Hebert Poll Gutiérrez
En un restaurant de la mayor de las Antillas, cuyo nombre no recuerdo ni deseo acordarme…
— ¡Pasen, por favor! —dice el capitán del restaurante—.
Mi madre y yo obedecemos. Ignoramos los comentarios de las personas que esperan ser llamadas para calmar sus estómagos, adictos a comer más de seis veces al día.
Quizás haya una inspección de la ONU, y como somos los únicos negros en el lugar, la gerencia quiere demostrar que en el país los negros calman el hambre primero que los blancos.
Somos ubicados en el mejor sitio con vista al mar, nos ponen una jarra de agua con un iceberg enfriándola y nos dan, cada vez que se acercan a nuestra mesa, una sonrisa sincera con sus miligramos de hipocresía.
Después de digerir los pollos de cuatro alas, los gigantescos trozos de queso que no podían sumergirse en la mermelada de guayaba, cien por ciento libre de productos desconocidos que producen el color marrón, y las cervezas que no son amigas del agua, pedimos la cuenta.
Para nuestra sorpresa no es el dependiente quien nos trae el importe, sino el cocinero, el cual después de comentar con una amabilidad diez estrellas:
—¿Les gustó el restaurante? ¿Cómo les fue el viaje? Esta comida la preparé para ustedes con mucho amor, aquí tienen mi dirección y recuerden “mi casa es su casa” … nos comenta:
—Son ochenta pesos.
Mi madre saca un billete de cien y le dice al cocinero, que tiene cara de gustarle las propinas de más de diez pesos, que se quede con el cambio.
—No, no, no. Son ochenta dólares. Los extranjeros pagan en dólares.
Sin incomodarnos sacamos nuestras identificaciones y comentamos en coro:
—Ya lo dijiste, los extranjeros. Nosotros somos cubanos.
Lamentablemente, situaciones como esta todavía suceden en la “Cuba justa de hoy”.
El maltrato entre cubanos es tan normal, que ya no se considera un “problema de la Revolución”.
Muchos ciudadanos son rechazados por sus iguales por no vivir en el extranjero o no tener una atractiva cuenta bancaria en dólares.
Algunas de las víctimas del trato despectivo, lamentable no sólo en restaurantes, sino en algunos establecimientos (para no decir la mayoría) que tienen que ver con servicios a la población, deciden no aguantar el maltrato y ripostan con palabras inteligentes, violencia o en algunos casos piden ayuda a la justicia.
Otros sólo dicen a los cuatro vientos:
¿Para qué protestar? El gobierno le ha puesto nasobuco a nuestras voces.
Pero…Creo en que esta situación no será eterna. Espero que algún día los ciudadanos de la isla que desterró a Dios dejen de repetir a los cuatro vientos: Ser cubano es una desgracia. Su único derecho: tener un ataúd; y eso si firmo un acuerdo inviolable con el director del cementerio. Las mejores tumbas, también son para los turistas.
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Hebert Poll Gutiérrez es originario de Cuba y, entre otras obras, ha publicado los libros: Emi Laará: Pequeñas historias para soñar; Cosas de un niño grande; Cuentos de un cubano sin miedo y 60 pasos para cambiar Cuba.