• 02 de Mayo del 2024

“Al mal tiempo buena cara”

 

 

Márcia Batista Ramos

 

“La realidad exige

Que también se diga:

La vida sigue”.  

Wislawa Szymborska

 

Hace mucho tiempo que aprendí que la historia es siempre la voz de quien la narra. Por eso, acumulé narrativas en la memoria. Bonitas unas, trágicas casi todas las otras…

No comprendí, todas las cosas que me contaron. Tampoco, acepté como cierto el viaje de la tierra a la luna (tenía cinco años, creo que eso influenció mucho). Total, siempre utilicé mis derechos a especular y a dudar. Aunque, en la mayoría de las veces, yo especulaba en silencio, así como si se tratara de alucinaciones personales. Sin jamás importarme con las críticas de la oposición.

¡Pero nada de eso importa! Lo que sé, es que la vida está hecha de instantes que cobran sentido, por motivo desconocido, en nuestra mente y vienen de repente, como recuerdos fragmentados. Lo que importa, es que me gusta conmemorar el ocaso de cualquier día del mes de julio, aquí en el sur, donde el frío hela los huesos y cuando el sol se oculta en el horizonte. Desde el oeste, viene una especie de anestesia que se apropia de la punta de mi nariz. No sentir la punta de mi nariz, me hace recordar que lo demás de mi cuerpo está vivo, entonces, respiro el aire frio mirando al cielo que se trasmuta. En un raro monólogo interior, simplemente, doy gracias a la vida. Celebrar el instante, para mí, es una especie de epifanía, revelando lo divino que se introduce, a su manera, en el cotidiano.

Yo sé muy bien que, a cualquier momento, un pequeño evento de origen insospechado, puede romper el rumbo de una vida. Por eso, seguramente, la tía Laura, ahogada en su sobrepeso, repetía como quien rumia que: - “Nadie tiene la vida comprada”.

No tengo la menor idea de qué hay que sentir, cuando la vida acaba de cambiar para siempre y eso me asusta en las mañanas de domingo.

A sabiendas de la finitud de la vida en el cuerpo, siempre estoy a la espera de que ocurra un pequeño evento en la ciudad más occidental de cualquier país del mundo, que anuncie la paz en el planeta. Entonces, todas las inquietudes que cargo conmigo, serían pulverizadas en un instante y la certeza de la paz, además de desmitificar la historia, garantizaría un final feliz en este mundo de sombras.

Me duelen los párpados cuando veo las sucesiones de imágenes que hacen una radiografía del mundo que se suicida, o reflexiones filosóficas en torno a la irracional guerra. Prefiero no prender el televisor. Empero, a pesar de las noticias, de las armas letales, de las mafias, del cambio climático, de los dictadores y de una serie de realidades clandestinas, yo tengo esperanza de que el mundo se componga y sea mucho mejor.

La palabra esperanza, también me trae la remembranza de la Tía Laura, con su cara sonriente y regordeta exclamando: - “¡La esperanza es la última que muere!”

En aquel entonces, yo tenía que hacer auténticos malabares para comprender la filosofía sencilla, colmada de refranes populares, que camuflaban una enseñanza, que salían de los labios sonrientes de aquella mujer de estatura pequeña y de cuerpo grueso, que era la tía Laura.

Después vi tantas cosas malas y feas del mundo, las zonas de conflicto en la esfera de la geopolítica internacional, las tiranías y muchas otras manifestaciones cotidianas ásperas, que modifican una realidad mayor, que me acostumbré a los días y noches de vientos y tormentas. Entonces, pensé que eso era envejecer, acostumbrarse a las cosas que no nos gustan como las pérdidas, por ejemplo. Pensé que envejecer era residir en el olvido, como sobreviviente del incendio de la vida. Y luego, de pronto, sin estar inmersa entre cenizas, me percaté de que no vivo un abandono a pesar de todos los dolores del mundo y sigo cargada de esperanzas. Quisiera dinamitar todos los males que acechan al planeta.

Hace mucho le escuché decir a la tía Laura: - “No hay mal que por bien no venga”. - Hasta el momento no logro descifrar qué quiso decir con eso, si ella sabía a la perfección dónde vivimos.

(Medio año de bloqueos. Dos semanas de bloqueos… ¡No importa! Son conflictos locales y domésticos.)