• 02 de Mayo del 2024

El nieto del barón

 

 

Márcia Batista Ramos

“Tembloroso recuerdo esta huida del tiempo que se fue”.

Paul Verlaine

Esos días amarillos y silenciosos exentos de magia, me llevan a volar lejos e inmiscuirme en asuntos ajenos, como mera distracción; en uno de esos desdoblamientos, me quedé a observar el estante del nieto del barón. Sin percatarme de como llegué allí, me detuve, me acomodé en el sillón de mimbre pintado de blanco, con espaldar alto, un tronito de un rey chiquito, que, en sus afanes de grandeza inventó un abuelo con pedigrí en un mundo imaginario, donde el papel aguanta todo. En un primer plano, antes de los libros, existen fotos y más fotos de una abuela de la abuela, de la pequeña y sonriente niña de la casa. La otra abuela y sus fotos, se perdieron en el tiempo, por circunstancias genéticas (siempre es importante, mostrar el lado europeo de la familia, olvidar los amerindios o los africanos, para que no piensen que uno es lo que es y no lo que se muestra ser). ¡Es siempre así! Escinden y fragmentan la percepción valorativa de sí mismos, por la preocupación de lo que dirán, porque son detentores y perpetuadores de los prejuicios que dicen no poseer.

Desvié la mirada de las mujeres de miradas tristes, con labios delgados que aprietan las palabras, filtrando todos los sentimientos atragantados por generaciones. ¡Pobres mujeres! No les bastó con ser sumisas, tuvieron que callar por todos los siglos. Callaron los deseos, los celos y todo lo que les dolía. Se hicieron fotografiar erguidas, bien plantadas e inmutables. Era la única manera que llegarían al futuro sin delatarse. Además, enseñarían entereza a las nuevas mujeres de su familia. Pero se delataron por sus hombros extremadamente tensos y las bocas amargas, estáticas, en fotos en blanco y negro, en pequeños marcos precediendo a los libros. Allí, en las fotos, había generaciones de esposas que sólo tenían marido del umbral de su puerta hacia adentro, a fuera, ellas sabían que todos los hombres eran solteros. Pero ellas eran casadas, adentro y afuera de sus casas, por eso refuerzan la pose bien plantada como una especie de auto aliento de dignidad. Seguramente eso, también les dolía. 

Como olvidar que antes, todos eran hijos de Dios hambrientos en el allende mar. Singlaron mares para probar las mazorcas de maíz, las papas y las alubias, también para rescatar el oro con que podrían comprar todo lo que los otros tenían y de lo cual ellos carecían: ovejas y hacienda; caballos, casa y servidumbre. Llenar la panza y las petacas era el motor impulsor para invadir y poblar el nuevo continente. Por eso vinieron todos los antepasados de todos. No porque eran amigos del rey y el rey les mandó.

Lo cierto, es que el barón tuvo dos hijos que heredaron su castillo, su labra de oro, esclavos y demás activos. Los otros, los que dicen ser parte de su noble estirpe, fumaron cosas extrañas y no podrán probar ni ahora, ni nunca, que su sangre es de bolígrafo (azul como los de la marca bic). Es apenas un cuento triste de pedigrí, esa historia de que un barón vino por aquí a casarse y a procrear… Casualmente, el dato no está en Wikipedia. Es risible y al mismo tiempo es triste escuchar como hablan con desenvoltura de los devaneos de sus estirpes… Y repiten que no son interesados, por eso no van detrás de sus catillos en allende mar, porque les corresponde, pero, no quieren buscar herencias.

El caso aquí, es que los libros del nieto del barón yacían medio muertos, demasiado inertes y empolvados en la estantería oscura; custodiados por las fotos de ciertas abuelas de la enana sonriente de  la casa (que crea alrededor de sí misma una burbuja rosada), que siempre albergó la certeza de que era bailarina, mismo que no haya aprendido otro paso más que “Plié y Relevè”, mismo cuando sus piernitas empezaron a engrosar; los libros parecían que a mucho tiempo se habían despedido de la vida, que estaban para rellenar el anaquel y para dar un cierto aire señorial a la casa que se derruía desde sus propias entrañas, con filtraciones desde los cimientos hasta el techo.

Sentada en el sillón de mimbre pintado de blanco con espaldar alto, frente al estante repleto de libros y fotografías, envuelta por la tenue luz crepuscular que se apoderaba del mundo, percibí una sombra que surgió por el lado derecho, era un hombre cansado, con los cabellos alborotados, parecía haberse peleado con mil dragones en su profunda siesta vespertina. Pasó muy cerca de mí sin percatarse de mi existencia, retuve la respiración y le observé, mientras él buscaba un título con el dedo índice en el lomo inerte de cada libro empolvado. Pude percibir, por el tono de su respiración, que estaba inquieto y tembloroso de alma. Entre suspiros, pronunció claramente: - “Nuestro verano robado.” – Seguramente, ningún libro contestó, porque siguió buscando con el dedo índice en el lomo de cada libro por el título que tal vez, apareció en sus sueños o quizás existe, pero no en su biblioteca.

Mientras observaba su búsqueda infructuosa, percibí que su atuendo era bastante ordinario, un pantalón corto, una polera vieja y chancletas de goma, a diferencia de las camisas bien planchadas de las fotos compartidas por las redes sociales. Pensé en su vida sin vida y en el relato abigarrado para las redes sociales, con detalles, explicaciones y repeticiones dignas de un portero. Pensé en su triste soledad, observé su casa, su mundo íntimo tan diferente del relato que lo hace “influencer” en el mundo mediático, deliberé que el destino no fue misericordioso con él. Lo vi cansado, por las arrugas amontonadas en su frente, por el poco cabello que le quedó después del doloroso otoño y por la parca cosecha que no alcanza para llenar la canasta de la abuela, por eso, seguramente, recrea con la imaginación el pasado, cambiando los sueños y relatos que quedaron prendidos al árbol, simplemente para sobrevivir. Cambiando todo, hasta el árbol (genealógico) para disminuir los niveles de miserabilidad personal.

No supe exactamente como pasó. Apenas, estuve distraída observándolo, cuando de repente el nieto del barón paró su búsqueda, guardó su respiración y giró rápidamente hacia mí con media sonrisa, dando la espalda a sus libros empolvados y mudos, sorprendiéndome.   

 

***

Biografía:

 

Márcia Batista Ramos, brasileña. Licenciada en Filosofía-UFSM. Gestora cultural, escritora, poeta y crítica literaria. Editora en Conexión Norte Sur Magazzín, España; columnista en Inmediaciones, Bolivia, periodismo binacional Exilio, México, archivo.e-consulta.com, México, revista Madeinleon Magazine, España y revista Barbante, Brasil. Publicó diversos libros y antologías, asimismo, figura en varias antologías con ensayo, poesía y cuento. Es colaboradora en revistas internacionales en 22 países. Editor adjunto de la Edición Internacional de Literatura China (a cargo de la Federación de Círculos Literarios y Artísticos de Hubei, China).