• 04 de Febrero del 2025

Estudiar un doctorado, that is the question

En México, según la ENOE del año 2023, la población entre 25 y 64 años de edad tiene un promedio de escolaridad de 10.3 años (citado por Poy, 2023), de la cual, 16 % cuenta con estudios de educación superior (OCDE, 2017), 1 % tiene una maestría o equivalente y menos del 1 % tiene un doctorado. Tales cifras no parecen muy alentadoras, ¿verdad? No recuerdo la referencia (supongo que ha sido una imagen recurrente en pedagogía), pero alguna vez vi que los niveles educativos de nuestro país y sus respetivos porcentajes los representaban como una copa puesta de cabeza, por lo que, si los datos referidos son una muestra del conjunto, lo más probable es que la realidad educativa de nuestro país podría seguir representándose así.

¿Causas? Hay muchas y todas ellas son parte de un entramado caracterizado por su intrincamiento. Por ejemplo, según la OCDE (2017), el nivel educativo está relacionado directamente con el empleo: entre mayor sea el nivel educativo, más probable será encontrar trabajo y un mejor salario, pero sabemos que la realidad es muy compleja, que dicha relación podría depender de varios factores y que nuestro país presenta algunas características que lo particularizan, por lo que esta correlación positiva podría no cumplirse tal cual en muchos casos. No es una rareza, por ejemplo, encontrar personas con licenciatura conduciendo un taxi (actividad que no tiene nada de malo, pero que obviamente no requiere de estudios universitarios para realizarla), así como personas con apenas los estudios necesarios ocupando cargos de cierta influencia, para los cuales, esa preparación no es suficiente.

Al margen de la complejidad de la realidad aludida, del estudio de la OCDE (2017), me llama la atención el porcentaje de la población mexicana entre 25 y 64 años de edad que tiene un doctorado: menos de 1 %. ¡Menos de 1 %!  Alguien podría preguntarse: si es cierto que entre mayor es el nivel educativo, más probable es tener un trabajo y un mejor salario, ¿por qué no se han impulsado políticas públicas efectivas que potencialicen ese porcentaje para que más profesionistas alcancen el máximo grado académico en nuestro país y, en consecuencia, tengan un trabajo y un mejor salario? Nuevamente, la complejidad de la realidad se nos impone.

Si bien es cierto que en algunos ámbitos contar con un posgrado augura tener un mejor salario, por ejemplo, como parte del sistema educativo nacional (y no cualquier posgrado, sino uno relacionado principalmente con la docencia), la decisión de estudiar un doctorado no siempre tiene como principal motivo el salario. Según Esquivel (2018), los principales motivos que tienen las personas para ingresar a un programa de maestría o doctorado, es obtener y desarrollar nuevos conocimientos para aplicarlos a su campo laboral, así como desarrollarse en lo personal y profesional. En el caso de los doctorados, las personas que ingresan a estos programas, generalmente, ya son parte del mercado laboral, por lo que buscan convertirse en expertos en sus áreas de trabajo, y en algunos casos, migrar al ámbito académico como docentes de tiempo completo e investigadores.

Habiendo referido lo anterior, me propondré en este artículo un objetivo muy humilde: compartir algunas consideraciones y sugerencias sobre si estudiar o no un doctorado, apoyándome en mi experiencia como doctorante que fui hace poco tiempo, esperando que lo poquito que aprendí te sea útil, particularmente, si en este momento te encuentras en esa disyuntiva y, quizá, si se trata de un doctorado, con la aspiración de sumarte a ese menos 1 % nacional y, con suerte, lograr un mejor trabajo y un mejor salario.

De inicio, estimado(a) lector(a), sé que me cuestionarás: ¿estudiar un doctorado en tiempos tan difíciles como los que vivimos ahora? Te diré una cosa: ¡No hay tiempo que parezca más fácil que otros para estudiar un doctorado! Siempre hay muchas variables en juego cuando se trata de un proceso de formación que implicará una inversión significativa de tiempo, dinero y esfuerzo, aunque reconozco que en mi caso tal vez abusé de mi suerte porque empecé a cursarlo cuando nos encontrábamos todavía en la pandemia (allá por el año 2021). No estoy diciendo que dé igual hacerlo en cualquier momento. Obviamente, tendrás que evaluar cuándo es el mejor momento para ti. En cualquier caso, permíteme compartirte cómo lidié con esas variables a las que acabo de referirme, mismas que en su momento representaron escollos a resolver antes de tomar una decisión definitiva.

