloroso, pero sabroso”.
“Ella aprendió con la práctica, las siguientes veces fueron más excitantes, la sentí más mujer y más mía. La vi madurar, se me figuró ‘más buenota’, más sexy y tenía la sensación de que era más experimentada. Maduró en el sentido sexual. Pero pese a mi vida tranquila de casado, me atraen mucho las prostitutas. A veces platico con ellas, les digo que soy pintor, que si les gustaría modelar para mí. En ocasiones ellas me platican su vida y coinciden en que tienen necesidades económicas”.
“Creo que ellas disfrutan el sexo tanto como nosotros. Conozco una que me permite estar con ella hasta que termino. Hay algunas que te están apurando y te presionan. Esas son las estafadoras del sexo, porque ni disfrutan ni te disfrutan. Es como masturbarse en su vagina, es muy decepcionante. Respeto a las prostitutas, les tengo afecto y agradecimiento, porque he logrado con ellas lo que no pude con una mujer común”.
“De tanto que he ido con las prostitutas he aprendido algunas cosas con ellas. Claro que pongo en práctica sus enseñanzas. Respeto mucho a mi mujer en la vida diaria, pero en la cama no. Ahí hacemos lo que queremos. Me gusta hacer con mi esposa lo que hago con las prostitutas, si no fuera así ya la hubiera dejado. Lo que les pido a ellas, es que me hagan sexo oral, que se coloquen de espaldas... La postura que más disfruto es cuando tengo a la mujer con sus piernas sobre mis hombros. Las veo muy sensuales, excitadas”.
“Creo que cuando van a la cama, todas las mujeres deberían llevar dentro una puta. La frase no es ofensiva, quiero decir que deben estar dispuestas a disfrutar, a tener libertad y apertura”.
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Juan Rodrigo Castel
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