Alberto Ibarrola Oyón
Aparece como un lugar común afirmar que los Estados perpetran asesinatos de Estado en orden a garantizar el sistema. Que esto ocurra en dictaduras o en países del Tercer Mundo no le extraña a nadie, pero también los países occidentales están cubiertos por la sospecha de que desde sus Servicios Secretos o de Inteligencia se cometen ilegalidades de todo tipo, asesinatos inclusive en aras de cercenar cualquier cambio brusco que desestabilizase el sistema vigente o desequilibrase el statu quo.
De hecho, estas operaciones encubiertas forman parte de la historia. Verbigracia, en Colombia y en otros países de Latinoamérica, cuando aparecían candidatos populares, surgidos de entre la gente común y con ganas de favorecer a los más pobres, era extraño que estos llegasen con vida hasta el día de las elecciones.
En EEUU en muy pocos años se asesinaron a destacados dirigentes del cambio (el presidente J.F. Kennedy, su hermano Bob, Martin Luther King, Malcolm X o John Lennon), lo que realmente representó un terrible golpe de Estado que marcó para siempre un rumbo diferente a la política estadounidense e internacional. Nunca se ha hablado extensamente de este asunto turbio en Europa porque aquí ha ocurrido el fenómeno contrario: que unos grupos terroristas han arremetido contra el Estado de derecho desde el marxismo, el secesionismo o conjugando ambas ideologías.
En el caso peculiar de Italia, la mafia o camorra napolitana llegó a adueñarse de la situación ante una clase política corrupta y acobardada; recordamos todavía con horror el asesinato de jueces antimafia. Sin embargo, en España, en los años de plomo, se combatió el terrorismo etarra utilizando sus mismos métodos ilegítimos.
Algún día habrá que realizar un periodismo de investigación exhaustivo para desentrañar la incógnita de si los Servicios de Inteligencia de los países europeos han recurrido al asesinato y al crimen para preservar el modo de vida occidental. Algunos hechos ya se han desvelado. Sin que se sepa que haya corrido la sangre, se conoce ya que, en la segunda mitad del siglo XX, en Italia se cometió fraude en el recuento electoral para evitar que el Partido Comunista alcanzase el Gobierno.
Esto se justificó sin ningún tipo de sonrojo aduciendo que un Estado que pertenecía a la OTAN y al Mercado Común Europeo no podía permitir que los comunistas se hiciesen con el poder, aunque hubiesen ganado las elecciones generales. Y aunque no conocemos todavía que estos Estados europeos hayan recurrido al asesinato con idénticas motivaciones, cabe señalar que hasta hace escasos años tampoco se sabía que se hubiese cometido ese recuento fraudulento en Italia. Y es que muchas veces nos encontramos con muertes accidentales muy convenientes para los intereses constitucionales, con coincidencias que parecen reflejar una voluntad superior directora, y con hechos desgraciados y fatales que parecen responder a una lógica interna, con lo que nos embarga la perplejidad.
Por ejemplo, varios imputados por corrupción de la trama Gürtel han aparecido muertos en sus domicilios, echando esas muertes un silencio sepulcral sobre multitud de hechos que ya no se confesarán en los juzgados españoles.
En cualquier caso, no se puede descartar de ninguna manera que la Voluntad Divina haya interrumpido algunos procesos políticos públicos cargados de especial malicia. No solamente en la alta política, sino en otros campos de las Administraciones Públicas podemos observar sucesos abruptos que cambian para siempre el sino de las personas y de las Instituciones.
Por lo tanto, es preciso no caer en la paranoia, ni creer a pies juntillas en la teoría de la conspiración, ni poner radicalmente en duda los sistemas democráticos porque, para quien cree en la faceta espiritual de la existencia, para quien siente y percibe que el Creador Todopoderoso, aunque nos haya otorgado una amplia libertad, actúa en los hechos naturales en defensa de los hijos de Dios, determinadas circunstancias cobran concomitancias que coadyuvan en un fin más excelso asociado a una idea de justicia universal. Al fin y al cabo, como decía Santa Teresa de Jesús, la verdadera vida es la del más allá, aquí solo estamos de paso, en peregrinación al encuentro con Jesucristo.
Alberto Ibarrola Oyón
Nacido en Bilbao (1972), reside habitualmente en Navarra. Licenciado en Filología española y escritor. Varios libros publicados: poesía, narrativa breve, novela y más de ciento cincuenta artículos de prensa. Escribe bajo el lema de la ética de la estética y la estética de la ética.