La historia del beso de Judas que les dio Camarillo se puede representar en tres fotografías, aunque hay muchas más y datos de sobra, que, por decoro, este reportero se va a reservar… por ahora.
En 2013, la elección intermedia estatal generó alcaldes que duraron en su encargo 4 años y 8 meses (de 2014 a 2018), por el ajuste de la reforma electoral que sincronizó los comicios locales con los federales.
Camarillo se convirtió en alcalde de su natal Quecholac, en el epicentro del Triángulo Rojo del robo de combustible. A la par, una camada de jóvenes encabezó otros ayuntamientos.
A pesar de la aplanadora morenovallista y las amenazas fascistas que se lanzaban desde el gobierno, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) logró varias alcaldías.
Entre aquellos jóvenes, destacaron Mely Macoto, de Coronango, la única mujer del grupo de presidentes nóveles; Juan Navarro Rodríguez, de Chalchicomula de Sesma; Rafael Ramos Bautista, de Los Reyes de Juárez; Juan Enrique Rivera Reyes, de Chignahuapan, y otros ya no tan juveniles, como Albino Espinoza Pantle, de Santa Isabel Cholula, o Mario Herrera Oropeza, de Atempan.
La cohesión del grupo fue determinante para sortear los intentos de imposición de las dirigencias priístas y consolidar una voz fuerte, que pudo avanzar en posiciones y decisiones, dentro del tricolor estatal. Incluso, llegaron a tener interlocución directa con el gobierno del estado.
Así caminaron juntos los 4 años y 8 meses que duraron sus presidencias municipales y después prácticamente ninguno logró otra posición, precisamente por el celo de la cúpula dinosáurica de su entonces partido.
Sin embargo, siguieron funcionando como grupo político. Néstor aparecía como uno de los líderes, aunque las definiciones siempre fueron colegiadas y el de Quecholac tuvo incluso el financiamiento económico de quien más posibilidades económicas tenía en el grupo, pues en aquella época, tras dejar los cargos, vinieron tiempos de deudas y carestía.
En 2018, cuando debió votarse por el gobernador interino, juntos presentaron como propuesta a Juan Navarro, ante la Legislatura local. En la gráfica, a las puertas del Congreso de Puebla, se muestran desafiantes y alegres. No tenían posibilidad de que Juan llegara al cargo, pero la sola propuesta les daba notoriedad y les devolvía fuerza.
Juntos trabajaron, después, para que el 9 de julio de 2020, en los días de la pandemia, Néstor Camarillo fuera designado por el Comité Ejecutivo Nacional (CEN), presidente del Comité Directivo Estatal (CDE) del PRI en Puebla.
Dinero, aliento, porras, relaciones y afecto pusieron todos los integrantes de ese grupo, para que el de Quecholac llegara a la dirigencia del tricolor. Por supuesto, también fue determinante la relación tan cercana y estrecha, que Camarillo acuñó con Pablo Angulo Briseño, mano derecha de Rafael Alejandro Moreno Cárdenas, alias “Alito”, dirigente nacional del PRI. Muy muy estrecha, que después el poblano también desarrolló con el ex gobernador de Campeche.
Los tiempos de las vacas gordas se supone que habían llegado para los ex presidentes municipales, quienes trabajaron estrechamente en las elecciones de 2021, logrando posiciones para varios, pues por años habían caminado juntos y habían compartido fiestas familiares, proyectos; lo mismo duelos que alegrías, siempre juntos.
Eran como hermanos, pero Néstor se convertiría en Caín.
Con el paso de los meses y, luego, de los años, olvidó sus afectos, dejó de ser afectuoso, olvidó la ayuda que le habían dado. Comenzó por ignorarlos y algunos optaron por seguir sus caminos distintos de Néstor y distintos del PRI.
Una reunión del grupo, ya sin Néstor, es una segunda gráfica, el 14 de febrero de este año, muestra que la amistad de ellos sigue.
Los pocos que se quedaron, fueron relegados y un buen día, se les negó literalmente el acceso al vetusto edificio de la Diagonal Defensores de la República, en la capital poblana, en donde está la sede del tricolor.
Una voz relata, con un dejo de pena ajena, que Camarillo incluso se quedó con el mobiliario de cinco oficinas que ellos habían comprado y que no les dejó ingresar, ni siquiera, por sus cosas personales.
Bueno, hasta unas toallas sanitarias se quedaron en alguno de los cajones: “qué bueno, para que las ocupen, por sangrones, Néstor y su pandilla”. Él ya era candidato seguro al Senado de la República y, aun perdiendo, ocuparía un escaño de primera minoría, incluso por encima de los históricos del PAN, que tanto se equivocó al hacer alianza con el PRI.
¿Qué le pasó el político provinciano que valoraba la amistad y que gracias a sus amigos consiguió sus sueños?
¿Qué pasó con el varón que fue tan vil de hacer una bajeza innombrable a uno de ellos, a quien le decía “amigo”?
Los tiempos cambian, las personas cambian, los desmemoriados olvidan y los desorbitados pierden la cabeza.
Hace unos días, en una tercera imagen, muestra que Néstor los citó en un restaurante. Sólo faltaron dos personajes, a quienes ninguna gracia les hace ya ser amigos de Camarillo.
El senador electo, recién ratificado el lunes por los tribunales, les pidió perdón, les imploró el regreso a la amistad, les prometió que volverá a ser el mismo, les dijo que está “para lo que necesiten”.
Hubo foto. Nadie la subió a sus redes.