Alberto Ibarrola Oyón
Frecuentemente, se apela al derecho a decidir sobre la base del cincuenta más uno del porcentaje de los electores que han ejercido su derecho al voto, pero creo firmemente, lo he dicho en anteriores ocasiones, que ese cálculo no reflejaría fielmente el sentir de las poblaciones catalana ni vasco-navarra en un hipotético referéndum de autodeterminación.
Si en esa votación, participase el 80% del censo y el resultado fuese favorable al independentismo por la mínima, estaría apoyándolo aproximadamente el 40% de la población con derecho a voto. Obviamente, con ese porcentaje en absoluto sería democrático decidir la secesión de una parte de un Estado, cuánto menos que la participación suele ser menor en la mayor parte de los comicios electorales celebrados en España, lo mismo que en la mayor parte de los países occidentales.
Habrá quien diga que la abstención no debe sumarse ni a un lado ni a otro, pero eso no es cierto en absoluto porque no es lo mismo decidir sobre la ruptura de un Estado que sobre su continuidad, del mismo modo que decidir divorciarse no se puede comparar a decidir seguir con el matrimonio; tampoco es lo mismo decidir marcharse de un trabajo que decidir continuar estando empleado.
La ruptura siempre es mucho más traumática que dejar las cosas como están y hacen falta para realizarla razones mucho más poderosas, que, por otro lado, ni el independentismo catalán ni el vasco pueden esgrimir, más allá de romanticismos exacerbados que no se corresponden con la realidad de unas sociedades cuyas preocupaciones van generalmente por otros derroteros.
En el nacionalismo vasco la cuestión todavía se presenta más peliaguda por la razón de que en Navarra el porcentaje del censo adulto que vota nacionalismo es muy pequeño. La Izquierda Abertzale ha estado vendiendo durante décadas, a la vez que la banda terrorista ETA asesinaba, la cantinela de que en Navarra se producía una gran injusticia y de que no se respetaba la voluntad de la sociedad, mientras los partidos constitucionalistas obtenían una gran mayoría de los votos emitidos pese a que el nacionalista es mucho más militante.
Por eso, el Gobierno nacionalista no activó la Disposición Transitoria Cuarta; sabía que no tenía ninguna posibilidad (ni la tendrá), cuánto menos que parece tremendamente difícil que se vuelva a repetir aquel Gobierno, consecuencia extrema de la peor crisis económica desde la Guerra Civil.
Por otro lado, Bildu se inventó eso de la territorialidad para negar a los navarros el derecho a decidir basándose en que las provincias vascas tienen más población. Si ese es el nudo gordiano del conflicto vasco, ya está más que resuelto. Solamente con mirar los resultados electorales desde 1977 hasta la actualidad, vemos que la unión de Navarra y el País Vasco no se va a producir, en esta era por lo menos no.
Luego, habría que ver qué porcentajes genuinamente independentistas se dan en la CAV (todos los nacionalistas no lo son) y preguntarles también si estarían dispuestos a seguir ese camino errabundo sin Navarra. Al final, esa sangrienta y cruenta lucha que tanta tensión y sufrimiento nos han acarreado solamente ha traído el Skolae (para ese viaje no hacían falta alforjas).
En cuanto a la cuestión catalana, se trataría de un 49% de voto nacionalista, es decir, que respecto al censo, llegaría con dificultad al 40% de la población adulta. Y es que el proceso soberanista ha sido un auténtico despropósito. Ya he dicho otras veces que el Estado no ha entrado con los tanques en las capitales catalanas solamente por su pertenencia a los organismos europeos e internacionales.
No me posicionaré en contra de los indultos parciales a los líderes secesionistas, pero cabe recordar que en otros Estados los miramientos son menores, como en Chechenia, donde Rusia declaró la guerra a los separatistas utilizando el Ejército con su plena potencialidad armamentística. Habrá quien diga por lo bajo que el voto nacionalista cualitativamente es más representativo de la verdadera Cataluña porque vota español la migración proveniente del Estado.
Ante este argumento racista, únicamente cabe recordar que se han producido nuevos procesos migratorios, esta vez de personas que proceden del extranjero, las cuales si no han obtenido ya el derecho a votar, como es el caso de los latinoamericanos, muy pronto lo obtendrán en un número importante.
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Alberto Ibarrola Oyón (Bilbao, 1972), reside en Navarra. Filólogo hispánico y escritor, es autor de una decena de libros publicados, además de en torno a ciento cincuenta artículos de opinión en diferentes periódicos. Escribe bajo el lema: la ética de la estética y la estética de la ética.