Se presentó en mi caso un llamado, una clase de señal que incentivó mi inquietud de considerar la posibilidad de estudiar un doctorado: un anuncio en redes sociales, no de cualquier universidad, sino de una de la que ya estaba al tanto, que ofrecía esa oportunidad. Había visto el caso de otros colegas y exalumnos que se habían doctorado tiempo atrás. Sabía (y sé) que cada quien vive de acuerdo a su ritmo y a sus circunstancias propias. Ese anuncio y el saber que otros lo estaban haciendo, me hicieron preguntarme, ¿por qué yo no? ¿Era una competencia? No. Era reconocer que podía ser el momento correcto de hacerlo para mí. Así que comencé mi indagatoria. Analicé la viabilidad del proyecto que pretendía iniciar: tiempo, dinero, salud, trabajo y vida personal, aspectos que, de manera sucinta, apuntaban a una pregunta esencial, ¿puedo o no con este compromiso? Resolví que sí, y así comencé a estudiar el doctorado.

Lo que prosigue es lo que cabría esperar; enfocarse, mantener al rojo vivo el propósito que lo impulsó a uno a caminar por esa senda, refiriéndome con ello no solo a la persecución de las credenciales doctorales (propia, aparentemente, de estudiantes de pregrado, pero que, en realidad, llega a presentarse en cualquier nivel), sino al logro del objetivo de estudio que constituye, desde un principio, la punta de lanza del doctorado elegido, cuestión que compromete tanto a la preparación de la tesis y la presentación del examen profesional, como a la producción literaria que podría derivarse del proceso vivido, por ejemplo, publicación de artículos científicos en revistas arbitradas y participación en eventos académicos.

Así pues, si te encuentras en la disyuntiva de estudiar o no un posgrado, ya sea una maestría o un doctorado, quizá puedan arrojar cierta luz en el camino que vislumbras delante de ti, los siguientes señalamientos:

Primero, analiza a profundidad el motivo o los motivos que despiertan tu inquietud de ingresar a un posgrado. Tales motivos pueden ser de índole personal, lo que está bien, pero si es así, procura no solo sentirte inquieto por estudiar una maestría o un doctorado, ¡Debes estar emocionado hasta la médula por hacerlo! Créeme: más adelante te acordarás de estas palabras. Sobre este tema, Esquivel (2018) nos recuerda que puede haber motivaciones intrínsecas, por ejemplo, buscar reconocimiento, alcanzar un logro personal y/o profesional o ampliar los conocimientos, así como motivaciones extrínsecas, por ejemplo, lograr un ascenso laboral, tener un mejor salario o cualquier otro beneficio tangible. Hace muchos años cierta persona me dijo que estudiar un doctorado equivalía a convertirse en una “rata de biblioteca”, díganos que no estaba tan equivocado, pero… para expresarlo de otra manera, mencionaré que, especialmente con el doctorado, algunos personas buscan cambiar su oficina de una empresa a una universidad o centro de estudios donde, como ya te había mencionado antes, pueden dedicarse a la docencia y a la investigación, como también a la revisión de tesis, proyectos editoriales, dictámenes de artículos para revistas arbitradas, entre otras funciones.

Segundo, de orden más práctico, ten en cuenta aspectos que, si no los evalúas en su momento, tarde o temprano podrían convertirse en un dolor de cabeza:

  1. ¿Qué tipo de posgrado deseas estudiar?, ¿profesionalizante o de investigación?, ¿quieres seguir preparándote para poner en práctica lo que aprendas en tu ámbito laboral o quieres profundizar en algún área de conocimiento para hacer aportaciones valiosas como un experto?, para hacer una distinción al respecto, siempre es aconsejable que revises a detalle todo lo concerniente al programa de estudios al que estés considerando ingresar (objetivos, perfil de ingreso y de egreso, plan de estudios, entre otros muchos elementos);
  2. ¿En qué tipo de universidad o centro de estudios te interesa, te conviene o puedes estudiar?, ¿pública o privada?, algunos aspirantes consideran un dato relevante para su elección, la distancia a la que se encuentra la institución del lugar donde viven o trabajan (Esquivel, 2018), pero la mejor sugerencia que te puedo hacer al respecto es que no sea éste el único criterio para hacer tu elección, conviene en cambio, que pongas atención en ciertos detalles que podrían ayudarte a identificar si la institución educativa en la que pretendes ingresar es seria o no, por ejemplo, ¿sus programas cuentan con reconocimiento oficial?, ¿cuáles son sus líneas de investigación?, ¿quiénes son los catedráticos que imparten clases?, ¿cuenta con acceso a bases de datos y acervos bibliográficos de las bibliotecas, repositorios y librerías más importantes?, ¿tiene convenios vigentes con otras universidades tanto nacionales como internacionales?, entre otros aspectos;
  3. La modalidad en la que se imparten las clases es un dato importante porque mientras la mayoría de las personas se adapta mejor a la modalidad presencial, no todas ellas se sienten cómodas con la modalidad híbrida o la virtual, no obstante, aunque cada una de ellas tenga sus particularidades, lo cierto es que optar por una o por otra obedece, principalmente, a las necesidades de los aspirantes (como también, obviamente, de lo que oferten las instituciones educativas), quienes, por ejemplo, aprovechan una oferta que, dada una larga distancia, no habría otra manera de tomarla más que con la modalidad híbrida o virtual, en cualquier caso, es un dato del cual debe tomarse nota desde el principio;
  4. ¿Con beca o sin beca?, esta es una pregunta importante para quienes aspiran estudiar un posgrado y requieren de un apoyo económico para lograrlo, por lo que les resultará conveniente consultar las fuentes de información correspondientes a fin de identificar a través de qué instancias es posible solicitar una beca como, por ejemplo, el portal del CONAHCYT;

Tercero, de orden más de “prepárate para lo que venga”, mi mejor recomendación es que estés dispuesto a reordenar tu vida para la ocasión y que procures equiparte lo mejor posible (no solo hablo de una buena alimentación, ejercicio y vitaminarse, sino también de procurar tener a la mano libros, equipo de cómputo actualizado y cualquier otro artilugio que venga al caso), porque lo que sigue es darle cabida en tu vida a un ritmo de estudio y trabajo académico que antes no tenías y que ahora, primero como que no quiere la cosa y luego como un huracán avasallador, acaparará casi toda tu atención, tiempo y energías, Efectivamente, estudiar un posgrado no es fácil porque implica toda clase de sacrificios. No en balde quizá, si antes no lo eras, a partir de que comiences este proceso formativo, te convertirás en un amante empedernido del café, de más café, de mucho café y siempre café.

Considerando lo anterior, veamos un dato interesante procedente de Bélgica: según un estudio de la Universidad de Gante, el 32% de los estudiantes que participan en algún programa de doctorado ven comprometida su salud mental: estrés, ansiedad y depresión, además de varios trastornos mentales (Orientación Académica, 2017), este país empero, invierte 3 % de su PIB en investigación, contando con todo un sistema dedicado a esta área, por lo que la salud mental comprometida de los investigadores en formación tiene la posibilidad de ser recompensada al no tirar sus esfuerzos, diría el refrán, “en saco roto”, además de que su estrés, ansiedad y depresión, con toda probabilidad, son atendidos por un experto de la salud mental, todo lo cual contrasta notablemente, con los casos de España y México, países que de su PIB invierten en investigación 1.24 % y 0.4 %, respectivamente (Méndez, 2024).

Obviamente, con estos datos no trato de aplacar la inquietud de nadie por estudiar un posgrado, menos aún si en estos momentos están a punto de tomar una decisión al respecto, porque lo que necesita México, con extrema urgencia, son más personas preparadas, que apuesten por una mejor versión de sí mismos y se den cuenta que estudiar una maestría o un doctorado es una forma de lograrlo, una entre algunas más, pero también se trata de decir las cosas como son porque quienes pasan por estos procesos formativos, una vez que se gradúan, se titulan, obtienen sus cédulas profesionales y se convierten en maestros(as) o doctores(as), descubren que este proceso de trans-formación implica, como todo en la vida, pros y contras.

Entre las ventajas de estudiar un posgrado están: ampliar tu networking, ya que tus compañeros, e incluso tus mismos docentes, pueden llegar a formar parte de tu red de contactos con quienes puedes intercambiar información, recursos, oportunidades y apoyo mutuo; nuevas perspectivas, producto de las experiencias de aprendizaje, las lecturas, y principalmente, el trabajo de investigación que se realiza a lo largo del posgrado; y golpearse de cara con la realidad, la realidad de que es más lo que se ignora que lo que se sabe, que siempre será así por más que el investigador investigue hasta desfallecer, comprendiendo así el antiguo adagio del filósofo griego “yo solo sé que no sé nada” (Carreras y posgrados, 2022).

Con respecto a las desventajas, tenemos las siguientes: conciliar el posgrado con el resto de las actividades que corren a la par de éste es, probablemente, una de los desafíos más importantes para el doctorante, porque si se descuida tan solo un día o posterga deberes pendientes para otro momento, corre el riesgo de atrasarse, con lo que se le van acumulando trabajos solicitados para una entrega siempre programada para cierta fecha y hora, dando cabida a ese estrés, ansiedad y depresión mencionados antes, sin tener a su alcance a un experto en salud mental para atenderle porque, para su infortunio, no estamos en Bélgica; la inversión de tiempo, dinero y esfuerzo puede ser cuantiosa, lo que ha contribuido también a que sean tan pocos los que logran doctorarse, es decir, muchos de los que ingresan se van quedando en el camino; y por último, la sobrecalificación que conlleva una maestría y más aún un doctorado, ya que si el egresado de semejantes procesos formativos, por alguna circunstancia fortuita, se haya en la necesidad de buscar trabajo, topará pared con un mercado laboral que rara vez está dispuesto a pagar un salario acorde a esos perfiles, lo que puede equivaler a golpearse por segunda vez con la realidad (Álvarez, 2020).

Por último, cabría una última pregunta: ¿vale la pena estudiar entonces un posgrado? Creo que la respuesta al fin y al cabo dependerá de cada quien, de sus circunstancias personales y de lo que pueda hacer, incluso, en contraposición de tales circunstancias. Seguramente, las personas que ya pasaron por esos procesos formativos tengan una opinión diferente a quienes todavía no lo han hecho. Una sugerencia sería escuchar y/o leer de sus experiencias a fin de sacar tus propias conclusiones.

Por mi parte, uno de los aprendizajes más importantes que logró en mí el estudio de un doctorado fue el cambio de perspectiva. Algo semejante a esa imagen que hace poco estuvo circulando en redes sociales en la que aparecen cubos rubik, esos rompecabezas mecánicos tridimensionales de antaño, ocupando las cabezas de dos figuras antropomórficas: un cubo rubik desordenado sube la pendiente de una montaña, mientras que otro cubo rubik ordenado lo espera sentado en la cima de ésta. Lo único que no me gusta de esta metáfora iconográfica es que el cubo rubik que está sentado en la cima de la montaña está completamente ordenado, porque creo que la perspectiva humana, por más preparada que esté, siempre tendrá algunas piezas fuera de sitio, un espacio sin ordenar, que sirve de señal para indicar que siempre hay algo que aprender y, por consiguiente, un aspecto que mejorar y cambiar.

Referencias

Orientación Académica (27 de abril, 2017). Cómo hacer un doctorado y no morir en el intento. Universia. https://www.universia.net/es/actualidad/orientacion-academica/como-hacer-doctorado-morir-intento-1151812.html

Álvarez, P. (10 junio, 2020). Charla con Dr. Felipe Soriano: ¿Cómo y Por qué estudiar un Doctorado y NO morir en el intento? [Video]. Youtube. https://www.youtube.com/live/C4T4e4_V95w?si=csekBM_iQbzAVBtU

Carreras y posgrados (27 de septiembre, 2022). Hacer un doctorado en México: ¿Cuáles son sus ventajas? Blog Vizcaya. https://blog.uva.edu.mx/hacer-un-doctorado-en-mexico-ventajas/

Poy Solano, L. (7 de diciembre, 2023). En promedio, mexicanos de 25 a 64 años tienen sólo 10.3 años de escolaridad. La Jornada. https://www.jornada.com.mx/notas/2023/07/12/politica/en-promedio-mexicanos-de-25-a-64-anos-tienen-solo-10-3-anos-de-escolaridad/

Méndez, J. (31 de mayo, 2024). México destina poco presupuesto para el desarrollo de la ciencia. UPRESS. https://historicoupress.upaep.mx/index.php/noticias/nota-del-dia/7641-mexico-destina-poco-presupuesto-para-el-desarrollo-de-la-ciencia#:~:text=De%20acuerdo%20con%20el%20Instituto,destinan%20a%20investigaci%C3%B3n%20y%20desarrollo

Esquivel Becerril, D. R. (3-5 de octubre de 2018). Los estudios de posgrado y la situación actual en México [Discurso principal]. Conferencia del XXIII Congreso Internacional de Contaduría, Administración e Informática, Ciudad Universitaria, Ciudad de México.